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Fuertes raíces (y 2)

Historia

Continuamos recordando a las mujeres que lo dieron todo por el conocimiento, la ciencia y la conservación de la naturaleza, mujeres que se entregaron a la causa a cambio de nada. Mejor dicho, a cambio de ser ignoradas, ninguneadas. Como Marie Sklodowska, conocida por todos con su nombre de casada, Marie Curie, la primera profesora de la universidad de la Sorbona, la primera mujer en obtener un premio Nobel y la primera persona en lograr un segundo (1). Pierre y Marie Curie descubrieron la radiactividad, un hallazgo que removió los pilares del conocimiento de la naturaleza, pues ponía en evidencia que materia y energía podían transformarse la una en la otra.

En 1897, ya casada con Pierre, comenzó a estudiar unas radiaciones descubiertas en unas sales de uranio por Antoine Henri Becquerel, con quien compartieron premio Nobel en 1903, y para ello contó con la colaboración de su marido. Así descubrieron dos nuevos elementos químicos, el polonio y el radio, y llamaron radiactividad a su capacidad de emitir radiación espontánea. Este trabajo dio lugar, a su vez, al descubrimiento del núcleo atómico y, a partir de ahí, a la posterior obtención de energía y a la bomba atómica, sin olvidar su empleo en medicina. El problema estaba en los efectos negativos que la radiación tenía sobrte la salud humana, algo que Marie se negó a reconocer hasta que varios científicos que trabajaban en su laboratorio empezaron a morir prematuramente. Ella misma comenzó a padecer tales efectos. Su cada vez más deteriorada salud no le alejaba de la investigación, que era su vida, hasta que finalmente murió cuando trataba de curarse de una afección pulmonar.

 

Marie Curie en el laboratorio

 

Gran aficionada a los paseos por la montaña y al ejercicio al aire libre, su cuerpo descansa en el panteón que acoge a los grandes hombres franceses, un honor merecido a la vez que llamativo, pues ni era hombre ni francés. He aquí una de las ideas que la identifican: “Nada en la vida debe ser temido, solo debe ser entendido. Ahora es el momento de entender más, para que podamos temer menos”. El laboratorio fue su entorno preferido. Marie Curie fue una luchadora tenaz contra los prejuicios de su época, el machismo y el antisemitismo. Los avatares de su vida privada, que fueron bastante seguidos por la incipiente prensa sensacionalista, hicieron que Svante Arrhenius, miembro de la Academia sueca que otorgaba los premios Nobel, le pidiera no asistir a Estocolmo para evitar un posible escándalo. Albert Einstein, sin embargo, le aconsejó lo contrario. Marie escribió a Arrhenius una carta reprochándole su actitud. “El premio me ha sido concedido por el descubrimiento del radio y del polonio. Opino que no hay ninguna relación entre mi trabajo científico y los hechos de mi vida privada que se pretenden invocar contra mí en las publicaciones de baja estofa. […] Por principio, no puedo aceptar que la apreciación del mérito de un trabajo científico pueda verse influenciada por las difamaciones y calumnias en relación a mi vida privada”, decía.

Entramos de lleno en el siglo XX, y una vez más hemos de reconocer con justicia lo que apuntara Platón hace 2.400 años, que hombres y mujeres son iguales mentalmente. Este siglo nos deja un creciente interés por el medio ambiente y la problemática que le afecta. Por ello, hablar de conservación de la naturaleza es encontrarse con la figura de Rachel Carson (1907-1964), esencial para comprender el ecologismo moderno. Su Primavera silenciosa se ha convertido desde 1962, año de su publicación, en un clásico de la conservación, en lo que podríamos llamar la “Biblia del ecologismo”, por las denuncias que Carson destapó en torno al uso masivo de pesticidas y productos químicos, denuncias que agitaron a la poderosa industria química y finalmente desembocaron en la prohibición del DDT, al que calificaba de “elixir de la muerte”. Un año después de su fallecimiento se publica El sentido del asombro, un pequeño y delicioso libro de reflexiones y experiencias en contacto con la naturaleza.

 

Rachel Carson (Fuente: aion.mx)

Mary Leakey (1913–1996) halló numerosos fósiles de homínidos en África central entre 1950 y 1970. Esta antropóloga británica que descubrió, junto con otros, el primer cráneo de un simio fósil en la isla Rusinga, trabajó durante gran parte de su carrera con su marido Louis Leakey en la Garganta de Olduvai, encontró varias herramientas y fósiles de antiguos homininos y descubrió las huellas sobre cenizas volcánicas de Laetoli, huellas que comenzaron a mostrar el bipedismo humano.

 

Mary Leakey, en primer término, junto a su marido (Fuente: womenyoushouldknow.net)

 

Dian Fossey (1932-1985) puso los Montes Virunga en el mapa y los gorilas de montaña en el acervo popular. Su pasión por conocer la vida de estos animales le llevó a luchar en soledad, en medio de un clima húmedo y contra los cazadores por evitar las matanzas consentidas y furtivas que estaban llevando a la especie camino de la extinción. Su empeño contribuyó a la recuperación de los gorilas de montaña y a cambiar el concepto que se tenía de ellos como animales violentos. Pero le granjeó no pocos enemigos y fue el desencadenante de su asesinato. Le dio tiempo a escribir en su diario esta frase: “Cuando te das cuenta del valor de la vida, uno se preocupa menos por discutir sobre el pasado, y se concentra más en la conservación para el futuro”.

 

Dian Fossey (Fuente: www.gorillas.org)

 

En los años sesenta una mujer bajita e inquieta se atreve a cuestionar las teorías neodarwinistas imperantes y a explicar de otra forma la evolución de las especies. Era Lynn Margulis (1938-2011), bióloga de curiosidad sin límites, autora de la teoría endosimbiótica. Darwin no podía explicar por qué el registro fósil no reflejaba los pequeños cambios graduales que se producían en la evolución de las especies. Según Margulis, la fuerza evolutiva que generó a este nuevo tipo de células no fue la acumulación de pequeñas mutaciones, sino una suma de estructuras complejas simbióticas que ya existían previamente. Es decir, la vida en la Tierra era la resultante de una simbiosis de organismos, todo era simbiótico.

 

Lynn Margulis (Fuente: omicrono.elespanol.com)

 

Una de las mujeres científicas que ha provocado mayor impacto en el siglo XX —y en la actualidad— es Jane Goodall (1934), que comenzó su carrera en Tanzania con el antropólogo Louis Leakey y luego pasó a estudiar los chimpancés de la zona. Sus descubrimientos sobre el comportamiento de estos animales sacudieron la ciencia y las ideas que teníamos sobre ellos y sobre nuestra propia especie. Observó, por ejemplo, que los chimpancés usan herramientas para conseguir comida, que son omnívoros, que tienen sentimientos, que son altruistas y capaces de organizar auténticas partidas de caza. Sus investigaciones supusieron un cambio en el campo de la etología.

 

Jane Goodall

 

Wangari Maathai (1940-2011) se crio en los últimos momentos del colonialismo europeo en África, pero tuvo ocasión de estudiar Biología en Estados Unidos, y se doctoró más tarde en Alemania. Con el convencimiento de que “no podemos quedarnos sentadas a ver cómo se mueren nuestros hijos de hambre”, fundó el Movimiento Cinturón Verde, un sistema de plantación de semillas destinado a las mujeres. El Movimiento se centró en la plantación de árboles como recurso para la mejora de las condiciones de vida de la población. A su muerte dejó más de 47 millones de árboles plantados y la idea de que la lucha por el planeta es la suma de muchas pequeñas batallas.

Son todas las que están, pero no están todas las que son. Posiblemente la conservación de la naturaleza y la ciencia no serían lo que son de no haber sido sostenidas por fuertes raíces.

 

(1) Muñoz Páez, A. (2017). Sabias. La cara oculta de la ciencia, Debate, Barcelona