Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

Mayas

Historia

Hemos acabado la semana con parte de la humanidad sumida en la incertidumbre acerca del fin del mundo que según dicen auguraban los mayas, cosa que, en realidad, nunca hicieron. Si tenemos la curiosidad de buscar en Google sobre las profecías mayas, encontraremos casi un millón de entradas. Adoradores paranoicos del fatalismo esperaban un gigantesco terremoto, un cometa que se precipitaría sobre la Tierra, un rayo cósmico procedente del centro de nuestra Vía Láctea que nos convertiría en polvo estelar, una colosal tormenta solar o acaso una inversión instantánea de los polos magnéticos terrestres.

Pero bueno, aparte de constatar que por ahí pululan gentes desocupadas exhibiendo un alto grado de memez —ya lo decía Einstein: "Hay dos cosas que son infinitas: el Universo y la estupidez humana. Aunque, en lo que concierne al Universo, todavía no estoy completamente seguro."—, la semana nos ha servido para recordar una civilización que fue mucho más culta y preparada de lo que nos pensamos, una cultura de astrónomos y matemáticos —a ellos se atribuye la invención del número 0— en cuyo seno se fraguó uno de los grandes hitos de la humanidad casi al tiempo que sucedió en el Creciente Fértil mediterráneo: el nacimiento de la agricultura.

Con el respaldo que me proporcionan las palabras del historiador Garton Ash ("La Historia es demasiado importante como para dejarla en manos de los historiadores."), me atrevo a realizar una somera incursión en una disciplina en la que no paso de ser un torpe aficionado para contar lo que fue de un grupo de nuestros semejantes en épocas pretéritas, convencido, además, de que la mejor forma de no cometer errores reside en aprender de los errores pasados.

Los mayas habitaban las tierras altas de Guatemala, zonas limítrofes del sudeste de México, El Salvador y Honduras hasta Belice y la amplia llanura de la península de Yucatán. Allí crearon una de las civilizaciones más importantes de la Antigüedad, que se prolongó aproximadamente entre los años 250 y 950 de la era cristiana. La relación de los mayas con la naturaleza tenía fuertes raíces religiosas. Se sabe que la religión maya se basaba en fenómenos y fuerzas naturales, especialmente todas aquellas que repercutían directamente en la vida del hombre y en el desarrollo de las plantas básicas: el maíz y el frijol, que constituían el 90% de su dieta. Así, el sol, la lluvia y la muerte adquirieron un protagonismo que conservarían hasta la extinción de esta cultura. Algunos de los dioses que jugaron un papel destacado fueron el dios de la lluvia (Chaac), el del maíz, el del viento, el del sol o las diosas de la luna y de la fecundidad. El universo estaba dividido en cuatro regiones, cada una de las cuales poseía, entre otros elementos, un color, un ave, un árbol y un chaac; también era principio básico el dualismo contradictorio de los dioses, que unas veces favorecían y otras eran nefastos, como cualquier fenómeno natural.

Máscara maya, Museo Nacional de Antropología e Historia de México. (Fuente: Wikimedia)

 

La mayor parte de la población estaba formada por agricultores, que vivían en chozas de madera y ramas entretejidas, con techos de bálago o paja. La minoría dominante, sin embargo, ocupaba monumentales palacios hechos de piedra. La agricultura fue muy rudimentaria y la técnica empleada se limitó a un cultivo de tala, quema y roza sin arado y sin abonos, lo cual permite suponer que la tierra era lo suficientemente fértil y que la densidad de población nunca llegó a cotas altas, puesto que este sistema exige áreas de cultivo extensas que permitan roturar nuevas tierras cada pocos años. Según Brian Fagan (El largo verano. De la Era Glacial a nuestros días, Gedisa, 2007), “cada otoño talaban una parcela de bosque en un sitio bien irrigado, luego quemaban la madera y la maleza. Cuando el fuego menguaba, las cenizas y el carbón caían al suelo. Los agricultores y sus familias mezclaban este fertilizante natural con la tierra y luego sembraban sus cultivos de tal modo que éstos coincidieran con las primeras lluvias. Estos huertos abiertos en el bosque, llamados milpa, mantenían su fertilidad durante unos dos años solamente. Transcurrido ese lapso, los agricultores se trasladaban a una nueva parcela y comenzaban otra vez, dejando en barbecho entre cuatro y siete años la tierra previamente utilizada”. Esta agricultura poco desarrollada no debió permitir una gran variedad de plantas. Además de las especies que ya se han citado, los mayas cultivaron calabaza y algodón. La dieta alimenticia de los mayas debió completarse con la caza y la pesca, ya que el territorio en el que se asentaron era propicio para estas actividades.

Chichén Itzá, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1988. (Fuente: Daniel Schwen, Wikimedia)

 

Cuando los mayas empezaron a poblar la península de Yucatán, zona carente de corrientes de superficie, emplearon técnicas de aprovechamiento del agua, como terrazas, para que sus parcelas fueran productivas todo el año. Obtenían agua potable de los cenotes, depósitos naturales alimentados por corrientes subterráneas. Los cenotes, que en nuestras latitudes son conocidos como torcas, eran tan importantes que algunos fueron considerados lugares sagrados. A sus profundidades eran arrojados objetos valiosos —y seres humanos— como sacrificio a los dioses a cambio de agua para sus cosechas. Esta costumbre fue también practicada más tarde por los aztecas. En algunas ciudades mayas se construyeron cisternas para regar los cultivos, que eran fertilizados con cenizas de árboles gigantescos.

Cenote sagrado en Chichén Itzá. (Fuente: André Möller, Wikimedia)

 

Por increíble que parezca, los recursos naturales del entorno eran insuficientes: las ciudades mayas empezaron a decaer antes de la llegada de los españoles bajo el peso de su población; se ha calculado que para construir una casa era necesario cortar más de 50 árboles jóvenes, y que una persona consumía unos 750 gramos de maíz al día. También los templos con forma de pirámide exigían su tributo al bosque para la conversión de enormes cantidades de piedra caliza en cal. El barro que antes era controlado por el bosque, acabó con la escasa fertilidad de las tierras mayas El ocaso de esta cultura, que se produjo de forma casi repentina hacia el año 950 d.C., no llegó sólo como resultado de revueltas y guerras internas, sino quizá a causa de la sobreexplotación de los suelos y la deforestación. No se descartan otras causas como la violencia fratricida, la sucesión de huracanes o la superpoblación, y es posible que debamos tener en cuenta un aumento de las temperaturas que afectó a Norteamérica y Europa, el mismo cambio climático que debió favorecer la llegada de los vikingos a las costas de Groenlandia, y que Leif Eriksson llamó Vinland y describió como abundante en salmones y pastizales.

Brian Fagan abunda en esta teoría. La agricultura de tala, quema y roza se mostró eficaz mientras la población era pequeña. A medida que iba creciendo, los mayas fueron extendiendo su sistema y creando una red de canales de irrigación que les permitió alimentar a esa creciente población. Pero en el siglo IX de nuestra era esta población llegó a 8-10 millones de personas, con una densidad de hasta 200 habitantes por kilómetro cuadrado, algo inusitadamente elevado para una región tropical de baja capacidad de carga natural. Esto fue consumiendo poco a poco el territorio y lo hizo más vulnerable a las sequías, las últimas de las cuales se sucedieron en el último cuarto del primer milenio. Estas sequías trajeron consigo hambre y cambios sociales catastróficos y provocaron el colapso de la civilización maya.

Estas gentes nunca hablaron del fin del mundo, y a los que quedan solo les preocupa que llegue el final de cada día y que venga el siguiente.