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Sembrando cultura
Se habla a menudo, y no siempre con fundamento, de las precarias condiciones de la educación en España, con un profesorado escasamente motivado, una casi nula implicación de la sociedad en las tareas educativas y una administración que se desentiende de la problemática educativa y se limita a crear nuevas leyes educativas a gusto del gobierno de turno, sin proponer con seriedad un pacto social por la educación. Echando la vista atrás hacia un pasado no muy lejano observamos que la situación no era mejor hasta la llegada de la Segunda República en 1931, con añejas y obsoletas estructuras, una deficiente dotación de medios, un profesorado insuficiente, mal pagado y peor considerado, y un nivel cultural y de alfabetización que dejaba mucho que desear. La República, cuya instauración en 1931 supuso un cambio radical de rumbo en este país, se marcó el ambicioso objetivo de reformar la educación y rescatar para la cultura y el conocimiento a la población del medio rural. Así nacieron las misiones pedagógicas, apenas mes y medio después de la proclamación de la República.
Era tarea suya “difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población rural”. Su organización dependía de un patronato a cuyo frente estaba nada menos que Manuel Bartolomé Cossío, alumno, compañero y sucesor de Francisco Giner de los Ríos, creador de la Institución Libre de Enseñanza. Cossío ya llevaba cincuenta años albergando la idea de acercar la cultura a los pueblos más desfavorecidos. De este Patronato también llegó a formar parte Rodolfo Llopis, que fue Director General de Enseñanza Primaria, profesor de la Escuela de Magisterio de Cuenca y concejal del ayuntamiento.
De izquierda a derecha, Ricardo Rubio, Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío.
Las Misiones Pedagógicas desarrollaron su labor entre los años 1932 y 1934, hasta que el triunfo de la derecha de 1935 desembocó en grandes recortes presupuestarios en el ámbito educativo, y que la posterior guerra civil reventara cualquier asomo de culturización. Con este proyecto de educación y expansión cultural se crearon miles de bibliotecas, se organizaron lecturas y exposiciones, se celebraron semanas pedagógicas y paseos por el entorno, se hicieron representaciones teatrales y se pusieron a disposición del pueblo numerosos proyectores de cine para acercarles el arte del celuloide. Tenían también museos itinerantes e impartían charlas y conferencias de carácter educativo y cultural. Participaron incontables profesores, maestros, estudiantes, escritores y artistas comprometidos en la difusión de la cultura y el conocimiento.
En septiembre de 1932 llegaron las misiones a la provincia de Cuenca, más concretamente a la localidad serrana de Beteta y su comarca. Formando parte de uno de los grupos de voluntarios que se crearon figuraba María Zambrano. Ella y sus colaboradores se trasladaban cada día a El Tobar, andando o en caballerías. "Misión es sacrificio deleitoso", decía. Oían música, leían poesía, veían cine, se impartían charlas y, con todo ello, se congregaba a la población de todas las edades. La gente, que acaso alguien podría señalar como ignorante y ruda, quedaba encantada y agradecida, y con ganas de aprender más y más. La ágil pluma de María Zambrano supo describir la dureza de aquella tarea en un entorno difícil y con malas condiciones meteorológicas. Pero la lluvia y el barro del camino no fueron capaces de frenar el ímpetu de los misioneros pedagógicos.
María Zambrano (1904-1991)
Fácil es entender que una visita de las misiones —a la comarca de Beteta fueron dos veces— no pudo resolver las innumerables carencias culturales, higiénicas y de otro cariz que adornaban estos pueblos aislados, que habrían sido necesarias muchas más misiones para cultivar la mente de sus habitantes, pero tales carencias eran proporcionales a la escasez de medios económicos y materiales facilitados por la administración. No obstante, queda en la memoria de propios y extraños el alivio intelectual que dejaron en pueblos y aldeas las escuelas, teatros y museos itinerantes que realizaron el esfuerzo de llegar hasta ellos. Por increíble que parezca, aún hoy contamos con privilegiadas mentes altruistas que se ofrecen y ofrecen a los demás sus conocimientos y parte de su patrimonio para conservar y extender un acervo cultural que nos pertenece a todos. El medio rural sigue necesitando ese apoyo cultural que algunos aún le niegan, instalados como están en el ancestral empeño de no permitir una ciudadanía crítica y responsable con el entorno, participativa y comprometida con los demás.