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Serendipias

Historia

Cristóbal Colón estaba convencido de poder abrir una nueva vía que uniera la vieja Europa con la no menos vieja Asia, de donde llegaban tantos productos y riquezas desde varios siglos atrás. Una vía que evitara los continuos ataques de bandidos y piratas que esquilmaban las caravanas y flotas enviadas por los comerciantes europeos. Sin embargo, cometió un error de cálculo que compartía con sus contemporáneos: que la Tierra era mucho más pequeña de lo que es en realidad. Uno de los errores de cálculo más famosos de toda la historia de la geografía, aunque fue a la postre uno de los más fructíferos.

Tal vez Colón, de haberlo sabido, podría haber echado la culpa al sabio greco-egipcio Claudio Ptolomeo (100 – 170 d.C.), cuya Geographia describe el mundo de su época y sirvió de guía a cartógrafos durante siglos, pero incluía notables errores en cuanto a distancias. Pero Ptolomeo también podría escudarse en que esos datos fueron tomados de Posidonio (135 – 51 a.C), quien calculó que la Tierra era un 25% más pequeña de lo que era en realidad. Total, un cúmulo de errores.

Así, cuando Colón alcanzó las costas de Guanahani, isla que él bautizó como San Salvador, creyó haber llegado a la India, cuando en realidad había descubierto un nuevo continente. Siempre digo a mis alumnos que las equivocaciones son buenas maestras porque a través de ellas también llegamos a resultados felices.

Cualquiera de nosotros diría que ese error de Colón, que terminó en un gran descubrimiento, fue una auténtica casualidad. Pero la manía que tenemos de otorgar nombres nuevos a lo viejo, hace que esto se conozca también como serendipia. Curioso término el que uno puede conocer navegando en las fértiles travesías de la lectura y que heredamos del mundo anglosajón. La propia Real Academia reconoce textualmente que es un término “Adaptado del inglés serendipity, y este de Serendip, hoy Sri Lanka, por alusión a la fábula oriental The Three Princes of Serendip, «Los tres príncipes de Serendip»”. En este cuento, unos príncipes solucionan sus problemas gracias a increíbles casualidades. Pues bien, la RAE define serendipia como “hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual”.

Alexander Fleming

 

O sea, que lo de Colón fue una serendipia, como lo fue el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming y mucho antes el de los principios de la hidrostática por Arquímedes. Y así podríamos decir de cientos de casos que en la historia de la ciencia han sido. El viaje a la luna de Julio Verne —en el que incluso la nave espacial se llamaba Columbiad— o los fallidos inventos de Leonardo da Vinci —máquina voladora, submarino, carro de combate— bien pudieron ser serendipias. Pero alguien que recele de todo esto podría afirmar acertadamente que la suerte o la casualidad no sirven de mucho si estamos ociosos. Fue Picasso quien dijo que “la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”.

Arquímedes

 

En la Naturaleza las cosas pasan siguiendo unos procesos que apenas estamos entendiendo a la luz de las leyes naturales, leyes que permiten a los científicos predecir acontecimientos con una determinada antelación. Pero la realidad es tozuda y se empeña en dar paso de vez en cuando a casualidades, sucesos aleatorios que aún entendemos menos. O no tan “de vez en cuando”, pues resulta que la frecuencia de los fenómenos casuales es mayor que los que se ajustan a leyes naturales.

Leonardo da Vinci

 

Vemos así cómo los fenómenos naturales se mueven entre el determinismo y la probabilidad, entre la regularidad y la irregularidad, entre lo predecible y lo impredecible. Curiosa paradoja la que termina explicando la armonía mediante el caos, y viceversa.