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Una nueva forma de entender la naturaleza
Lo confieso, formo parte de la pléyade de personas que apenas conocen una pizca de este naturalista viajero. Entre lo poco que sabía puedo contar lo de la corriente oceánica frente a las costas de Chile y Perú que lleva su nombre. Ahora descubro también que a él se deben términos que escuchamos prácticamente todos los días: isoterma, Jurásico… Aunque algo consuela —ya se sabe, mal de muchos…— notar que ni siquiera en su país, Alemania, son valoradas su obra y su figura. Por eso la lectura de La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf (Taurus, 2017), ha sido toda una apertura de horizontes para descubrir la personalidad de Alexander von Humboldt.
Un retrato de Alexander von Humboldt, realizado por Friedrich Georg Weitsch.
Considerado por algunos como el científico más grande del siglo XIX, Humboldt fue un viajero incansable convencido de la necesidad de medir y analizar la naturaleza. Su propósito era descubrir cómo todas las fuerzas naturales están entrelazadas. Su comprensión de la naturaleza se basaba en observaciones científicas y una fuerte implicación emocional. Allá donde iba, cargaba con varios baúles y cajas de instrumentos de medida y cuadernos de anotaciones, y con ello quería despertar el amor a la naturaleza, pero sobre todo experimentarla a través de los sentimientos. Supo así revolucionar nuestra manera de ver el mundo natural como una red vulnerable en la que todo se sostiene junto, perfectamente relacionado. Humboldt fue un visionario capaz de predecir y advertir sobre las consecuencias de un posible cambio climático provocado por el ser humano y de las consecuencias irreversibles que eso podría tener para las futuras generaciones, de los efectos derivados de la deforestación, de la capacidad del bosque para enriquecer la atmósfera con su humedad y su efecto refrescante, de su importancia para retener el agua y proteger el suelo contra la erosión, de su influencia en el clima mediante la emisión de oxígeno. Así se expresaba en su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente:
“Cuando los bosques se destruyen, como han hecho los cultivadores europeos en toda América, con una precipitación imprudente, los manantiales se secan por completo o se vuelven menos abundantes. Los lechos de los ríos, que permanecen secos durante parte del año, se convierten en torrentes cada vez que caen fuertes lluvias en las cumbres. La hierba y el musgo desaparecen de las laderas de las montañas con la maleza, y entonces el agua de lluvia ya no encuentra ningún obstáculo en su camino; y en vez de aumentar poco a poco el nivel de los ríos mediante filtraciones graduales, durante las lluvias abundantes forma surcos en las laderas, arrastra la tierra suelta y forma esas inundaciones repentinas que destruyen el país.”
Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland recogiendo plantas al pie del Chimborazo (Wellcome Library, Londres)
Sin saberlo, Humboldt se convirtió en el padre del movimiento ecologista.
Las ideas y escritos de Humboldt influyeron sobre naturalistas y escritores como Goethe, Wordsworth, Darwin, Muir o Thoreau. A Goethe, por ejemplo, lo conocemos más por sus obras literarias que por su fascinación por el origen de la Tierra, la botánica y la geología. Se mostraba más interesado por la naturaleza —a la que llamaba “la gran Madre”— que por la gente, y estaba convencido de que los animales y los seres humanos tenían un antepasado común. Su estrecha relación con Humboldt llevó a este a creer en la importancia de la observación subjetiva de las cosas, en que la imaginación era tan necesaria como la razón para comprender el mundo natural. Charles Darwin dijo que nada estimuló tanto su entusiasmo como leer la Personal Narrative de Humboldt, y que no se habría embarcado en el Beagle ni concebido El origen de las especies sin Humboldt. William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge incorporaron el concepto de naturaleza de Humboldt a sus poemas. Henry David Thoreau, que tantas veces asoma por esta ventana, halló en los libros de Humboldt una respuesta a su dilema de cómo ser poeta y naturalista, y reconoció que Walden habría sido un libro muy distinto sin él.
Detalle del Naturgemälde (Cuadros de la Naturaleza) de Humboldt.
Humboldt describió el planeta como un conjunto natural animado y movido por fuerzas internas, idea que más de 150 años después recogió James Lovelock para su teoría Gaia. Se alejaba de la perspectiva antropocéntrica que había regido la relación del hombre con la naturaleza desde Aristóteles, para quien “la naturaleza ha hecho todas las cosas específicamente al servicio del hombre”, idea repetida luego por Linneo. Humboldt, en cambio, estaba convencido de que la humanidad tenía que comprender el funcionamiento de la naturaleza, las conexiones entre todos sus elementos, y que el hombre no podía alterar su equilibrio a voluntad y en su propio beneficio. Solo si comprende sus leyes puede apoderarse de sus fuerzas para utilizarlas.
Planteó que las plantas estaban agrupadas en zonas y regiones, no en unidades taxonómicas, y esas zonas de vegetación estaban repartidas por todo el planeta. Algunas plantas decían tantas cosas sobre la humanidad como sobre la naturaleza, mientras que otras le permitían comprender la geología por que revelaban cómo se habían movido los continentes. Aunque las teorías de los movimientos de las placas tectónicas no se confirmarían hasta mediados del siglo XX, Humboldt estaba convencido de que la Tierra se había formado mediante sucesos catastróficos como erupciones de volcanes y terremotos, y dejó escrito en 1807 que África y Sudamérica habían estado unidas.
Adelantado a su tiempo, Humboldt se refería a los tres aspectos en los que la especie humana estaba afectando al clima: la deforestación, la irrigación descontrolada y las grandes masas de vapor y gas producidas en los centros industriales. Nadie antes había señalado así la relación entre la humanidad y la naturaleza.
Andrea Wulf indica que “a diferencia de casi todos los europeos, Humboldt no pensaba que los indígenas fueran bárbaros, sino que admiraba su cultura, sus creencias y sus lenguas. Hablaba más bien de «la barbarie del hombre civilizado» al ver cómo trataban los colonos y misioneros a la población local. Cuando regresó a Europa, llevó consigo una imagen totalmente nueva de los llamados «salvajes». De hecho, fue el primero que relacionó el colonialismo con la destrucción del medio ambiente, y sus reflexiones le llevaban una y otra vez a la naturaleza como un complejo entramado de vida y al lugar del hombre dentro de él. Por cierto, el papel de España en la colonización de América no queda bien parado.
Humboldt y Darwin
La influencia de Humboldt sobre Charles Darwin fue decisiva. El libro Personal Narrative formaba parte del equipaje de este en el Beagle, y fue una de las razones que le impulsaron a ofrecerse como naturalista en ese viaje alrededor del mundo. Confesaba que solo podía leer a Humboldt porque iluminaba como otro sol todo lo que contemplaba. Humboldt enseñó a Darwin a investigar el mundo no desde el punto de vista claustrofóbico de un geólogo o un zoólogo, sino desde dentro y desde fuera. Ambos tenían la rara habilidad de centrarse en el detalle más pequeño para luego salir a examinar las pautas globales. Cuando Humboldt leyó el Viaje en el Beagle supo reconocer la calidad de Darwin como científico, y los elogios públicos fueron interminables. Siguiendo los pasos de Humboldt, Darwin centró su interés en la distribución de los organismos por todo el mundo, elaborando sus propias ideas sobre las migraciones y el origen de las especies. Esto fue el germen de su teoría de la selección natural.
Las ideas de Humboldt siguen dando forma a nuestro pensamiento. La invención de la naturaleza es, en palabras de su autora Andrea Wulf, un intento de redescubrir a este naturalista y viajero y devolverle al lugar que le corresponde en el panteón de la naturaleza y la ciencia. Sus más de 500 páginas contienen un texto apasionante que nos ayuda a comprender por qué pensamos como lo hacemos hoy sobre el mundo natural.
Alexander von Humboldt en su biblioteca (Eduard Hildebrandt, 1856).
Más de veinte años después de su muerte, el 6 de mayo de 1859, Charles Darwin aún decía que Humboldt había sido el mayor viajero científico que ha existido, y nunca dejó de utilizar sus libros. Pero no fue el único admirador de sus obras, pues fueron el germen de las nuevas ciencias. La naturaleza era la maestra de Humboldt y la mayor lección que le había enseñado era la de la libertad. Para mucha gente Humboldt fue sencillamente el hombre más grande desde el Diluvio.