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Brújulas celestes, 1

Interpretación de la Naturaleza

 

Una delgada luna creciente —luna mora— trata de abrirse paso entre un rebaño de nubes. La línea imaginaria que une sus dos puntas señala al sur, y su estilizada figura no perturba la oscuridad del entorno, dominio del autillo y el silencio. Es momento de agudizar el oído, pues los sonidos viajan con mayor libertad. La música que escucho oscila desde el monótono runrún de los grillos hasta el intermitente roce de las hojas al paso del viento. El sereno paisaje sonoro no se ve superado por el lumínico de la bóveda celeste, donde los diminutos brillos estelares parecen seguirme a medida que avanzo.

 

 

Un claro importante nos permite observar atentamente el cielo. Encuentro la Osa Mayor, la constelación más evidente y mejor conocida, con forma de carro o cazo. Las dos estrellas exteriores del cuerpo de este cazo —Merak y Dubhe— forman un segmento que, prolongado cinco veces hacia arriba, nos ayuda a encontrar la Estrella Polar, imperturbable puntero del norte. Es Polaris, la única estrella inmóvil en el hemisferio boreal. Si estuviéramos en el Polo, la tendríamos justo encima de nosotros. Dedicando unos minutos a la contemplación del firmamento, llegaríamos a percibir cómo la Osa Mayor gira en sentido contrario a las agujas de un reloj, teniendo a Polaris como centro.

 

 

No lejos de allí, mirando hacia el este, anda Casiopea, la presumida reina de largos cabellos que parece postrada en un diván. Las cinco estrellas de esta constelación forman una W abierta que también nos puede servir para localizar a Polaris. Y la geometría volvería a ser una eficaz herramienta. Las dos estrellas del extremo de esa W forman un segmento que, girado 90° hacia la izquierda y doblada su longitud, forma una imaginaria L cuyo punto superior es la Estrella Polar.

 

 

La oscuridad de la noche permite prolongar la parada, poniendo a prueba el sentido de la vista dirigido al cénit, mientras el oído continúa concentrado en sonidos terrenales. A medida que avanza el año, el mapa de estrellas experimenta cambios. Unas constelaciones se ocultan tras el horizonte y otras surgen en el oscuro fondo de la noche. Una vez localizado el norte con la ayuda de la Osa Mayor y Casiopea, solo tendría que darme la vuelta para encontrar el sur, pero he optado por seguir utilizando las estrellas y la geometría para confirmar que los cálculos son correctos. Me servirá para ello la figura del gigante Orión, el cazador, formada por un pentágono y un trapecio unidos por tres estrellas en línea recta que representan un cinturón. Bajo este trío, en el centro del trapecio, cuelgan otras tres luminarias, aunque, en realidad, la segunda no es una estrella, sino una nebulosa, la Nebulosa de Orión, algo más borrosa que las otras dos. Este conjunto forma la espada de Orión, y señala al sur. Si no es posible localizar la espada, podemos utilizar las dos estrellas que se encuentran a la izquierda del pentágono y el trapecio, Betelgeuse y Saiph, respectivamente. La línea imaginaria que las une también señala al sur.

 

 

Como vemos, los astros nos facilitan la tarea de orientarnos a lo largo del año. No es preciso para ello buscar los que se encuentran a varios años luz y que a veces se muestran esquivos a nuestra mirada. El sol y la luna nos echan una mano si aprendemos a interpretar sus movimientos en la bóveda celeste.