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Brújulas celestes (2)
Hemos descubierto el norte y el sur con ayuda de las estrellas, pero ¿son igualmente asequibles el este y el oeste? En teoría, sí. Cuando miramos a Polaris, sabemos que a nuestra derecha queda el este y a la izquierda el oeste. Y suele decirse que tanto el sol como la luna salen por el este y se ponen por el oeste. Pero esto no es del todo cierto, al menos en nuestras latitudes. En el caso de la luna, sí, y para observarla debemos dar la espalda a Polaris, pues la luna gira en la mitad sur del cielo que vemos.
En cuanto al sol, solo sale por el este y se oculta por el oeste en los equinoccios, es decir, al comienzo de la primavera y el otoño, fechas en que el día dura lo mismo que la noche. En cambio, durante el solsticio de verano, en torno al 21 de junio, el sol sale entre el este y el nordeste, y se pone entre el oeste y el noroeste. En su recorrido describe la trayectoria más larga del año, aunque su punto más alto se sitúa a unos 60° sobre nosotros. El día tiene una duración de 15 horas y 30 minutos. Por el contrario, en el solsticio de invierno, en torno al 21 de diciembre, el sol sale entre el este y el sureste y se pone entre el oeste y el suroeste, describiendo la órbita más corta y más baja del año, determinando también el día más corto, 9 horas y 17 minutos. Decir por dónde sale o se pone el sol carece de sentido en el mismo Polo Norte, donde estaríamos pisando los 24 husos horarios, lo mismo que hablar de amanecer y anochecer, de mañana, tarde y noche. Allí, en invierno, el Sol se levanta levemente por el sur y vuelve a acostarse prácticamente en el mismo punto. El día del solsticio no veríamos ponerse ninguna estrella, todas se moverían lentamente de izquierda a derecha en paralelo con el horizonte. Y en el solsticio de verano el Sol describe una órbita de 360° como si fuera caminando por el horizonte (1). Si los meridianos fueran algo parecido a toboganes, podríamos coger el que nace a 2° O y deslizarnos con suavidad hasta llegar prácticamente al centro de la provincia de Cuenca. Tal vez estos curiosos detalles nos inviten a pensar que en el Ártico hay menos luz solar que en nuestras latitudes y, sin embargo, al cabo del año recibe la misma cantidad, aunque de golpe y con una mayor inclinación.
En la gráfica podemos ver por dónde sale y se pone el sol en los solsticios y equinoccios, así como el grado de inclinación sobre nuestra vertical.
Es fácil comprender que todo esto ejerza una poderosa influencia sobre los fenómenos naturales, pues el sol es el motor que mueve los hilos de la vida, y su recorrido por encima de nosotros y todas las formas vitales condiciona su desarrollo. En los equinoccios el día y la noche duran lo mismo. Entre el solsticio de invierno y el de verano el tiempo de luz solar aumenta unos dos minutos cada día, y a partir de entonces vuelve a disminuir hasta el equinoccio de otoño, y continúa así hasta el solsticio de invierno. Es una especie de montaña rusa que tratamos de reflejar en el siguiente gráfico:
Mientras asumimos estas curiosas realidades, continuamos el paseo, al anochecer, desde el amanecer, observando cómo cambian los paisajes, su biodiversidad, su luminosidad, su sonoridad. Aprendemos a conducir nuestros pasos con el sol, la luna y las estrellas, comprobando que un mismo entorno modifica sus atributos según la época del año, según la hora del día.
(1) Lopez, B. (2017). Sueños árticos. Capitán Swing, Madrid.