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Curiosidades emboscadas 2: el chaspe

Interpretación de la Naturaleza

Quién nos iba a decir que la creación de la Marina Real española en 1714 tendría tanta trascendencia para nuestros montes. Siglos antes el bosque ya proporcionó la materia prima para la construcción de barcos y edificios. Es posible que nadie se atreva a aventurar el número de naves que se fabricaron con los portentosos fustes que fueron los antepasados de los que ahora se levantan en nuestra Serranía. Pero no es nada descabellado —pues hay datos que lo confirman— decir que El Monasterio de El Escorial es uno de los monumentos más bellos e impresionantes gracias a la madera que aquellos esforzados gancheros acarrearon por nuestros ríos hasta Aranjuez.

Se hizo esto en una época en la que poco o nada se sabía de la sostenibilidad y de la necesidad de plantar a la vez que se talaba para no ver los bosques como llegó a verlos Felipe II, que con gran preocupación reflejó en una carta escrita en 1582:

“Una cosa deseo ver acabada, y es lo que toca a la conservación de los montes y aumento de ellos, que es mucho menester y creo que andan muy al cabo. Temo que los que vinieran después de nosotros han de tener mucha queja de que se los dejamos consumidos, y plegue a Dios que no lo veamos en nuestros días.”

Esta inquietud no fue patrimonio exclusivo de nuestro monarca. Años después, el inglés Henry Percy, 9º conde de Northumberland, escribió otra carta a su hijo donde resumió el triste legado que él y su generación dejaban a Inglaterra por la tala indiscriminada de árboles. En ella decía esto:

“No puedo por menos que reconocer mi ignorancia en esto como uno más, igual que tampoco ha sido menor mi despreocupación. Hubiera sido sencillo proteger los bosques de los que no queda otro recuerdo que las raíces arrancadas y carcomidas. Pero ahora te ves obligado a sembrar bellotas para conseguir combustible para tu casa de Petworth, cuando yo podría haberlo tenido en abundancia de no haber sido por despreocupación e ignorancia.”

La llegada de los Borbones a España, con la que se inicia el siglo XVIII, puso en el centro de los intereses monárquicos la situación de los bosques o, por mejor decir, la falta de bosques. Así, Felipe V ordenó la plantación masiva de árboles y Fernando VI dictó disposiciones como la Real Ordenanza para el aumento y conservación de montes y plantíos (1748), que obligaba a cada vecino a plantar cinco árboles al año.

Volvamos a 1714. La Marina Real se hace cargo de la gestión forestal, especialmente de los montes situados en las inmediaciones del mar y ríos navegables. Esto tenía su lógica por las posibilidades de transporte. Casi la mitad de los montes españoles pasaron así a depender de la Armada, que, al fin y al cabo, se nutría de los bosques para la construcción naval y era por ello la primera interesada en su uso y aprovechamiento. El objetivo no era otro que mantener el potencial español en el mar.

La Armada Invencible navegando frente a Cornualles (Nicholas Hilliard, 1547-1619)

 

La gestión de los montes a cargo de la Marina Real tuvo consecuencias positivas: se estableció el primer sistema de administración forestal y un mayor control para evitar los continuos abusos. Así, un particular que quisiera cortar un árbol debía solicitar el correspondiente permiso a la Marina y plantar a cambio tres árboles. La Marina practicaba las talas que consideraba necesario, pero también realizaba repoblaciones. En el proceso de corta se marcaban los pies que debían conservarse y también los que debían ser cortados. La marca de estos últimos consistía en un golpe practicado con el hacha levantando levemente la corteza, casi de refilón, sin profundizar en la madera. Este golpe recibía el nombre de chaspe, pues los marinos decían que dar el chaspe era rozar con un cañonazo a un barco sin alcanzarlo de lleno, permitiéndole seguir navegando.

Chaspe sobre pino rodeno (Pinus pinaster), con su número de identificación.

 

Parcela de bosque señalada con el chaspe.

 

El chaspe es algo que seguimos viendo en nuestros montes y forma parte de la gestión forestal heredada de la Marina Real, cuando aún se mantenía el sueño de conservar la famosa selva del mar que Lope de Vega recogió en uno de sus sonetos y que llevó al agotamiento de los bosques en el siglo XVI.