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Curiosidades emboscadas 5: Más cosas de los troncos

Interpretación de la Naturaleza

Hagamos un pequeño ejercicio de predicción a cuenta de la primera imagen que acompaña a estas líneas. Vemos dos troncos de pino que se cruzan y entran en contacto, de tal modo que, al cabo del tiempo, se soldarán lentamente. Es importante que sean de la misma especie, pues de lo contrario tal prodigio de la Naturaleza no será posible. Un buen día la parte superior de uno de ellos comenzará a deteriorarse y solo quedará un árbol con dos patas. Pero habrá que esperar varios años para comprobar que el vaticinio se cumple.

En la siguiente imagen se presenta el árbol come-cables. Con frecuencia se colocan cables y otros objetos en contacto con los troncos de los árboles, que siguen haciendo crecer su corteza haya lo que haya. Y como no pueden desprenderse de esos molestos objetos, optan por envolverlos, quedando a veces una antiestética cicatriz.

En nuestros paseos por el monte debemos ir atentos a las zonas donde hay charcos o barrizales. Con toda probabilidad serán utilizados por los jabalíes para bañarse y eliminar parásitos de su piel. Son las bañas. El siguiente paso es rascarse en un tronco o una piedra, llegando a dejar cerdas en la corteza. Estos troncos no están lejos de las bañas y reciben el nombre de rascaderas. La altura de la rascadera nos dará una idea del tamaño del animal.

¿Quién se entretiene en modelar el tronco de la forma que vemos en la siguiente imagen?

Se trata de otra planta, una enredadera que se ha enroscado en su tronco (una madreselva, una clemátide…). El caso es que la trepadora se adhiere de tal forma que la víctima no puede hacer otra cosa que fabricar madera para rodear a su huésped, llegando a “tragarse” completamente a la liana o a romperla. Pero las cicatrices de la batalla quedan.

Otra de las formaciones más habituales que encontramos es la mierera conocida también como coquera o resiego, un hueco practicado durante generaciones por los pastores en la base de pinos y sabinas para obtener teas con las que encender fuego. El término procede de miera, que es el resultado de destilar ramas de enebro o teas obtenidas de un tocón de pino, aunque ha llegado a asimilarse a la propia resina. El hecho de que estas miereras estén negras se debe a que los pastores las quemaban para cicatrizar la herida y evitar la muerte del árbol. Más tarde se podía usar como refugio en días fríos o ventosos.

Y dejo para el final una de las escenas más curiosas que he encontrado en el monte, el beso, un gesto provocado por la cercanía y el contacto. En la imagen vemos cómo dos troncos de majuelo generan corteza como consecuencia del roce, y ya se sabe, el roce hace el cariño.

Aunque más sorprendente aún es lo que parece un acto de fagocitación del árbol hacia la piedra. Esta tuvo la ocurrencia de caer y entrar en contacto con el árbol y posiblemente le provocó una herida. El árbol, para protegerse, comenzó a generar madera hasta el punto de empezar a envolver a la roca. Llegar a ver el final de esta historia puede llevarnos algo más de una vida.