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Curiosidades emboscadas 7: Por los suelos
Los primeros días de la primavera invitan a realizar numerosas incursiones en el campo. Utilizo de forma premeditada el término incursión porque pienso que ir al campo no es “hacer una excursión”, sino adentrarse en él, penetrar en su intimidad para explorar la nuestra. En medio de estas meditaciones, encuentro un charco en el camino orlado con una estrecha banda de color amarillo. No se trata de que alguien haya derramado algún producto en el agua. La respuesta la tenemos más arriba, en los pinos que nos rodean. Sí, entramos en época de floración, y los pinos llevan millones de años valiéndose del viento para esparcir su carga genética (anemofilia), ese polen que en gran parte se pierde y cae al suelo o se deposita en el agua, terminando por acumularse en sus orillas. Es la lluvia de azufre o lluvia amarilla. El polen, en realidad, puede viajar suspendido en el aire por tiempo indefinido y recorrer distancias kilométricas, causando no pocos problemas a alérgicos y asmáticos, hasta que la lluvia lo arrastra al suelo, formando estos curiosos ribetes que encontramos en nuestro paseo.
Más adelante tenemos la suerte de encontrar esto:
Es la muda de una culebra. Sabemos que algunos reptiles cubren su piel con escamas de los colores y formas más variopintos, y lo hacen para proteger su cuerpo, evitar la pérdida de humedad, camuflarse y facilitar sus movimientos. Incluso los ojos están protegidos por escamas, eso sí, transparentes, y por ello siempre están abiertos. Como culebras y serpientes se desplazan arrastrando su cuerpo, la fricción con el suelo o las ramas provoca calor, es decir, pérdida de energía, algo que evitan con el escudo protector de las escamas. Es tan sencillo de comprobar como frotando las manos con o sin guantes. El caso es que a ellas también les da por crecer, de modo que necesitan cambiar de talla de camisa periódicamente, y este cambio lo hacen de una tirada, o sea, que la camisa sale de una pieza. Esta estrategia tiene también sus ventajas profilácticas, pues permite la eliminación de posibles parásitos, razón por la que se ha identificado a las serpientes con el rejuvenecimiento y se han convertido desde hace siglos en símbolo de la medicina.
No es habitual encontrarse una cuerna de cérvido en el suelo, y si ocurre la guardamos como un tesoro, la llevamos a casa, la limpiamos y la colocamos en algún lugar destacado. Siempre podremos recordar el monte donde tuvimos la suerte de tal hallazgo, mantendremos una relación especial con ese lugar. Sin embargo, si lo que encontramos es un simple fragmento, normalmente lo desechamos por su escaso interés ornamental. Pero hay algo que suele pasar desapercibido y que conviene tener en cuenta. Esos fragmentos de cuerna están con frecuencia roídos, lo que nos da pie a una pequeña investigación.
La cuerna es un hueso de aspecto tubular, más o menos aplanado en algunas zonas, que cada año crece rápidamente y cuyo grosor influye en su resistencia a la fractura: las paredes de la cuerna de un ciervo bien alimentado son más gruesas que las de un ejemplar con déficit de nutrientes. Y esa calidad de la alimentación es importante desde la lactancia, pues tiene efectos sobre el tamaño y el peso de la cuerna, con lo que eso significa para su poseedor en el momento de la reproducción. En todo caso, como hueso que es, está formada por un 30-40% de proteína y un 60-70% de minerales, especialmente fosfato cálcico, responsable de la resistencia y rigidez del hueso. Pero hay otros minerales en menor cantidad: sodio, potasio, magnesio, zinc, hierro, silicio, etc. Y esto es lo que algunos animales, incluyendo a los propios cérvidos, buscan al roer las cuernas caídas para completar el aporte en minerales de su dieta.
Sigamos caminando sin perder detalle de lo que nos rodea a nuestros pies, a nuestro lado o sobre nuestras cabezas distraídas.