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Curiosidades emboscadas 8: La jardinera fiel

Interpretación de la Naturaleza

El Abuelo es un magnífico ejemplar de pino negral (Pinus nigra) que vive en el monte de Los Palancares. Está bien bautizado, pues, aunque se desconoce su edad exacta, se cree que tiene más de 500 años, considerándose el pino más antiguo de nuestros bosques serranos. Su labor en la continuidad de la especie es, por tanto, incuestionable. Su altura se calcula en casi 30 metros y el perímetro de su fuste supera los 4 metros. En fin, una joya monumental que, a pesar de las numerosas visitas que recibe, aún se conserva bastante bien. Acudo a este lugar con cierta frecuencia, pero no por la vía más practicada por la inmensa mayoría, la del coche, sino recorriendo el sereno camino que une este añoso pino con el Candelabro, a pocos metros de la Torca de la Novia, otro grandioso negral que no le anda a la zaga en edad, con más de 400 años, aunque algo más pequeño, unos 20 metros.

No lejos del Pino Abuelo, lamiendo el margen del camino, encuentro un pequeño rodal de plantones de encina que no levantan un palmo del suelo. La cosa no debería llamar la atención ya que es habitual toparse con tal guardería de jovenzuelos a la sombra de mamá encina, renuevos que brotan de semillas caídas o de la misma raíz materna. Sin embargo, la parada para observar más de cerca este hallazgo es obligatoria porque lo que hay al cuidado de estos pimpollos de encina no es una encina, sino pinos. La encina más cercana a estos mozalbetes está a unos quince o veinte metros. Cualquiera sabe que una bellota puede rodar sobre un terreno en pendiente, pero aquí el suelo es llano. Es difícil que esa bellota haya viajado tantos metros desde la encina para llegar hasta este rodal bajo un pino. Primera conclusión: la llegada de las bellotas no es casual, alguien las ha traído.

Vale, tomemos este camino y recordemos que hay animales que se alimentan de semillas y que, una vez satisfecha su hambre y en previsión de futuros episodios de necesidad, recogen esas semillas y las guardan en sus despensas, que pueden estar en agujeros de los troncos, grietas de las rocas o en el mismo suelo. Nos vamos acercando. A la memoria nos vienen ejemplos de aves que practican esta costumbre y que suelen recuperar su botín cuando les hace falta. Su éxito es de alrededor del 90%, demostrando así una poderosa memoria, pero queda un 10% de fracasos que se convierten en nuevas plantas capaces de crecer en lugares tan inverosímiles como una roca vertical. Aquí tenemos el trepador azul o el arrendajo. Este último es capaz de almacenar semillas durante la época de producción para alimentarse de ellas en invierno o en la primavera siguiente.

Pero el arrendajo tiene un pequeño problema: sus patas no están preparadas para practicar un agujero de varios centímetros de profundidad en el suelo como el que he encontrado cerca del Pino Abuelo. Como mucho, remueve la hojarasca, deposita su tesoro y lo vuelve a cubrir. No, el arrendajo no ha sido, hay que pensar en otro animal que se alimente de bellotas y otras semillas y con capacidad para escarbar. ¿No habrá sido una ardilla? Este simpático roedor reúne todos los requisitos: se alimenta de brotes tiernos, bayas, hongos y, sobre todo, frutos secos y semillas que almacena en el suelo o grietas de árboles y rocas en épocas de abundancia, para luego recuperarlos durante la escasez. ¿Por qué aquí encontramos brotes de encina germinados hace poco? Porque la memoria de la ardilla no le da siempre para recordar dónde enterró las bellotas o no tuvo necesidad de recurrir a su despensa.

Indudablemente estos animales, sin ser conscientes de ello, se convierten en inseparables aliados del bosque al favorecer la repoblación forestal por medio de sus improvisados reservorios de semillas. Quienes sentimos una pertinaz inclinación por las arboledas tenemos en estos fieles jardineros a unos inseparables socios en la lucha por la conservación de la biodiversidad.