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El libro de la naturaleza (1)

Interpretación de la Naturaleza

 

No es bueno alejarse de la naturaleza. Vivimos una aparente expansión similar a la del universo, donde todo tipo de astros se van distanciando. Con frecuencia se presentan circunstancias que nos empujan a ello, y pasado un tiempo, variable según la persona —aunque en algunas no sucede—, nuestro sistema nervioso se muestra afectado por la ausencia de espacios abiertos, se apodera de nosotros la ansiedad, notamos falta de concentración, mal humor. Por eso necesitamos forjar y reforzar vínculos con el entorno natural, aunque esto no signifique solo desplegar los cinco sentidos, sino saber interpretar toda la información que nos transmite, dejar que hable la naturaleza, escucharla, comprenderla. Podemos percibir unos hechos determinados, pero ¿conocemos su significado?

Al final de cada primavera, con la llegada del calor, el aire se inunda con las incansables estridulaciones de las cigarras. Los machos exhiben sus dotes musicales para marcar territorio y atraer a las hembras, y estas realizan la puesta en algún arbusto, tras lo cual mueren. Misión cumplida. Esto es un hecho, pero ¿por qué sucede invariablemente cada verano? En un claro del bosque un oso persigue tenazmente a la hembra en celo y, tras los consabidos juegos amorosos, consigue aparearse con ella, y tras ello se aleja convencido de que la próxima camada llevará sus genes. Minutos después otro macho se acerca a la misma hembra con similar objetivo, y esta cede a sus pretensiones. Esto es un hecho, pero ¿por qué ella se ha dejado seducir por dos machos?

 

 

La estridulación del macho de cigarra no se produce porque no tenga otra cosa que hacer, sino que ha sido potenciada por el calor. A más calor, más intenso es el concierto. Y la necesidad de darle continuidad a su carga genética lleva a algunos machos al agotamiento e incluso la muerte. En el caso de los osos, lo inmediato sería pensar que la hembra ha hecho gala de un comportamiento bastante promiscuo, al menos desde la óptica humana. Pero, en realidad, el objetivo de la hembra era hacer creer a los dos machos que la camada sería suya, no del otro, pues a veces tienen la fea costumbre de eliminar a los hijos de otros machos para que la hembra vuelva a entrar en celo y les ofrezca una oportunidad de procrear. Este es el significado de tal actitud.

Son dos sencillos ejemplos que muestran la importancia de saber leer el libro de la naturaleza, un libro que nos habla del valor de “ver” las cosas, dando por sentado que el acto de ver, lo que se dice ver, se realiza con el apoyo de algún sentido más que el de la vista. No se aprende a ver el entorno en los libros, sino mediante el contacto directo con la naturaleza. La acción de ver se encuentra en la mente, y ante ella comparece a través de los sentidos. Al hablar de estación de escucha cometeríamos un error si centrásemos la atención de las cosas por medio del oído. Es cierto que por él acceden los sonidos, pero la práctica ha de encargarse de hacernos ver lo que escuchamos, oler los aromas del paisaje sonoro, palparlo, saborearlo.

 

 

En esto se resume la estación de escucha, de modo que nuestros sentidos no sean tan impostados como los que pueda tener una estatua o un muñeco de nieve. Si cogemos el gusto por la práctica de afinar los sentidos, lo haremos bien, como hace el pescador que conoce las costumbres de la trucha y sabe dónde echar el anzuelo. Si actuamos como insensibles peleles que tienen los sentidos de adorno, nunca disfrutaremos de nuestros paseos en la naturaleza. Sería como disparar a lo primero que se mueve o tirar el anzuelo en un charco del camino. La estación de escucha se convierte así en una delicada combinación de conocimiento y amor por la naturaleza. Todos tenemos acceso a los espacios abiertos, pero solo nos recrearemos en ellos a través del conocimiento y el amor, contemplando y asimilando con la mente lo que nos rodea. De lo contrario, vamos camino de transformarnos en estatuas que se muestran indiferentes a las bellezas naturales. El buen observador ha de captar el mayor número posible de marcas, rasgos, huellas y murmullos con los que habla y escribe la naturaleza su gran libro, por muy sutil y furtiva que se revele tal escritura.

(Continuará)