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Escritos en el suelo

Interpretación de la Naturaleza

 

A veces no demostramos la confianza que merecen nuestros sentidos. Será porque no los utilizamos con la frecuencia e interés necesarios. Ni con la debida atención para leer los mensajes que transmite el entorno. Un paseo por cualquier camino —no es preciso que nos alejemos demasiado del lugar en que vivimos— propaga tanta información que sería impensable recogerla en unas cuantas líneas. Unos leves hoyuelos en el suelo pueden hacernos pensar que alguien ha estado jugando con la arena, como si hubiera querido limpiar pequeños espacios circulares. Pero el rastro, en realidad, ha sido dejado por unos gorriones que aprovecharon la tierra y las piedrecillas para lavarse. Se trata del mismo baño en seco que practican las gallinas y otras especies para librarse de insectos y garrapatas que se ocultan en el plumaje.

Tanto el barro como la arena se prestan a ser leídos, pero hace falta saber mirar y dedicar algo de nuestro precioso tiempo para incrementar las posibilidades de éxito. Esto nos permitirá encontrar curiosos senderos que parecen hechos por la mano del hombre, pero fueron diseñados por el continuo paso de los animales. Observando estos rastros nos preguntaremos dónde está el principio y fin de cada uno, por qué los miembros de la manada no caminaron por sitios diferentes o si llegaron a algún tipo de acuerdo para transitar todos por el mismo, formando una especie de fila india. Tal vez el inicio de estas trochas naturales se encuentre en el dormidero, y el destino sea el lugar escogido para beber agua o pastar. Y estas mismas sendas se volverán a recorrer al final del día. ¿No hacemos igual los humanos cada jornada para ir al trabajo o regresar a casa?

 

 

No es necesario memorizar todas las huellas de animales, pero, con el fin de iniciarnos en la interpretación de su escritura, basta con identificar las más habituales. Por ejemplo, las pistas dejadas por un perro y un gato son relativamente similares, pero hemos de recordar que un perro marca las uñas sobre la arena o el barro, cosa que no hace el gato. Este detalle se hace extensible a otros cánidos y felinos. Otro asunto es distinguir las marcas de un perro y un zorro, en cuyo caso tendremos que recordar que las de este son estrechas y puntiagudas, mientras que las del perro son más redondeadas. La huella del zorro es más alargada y esbelta que la del perro. Ambos tienen una almohadilla en cada dedo, menores y más separadas en el caso del zorro.

 

Huellas de perro y zorro

 

Otras de las huellas más comunes son las de conejo y liebre. Como no se desplazan de la misma forma, su impresión sobre el suelo tampoco es igual. La liebre escribe formando una media luna o L invertida, siendo las dos huellas delanteras las dejadas por las patas posteriores, de mayor tamaño que las anteriores. El conejo, por su parte, traza una especie de Y en la que las patas posteriores adelantan a las anteriores. El dibujo que deja es más pequeño que el de la liebre.

 

Huellas de liebre y conejo

 

Nos quedan los mamíferos con pezuñas: ciervo, gamo, corzo y jabalí —no incluyo al muflón y la cabra montés por ser menos habituales—. Curiosamente, estos animales tienen cuatro dedos, pero solo apoyan dos, los centrales, casi simétricos. Todos pueden dejar marca con sus pezuñas secundarias si pisan barro o nieve. La pezuña está formada por dos mitades casi iguales que se separan más cuanto más deprisa se desplaza el animal. Veamos las diferencias básicas de sus huellas impresas por animales adultos que van andando despacio.

 

Huellas de ciervo y gamo

 

Huellas de corzo y jabalí

 

Leer los rastros que la vida va imprimiendo en la naturaleza es un arte tan antiguo como la humanidad, pues durante buena parte de su evolución significó el ser o no ser, resultando esencial para la supervivencia. Fue esta una de las primeras habilidades que pusieron a prueba el uso de los cinco sentidos, algo que, con el paso del tiempo, se ha ido perdiendo en detrimento de una completa y estrecha relación con la naturaleza.

 

Más detalles:

  • Rodríguez Laguía, J; Rodríguez Estival, J. (2011). La Serranía de Cuenca a fondo. Edición propia, Cuenca.
  • Bang, P. (1999). Huellas y señales de los animales de Europa. Omega, Barcelona.