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Los árboles, brújulas naturales
Cuando se contempla una amplia panorámica de un valle es posible deducir que las laderas viven vidas diferentes. Tal vez una de ellas esté orientada al norte, la umbría, por lo que la luz del sol puede no llegar a incidir o hacerlo de perfil. Aquí la vegetación es densa, con abundancia de coníferas, quizá en convivencia con otras especies como tilos, avellanos, serbales, arces, mostajos…, todo ello aderezado con un gran cortejo arbustivo. La otra ladera, en cambio, se encuentra expuesta al sur, la solana, y el sol incide de lleno sobre ella. En este caso, la vegetación es más dispersa, con predominio de quercíneas (encina, quejigo) y gran sobriedad arbustiva. Suele ocurrir que las plantas germinan aquí unos días antes que en la umbría, de la misma forma que la vegetación del sur germina antes que la del norte.
Hoz del río Trabaque. Puede observarse la diferencia entre la vegetación de la ladera umbría, a la izquierda, y la solana.
También la altura condiciona el desarrollo de la vegetación. En terreno llano o a media ladera podemos encontrar bosques mixtos o predominio de quercíneas. Estas especies, con la elevación del monte, van dando paso a las coníferas, que, ya en la cumbre, desaparecen o adquieren un porte más bajo. Parece que las duras condiciones atmosféricas imponen su ley en las alturas y la vegetación se somete. Si vemos un árbol de escasa altura y tronco robusto, podemos afirmar que está preparado para soportar los fuertes embates del viento. O tal vez comprobemos que el estrato arbóreo es reducido y dominan especies de bajo porte, como la sabina rastrera, el enebro enano o el piorno.
Tristan Gooley (1) nos invita a comparar los ejemplares de un terreno llano o ligeramente hundido con los que crecen en un páramo o una cumbre. Los primeros alcanzan fácilmente los 25-30 metros de altura, y los troncos son más bien rectilíneos, pues han de buscar la luz solar por encima de sus vecinos y las laderas que los rodean. Sin embargo, en la cima suelen tener un porte más achaparrado, apenas llegan a los 10-12 metros de altura, y sus troncos y ramas suelen ser retorcidos.
Si a un árbol le ha dado por instalarse junto a un paredón rocoso o en la cercanía de otros ejemplares, será fácil que veamos cómo sus ramas se desarrollan solo por un lado, como si quisieran retirar la mirada de tales compañías. La razón es que buscan la luz del sol por la parte más expuesta. Es posible, incluso, que una rama que surgió mirando a la roca gire en sentido contrario para encontrar la luz. El agua también condiciona el crecimiento de los árboles. Los suelos secos producen árboles bajos. Y si el terreno es seco y ventoso, serán más bajos aún. Casi se diría que tienen vocación de bonsáis.
Todos estos factores vienen a indicarnos que una de las cosas más difíciles de encontrar en la naturaleza es la simetría. La atenta observación de los árboles nos permitirá descubrir otro detalle curioso. En nuestras latitudes el sol nunca alcanza la total verticalidad sobre nosotros, ni siquiera en verano. Sus rayos inciden más o menos inclinados desde el sur. Esto hace que las ramas de los árboles se desarrollen más y con mayor horizontalidad en el lado sur, mientras que las del lado norte tienden a la verticalidad y son menos vigorosas. El resultado es la asimetría: el árbol es más voluminoso por un lado que por otro.
Viendo este árbol, podemos saber dónde está el sur, aun cuando las nubes cubran el cielo.
¿Qué nos cuenta la corteza de los árboles? También es posible orientarse con ellas, especialmente en esos días en que el sol o las estrellas no son visibles. A menudo veremos que la cara orientada al norte es más oscura que la del sur. Esto se debe a que el árbol segrega su propio protector solar. Aunque lo más notorio es el crecimiento de musgos y líquenes en la cara norte, que es la más fresca. Algo parecido sucede con el color de las hojas de un árbol caducifolio. Las de la zona norte, más sombría, son más grandes y oscuras que las de la zona sur, observadas el mismo día y a la misma hora. O sea, que con frecuencia los árboles tienen hojas de sol y hojas de sombra. Le ocurre, por ejemplo, a la encina, cuyas hojas de sol son más pequeñas y espinosas que las hojas de sombra, situadas en la zona norte o en el interior de la copa, y estas son más grandes y de borde casi liso.
Estos y otros pequeños-grandes detalles se pueden percibir siempre que realicemos breves paradas en nuestros paseos. Las prisas ilustran poco.
(1) Gooley, T. (2019). Guía para caminantes. Ático de los Libros, Barcelona.