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“Así nació el Parque de San Julián”
Cuenca era una de las pocas capitales de provincia que en los primeros años del siglo XX aún no podía disfrutar de algo parecido a un parque, lo que entonces se llamaba “paseo”. Es cierto que había parajes que permitían el paseo relajado y la charla, como la Fuente de San Fernando. En estos lugares los conquenses de la más diversa condición se concentraban para hacer un repaso de las últimas noticias llegadas de Madrid, de los precios del pan, de la situación higiénica de las calles, de la relajación de costumbres capaz de dar al traste con la moralidad y el prestigio de la ciudad, del ferrocarril directo a Madrid o del tramo Cuenca-Utiel, de los acontecimientos acaecidos en la capital o en la provincia, de tal o cual diputado a Cortes, de los líos que se armaban en el Ayuntamiento…
Era aquella una sociedad tachada en no pocas ocasiones de apática, desalentada, resignada a su suerte, carente de iniciativa, sin ilusión ni estímulo. Bien es cierto que padecía hambre y pobreza, y la emigración y la mendicidad eran galopantes: las calles estaban llenas de mendigos a todas horas; y estos mimbres son incapaces de contener estímulo alguno. Pero también era una población que, masificada o no, pobre o no, necesitaba y reclamaba un lugar de esparcimiento que no estuviera en las afueras de la ciudad, entre otras razones porque no todo el mundo disponía de carruaje y mucho menos de automóvil.
¿Qué es lo que quería, lo que pedía a gritos la gente de toda condición? A falta de viviendas con parcela o jardín alrededor, al que poder dedicar horas de relajamiento en sus cuidados, viviendas cuya construcción comenzaba a ponerse de moda en muchas ciudades europeas, Cuenca necesitaba un paseo arbolado o parque, llamémosle como queramos, en el mismo centro de la ciudad donde poder aumentar el bienestar personal, disminuir la fatiga mental y, en definitiva, donde cambiar los estados de ánimo.
Salvo en los primeros años de su existencia, pocas veces ha necesitado el Parque figurar acompañado de su nombre. Cuando alguien menciona el Parque, todo conquense sabe a qué se está refiriendo. El Parque de San Julián, antaño Parque de Canalejas, siempre ha sido eso, el Parque. Y es que a los demás les añadimos un nombre, aun cuando a veces no sea el verdadero.
¿Por qué el Parque se merece un estudio? ¿Por qué es tan importante? En realidad, hay muchas cosas en la vida que solo tienen la importancia que queramos darle, esto es, una importancia subjetiva. Seguro que cada uno de nosotros podría dar cuenta de una relación especial con el Parque a poco que dejemos viajar a la mente durante unos segundos a través del tiempo. “A bote pronto”, haciendo un leve ejercicio de memoria, podríamos nombrar algunos juegos ya desaparecidos del mundo infantil o en trance de hacerlo, como el rescate, policías y ladrones, “barrabás treus” (ignoro la procedencia de este nombre y si está bien escrito), el látigo, el clavo, carreras de chapas y de canicas, el gua...
Pero, a pesar de todo, no cabe duda de que el Parque ha tenido, y aún conserva, lo que podríamos llamar una importancia objetiva, es decir, aquella que gran parte de la población de Cuenca le otorga desde el momento en que se convierte en algo muy significativo para esta ciudad: un lugar de encuentro para gentes de todas las edades y condiciones, un escenario inmejorable para todo tipo de espectáculos, un escaparate para diferentes actividades culturales, una plataforma para dar a conocer las más diversas ideas, propuestas, etc. o, simplemente, un oasis en medio del desierto.
Fragmento de la introducción al libro Así nació el Parque de San Julián.