Blog
Bajo el suelo que pisamos
Si alguien nos pidiera que hiciésemos una relación con las formas de vida que fuésemos capaces de descubrir en un minuto, rápidamente nos dispondríamos a mirar a nuestro alrededor, sentidos bien desplegados, y es posible que reuniésemos un apreciable catálogo de un par de docenas de seres vivos. Sin embargo, quizá no se nos ocurriría en modo alguno tirarnos al suelo y levantar la hojarasca o escarbar unos centímetros, acaso pensando que pocas posibilidades puede ofrecer eso que pisamos.
“Sabemos más del movimiento de los cuerpos celestes que del suelo que pisamos”. La frase podría pasar por una de esas expresiones lapidarias de algún afamado pensador o por una evidencia relativa al conocimiento que el hombre ha alcanzado del universo. Pero se ha quedado más bien en un lamento del ecólogo David W. WolfeDavid W. Wolfe (1) sobre el desdén que sentimos hacia lo que hay bajo la suela de nuestros zapatos. Dedicamos tiempo y esfuerzo en conocer animales a partir de un cierto tamaño, más que en estudiar las plantas; observamos el firmamento, escrutamos los océanos…, pero poco parece ocuparnos el conocimiento de hormigas, lombrices (a las que habremos de referirnos en próximas fechas), hongos (que no setas) o colémbolos.
Wolfe trata de dar una explicación. Será, quizá, que el hombre tiende a prestar atención solo a aquello que puede ver sin tirarse al suelo, o a todo lo que tiene una interpretación clara. El suelo mancha y poco más puede aportar. Sin embargo, olvidamos con extrema facilidad que en él se encuentra el origen de la producción de alimentos para la humanidad, que de su conocimiento y conservación depende la solución a graves problemas ambientales que nos aquejan —desertización, erosión, deforestación, conservación de la biodiversidad, emergencia climática, uso de recursos naturales, la pérdida de actuales o futuros fármacos…—.
Un solo pellizco de tierra cogida entre nuestros dedos puede albergar millones de microorganismos de miles de especies diferentes, muchas de ellas probablemente aún sin catalogar. Así pues, dado que tenemos dificultades para apreciar y conocer lo próximo, preferimos seguir cuestionando si realmente habrá vida en algún remoto lugar del universo, ignorando lo que la vida en el suelo es capaz de asombrarnos. Pero esto no es nada nuevo, ya lo decía Leonardo da Vinci. El suelo se encarga de iluminar nuestro desconocimiento recordando que la vida que hay bajo nuestros pies es mucho más numerosa de lo que observamos en la superficie. No obstante, la cortedad de miras que nos caracteriza haría imposible creer esto, máxime contemplando un inmenso paisaje lleno de vegetación donde tal vez habiten miles de especies de todo tipo.
De poder sumergirnos unos centímetros bajo la superficie, contemplaríamos algo parecido a una densa maraña de raíces entrelazadas que proporcionan el sustento a las hierbas, arbustos y árboles que vemos por encima, albergando una rica diversidad de micelios y seres diminutos, microscópicos, conviviendo con semillas, larvas, insectos y pequeños mamíferos excavadores. Pero también seríamos testigos de la complicada red de interconexiones entre unos organismos y otros formando parte de interminables ciclos vitales, desempeñando funciones esenciales para la sostenibilidad en todos los entornos. Labor de equipo: mientras unos descomponen la materia orgánica, otros aprovechan los nutrientes resultantes para fabricar su alimento y obtener la energía que será utilizada por todos. Unos cambian el nitrógeno por algo de azúcar; otros advierten de cambios o estados que aconsejan ciertas adaptaciones, y todos salen beneficiados en el trueque. Y generando residuos en su mínima expresión, y cero contaminantes. A pesar de todo, el subsuelo no se libra de ciertos patógenos que nos obligan a lavarnos las manos después de estar en el suelo.
Asociación de raíces y micelio (Fuente: elaparatodeblogi.wordpress.com/)
La bipedestación trajo múltiples beneficios a la especie humana, pero la alejó del suelo que pisa. La lectura y la observación nos darán respuestas a esas preguntas que nos asaltan en nuestro viaje al conocimiento: cómo y dónde empezó todo, cómo eran las formas de vida más antiguas de la Tierra, cómo desarrollaron las criaturas de la superficie y el subsuelo un sistema de reciclaje capaz de mantener la vida durante más de 3.500 millones de años, qué lugar ocupamos realmente en el árbol de la evolución, qué papel desempeñan las diminutas criaturas del subsuelo en la vida del planeta, provocando y curando enfermedades, cómo construir suelos sanos que mantengan la productividad de los cultivos y ayuden a combatir el cambio climático. Interesante viaje para el que tal vez necesitemos una lupa y tirarnos al suelo. Pero que nadie olvide lavarse las manos después.
(1) Wolfe, David W. (2019). El subsuelo. Una historia natural de la vida subterránea. Seix Barral, Barcelona.