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Caminar, algo más que un ejercicio físico
Está de moda eso de hacer ejercicio, sea cual sea la motivación que uno tenga. Como está de moda nombrar la actividad con términos importados: treking, running, spining, walking, paintball, canyoning, mountain bike... Yo prefiero caminar, y a poder ser, por una de las miles de trochas que cruzan nuestros montes. Pero este caminar nunca será una simple actividad física, un mover las piernas sin más que, no obstante, proporciona un gran bienestar a las personas que lo practican desde el momento en que no dependen directamente de la tecnología. Este caminar es un acto de comunión con la Naturaleza, un hermanamiento con la vida que se sostiene en esas vías que se convierten así en cauces de energía vital, allí donde aún pervive el más ancestral instinto de libertad. Es a esto a lo que vengo en llamar "camiNATURAr".
Sin entrar en las exigencias básicas del senderismo, la práctica de esta forma de caminar requiere de una serie de premisas o condiciones. Es la primera liberarse de cualquier asomo de prisa, para lo que viene bien no establecerse metas temporales u objetivos que deban ser alcanzados más allá del mero disfrute del contacto con la Naturaleza. Resulta igualmente útil desprenderse del reloj; y no digo del móvil porque, eventualmente, se puede convertir en una valiosa herramienta en caso de emergencia. CamiNATURAndo no existe la hora de llegada, ni la hora de comer. Sencillamente, no existe la hora.
No es menos importante la segunda condición: liberar la mente de cualquier atadura con lo que dejamos atrás. El trabajo, los compromisos, la agenda... son enemigos declarados de quien pretenda lograr una alianza duradera y estable con el entorno, de quien busque la alegría de caminar tratando de encontrarse y conocerse a sí mismo.
Otra cosa conviene a quien persiga el hermanamiento con la Naturaleza: dejarse llevar por los sentidos, olerla, palparla, saborearla, admirarla y escucharla, permitir que cada sentido alcance su propia satisfacción. Aconsejo hacer una parada de vez en cuando para que el sonido rítmico de nuestros pasos y nuestra respiración nos permitan percibir otros sonidos que se revelan diferentes según la época del año: el canto o el vuelo de las aves, el trote de otros animales y su paso apresurado entre la espesura, el viento o simplemente el silencio. Tal vez alguna ruidosa motosierra arrancando casi a ras de suelo los troncos enhiestos, dejando como testimonio desnudos tocones. Estas paradas se conocen como estaciones de escucha y vienen muy bien como terapia mental.
Caminar estrechando lazos con la Naturaleza —CamiNATURAr—, empatizar con ella, llegar a sentirse uno más en ella, construir una relación amistosa con ella y sentirla en perfecta sintonía se erige en un intento de cambiar nuestro estilo de vida ajetreado, una propuesta para modificar nuestra percepción de lo que nos rodea, tal vez una vía de escape o una forma de encontrar lo que no es posible hallar en la sociedad. El camiNATURAnte no es un eremita ni un lobo solitario, aunque a veces se comporte como tal o anhele la soledad. Bien mirado, caminar en pos del silencio, la soledad y el sosiego que regala la Naturaleza no aísla tanto como la televisión o los mensajes de texto en el móvil. No si la Naturaleza se convierte en la mejor compañía. CamiNATURAr es, en definitiva, una propuesta de acercamiento a la Naturaleza para aprender de ella y recuperar el sentido común —si es que alguna vez lo hemos tenido—, la ternura y la ética.
Y si a todo esto le añadimos la capacidad que tiene la Naturaleza para inspirar pensamientos serenos y hacer germinar proyectos provechosos, tal vez el resultado sea algo parecido a lo que propongo en CamiNATRURAndo (Tundra, 2016), cuya lectura espero que sea del agrado de todos... o casi.