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Fundida en el refugio
¿Quién es Terry? Activista medioambiental, crítica, valiente. Su vida, y también su obra, se ha visto estrechamente vinculada con el desierto. Pero, consciente de que ningún espacio árido se encuentra huérfano de formas de vida, Terry ha centrado su trabajo y sus escritos en la preservación de la vida salvaje. Quizá por haber vivido su infancia y juventud en un desierto, le afectó de modo especial el hecho de que un cambio en el nivel de las aguas del Gran Lago Salado de Utah amenazara un santuario de aves en el corazón de un inmenso vacío, el Refugio de Aves Migratorias de Bear River, al noreste del lago.
Al comenzar a leer Refugio (Errata Naturae, 2018), su libro autobiográfico, trato de hacer un ejercicio de empatía si quiero comprender las sensaciones que vivió Terry Tempest Williams en semejante situación. Esto me provoca una fuerte dosis de angustia, si pienso, por ejemplo, que en el corazón de la Serranía de Cuenca se desatara un incendio de las dimensiones del que en 2022 calcinó más de 30.000 hectáreas en la Sierra de la Culebra de Zamora. El desastre habría supuesto la ruina de casi la mitad de todo nuestro Parque Natural. El sentimiento para muchos de nosotros habría sido desgarrador y podría reforzar la idea de que el mundo se desmorona. Es posible que fuera lo mismo que sintió Terry al componer su diario.
Vemos a lo largo de sus páginas que sus circunstancias personales se ven agravadas por fuertes reveses, que toman forma en la muerte de varios familiares, su madre entre ellos. Sin despegarse de este dolor, Terry titula cada capítulo de Refugio con el nombre de una especie de ave que habita el lago salado, su segundo hogar, seguido de una cifra, la de la altura del agua, como si cada centímetro que asciende fuera a suponer el que acabe con este singular y surrealista paraíso. El relato deja ver una pujante comunión con la naturaleza. A medida que he avanzado en su lectura, he aprendido a apreciar este inhóspito paraje en medio de la nada, poseedor de una sorprendente belleza que el hombre ha tratado de domesticar, seguramente con el deficiente criterio que acostumbra a exhibir. Tal vez alguien pueda argumentar al leer esta reflexión que la belleza es algo muy subjetivo que depende de los ojos con que se contemplan los paisajes, y no le faltaría razón. Quizá sea esta una de las razones que nos impulsen a la lectura detenida de Refugio.
Más allá de lo que podamos aprender sobre ornitología, no conviene despreciar la componente humana que refuerza los cimientos del libro. Terry, tras haber recibido varias lecciones de vida en las personas de sus familiares afectados por un cáncer de pecho, exalta su valor al enfrentarse a la muerte. Su propia madre llega a decir “debéis dejarme vivir para que pueda morirme”, y en las últimas páginas revela a su hija “no sé cómo morirme”. Desvelar estas intimidades reflejan gran valentía y honradez por parte de Terry, sin renunciar por ello a la denuncia ecologista por las pruebas nucleares realizadas en el desierto de Utah. Este detalle no es menor si pensamos en la horrible enfermedad que atenaza a su familia. Así las cosas, es fácil conectar con la mente y el corazón de Terry, comprender su resentimiento y compartir su lucha contra toda amenaza hacia la naturaleza.
Terry Tempest Williams
Me resulta difícil clasificar Refugio contemplando cómo la tragedia personal desplaza el deseo de Terry por seguir reforzando el vínculo con el refugio para aves. A lo largo de la mayor parte de sus páginas me ha parecido sin duda un relato de literatura de naturaleza, y me resisto a modificar mi criterio, pues la muerte de un ser querido no se produce a gran distancia de la naturaleza. “La muerte se ha convertido en un paisaje familiar”. De algún modo, los problemas de salud de su familia son la punta del iceberg que muestra cómo tampoco la salud del planeta está bien. La salud humana estrechamente relacionada con la de la naturaleza.
En cualquier caso, todos hemos de hacer frente a esos elementos que amenazan el equilibrio de los ecosistemas y nuestra estabilidad emocional. Las numerosas jornadas que Terry vivió en su refugio de vida silvestre debieron parecerle instantes fugaces. En ellas, sin embargo, adquirió la difícil habilidad de encontrarse en y con la soledad, algo que heredó de su madre:
—Nunca he conocido los límites de mi capacidad para la soledad —me decía.
—¿Soledad? —preguntaba yo.
—El don de saber estar solo. Nunca me canso.
La identificación con el entorno es absoluta:
Las aves y yo compartimos una historia natural. Se trata de una cuestión de arraigo, de vivir en el corazón de un lugar durante tanto tiempo que la mente y la imaginación se fusionan.
Refugio de Aves Migratorias de Bear River, Utah
En algún momento del relato, Terry es consciente de que el Refugio de Aves del río Bear y el Gran Lago Salado son también un refugio para ella en los difíciles momentos en que debe hacer frente a los reveses de la vida:
En días como este, en los que tengo un nudo de dolor en el alma, la sencillez del vuelo y las formas por encima del lago aflojan mi pena.
De la misma forma, la Serranía y sus evocadores rincones constituyen un refugio para muchos de nosotros. Para mí, al menos. Solo hacia el final reconoce Terry la posibilidad de que la verdadera inspiración de su Refugio se encuentre en la misma vida, una vida en permanente cambio, no en equilibrio, una paradoja sobre la que nos invita a reflexionar.