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Las más bellas formas sobre la Tierra
El mejor momento para plantar un árbol fue hace veinte años. El segundo mejor momento es hoy.
Proverbio chino
Maravillosa forma de comenzar una relación con uno de los numerosos hijos de los bosques. Siempre es buena idea dedicar un libro a los árboles, que, al fin y al cabo, son los padres de cada una de sus páginas. Aún mejor ocurrencia es comenzar reflexionando sobre este proverbio chino, nacido de la sabiduría ancestral, que nos invita a pensar en nuestra inclinación a perder oportunidades y en que nunca es tarde para recapacitar.
Luís Vergés nos ofrece Por los árboles (Alfabeto, 2021) como una ventana abierta a la meditación, y corre sus primeros visillos proponiendo un viaje por los bosques, parques y jardines, reconociendo la fuerza curativa de los baños de bosque, resaltando la necesidad de acercarnos a los árboles para despertar la conciencia en torno a una relación con los que deberíamos considerar como aliados. Los árboles, dice Vergés, “son centinelas silenciosos, columnas de la creación, pilares de la vida, fábricas de oxígeno, maderos generosos, viviendas de los pájaros, hogar de las frutas, ángeles con ramas…”. Sin embargo, por más que se destaque su diversidad de beneficios, no debemos caer en el error de pensar que la humanidad protege a los árboles. No nos dejemos engañar por imágenes de “abrazaárboles”, algunos de los cuales apenas buscan una excusa para mover las redes sociales. Muchos hemos caído en esa tentación, pero solo el abrazo mental y sincero es eficaz. Mi problema es que no me siento capaz de expresar lo que tal abrazo llega a transmitir, el fuerte vínculo que se establece entre dos seres vivos tan diferentes. Semejante sensación se disuelve como un azucarillo al saber que más del 10% de las especies arbóreas se encuentran amenazadas, o que cada minuto se pierden 40 hectáreas de árboles. Por esa razón es esencial reforzar nuestros vínculos con la arboleda, rendir homenaje a los que fueron nuestro origen como especie —en algún momento habrá que abordar este aspecto— y por los que bien podemos calificarnos como hijos de los bosques, una especie criada por el árbol.
Lluís Vergés nos recuerda un antiguo proverbio hindú según el cual los árboles con generosos hasta el extremo de regalar la sombra al leñador que va a cortarlos. Pero no parece que este pensamiento haya venido a significar mucho para nosotros, como tampoco han calado en nuestras mentes las advertencias que está haciendo la ciencia sobre las consecuencias de una mala relación con los bosques en particular, y la Naturaleza en general. ¿De verdad pensamos en ello cuando nos abrazamos a un árbol? Acaso le hayamos cogido el gusto a convivir con una problemática que el movimiento ecologista lleva denunciando desde hace varios decenios. La ausencia de decisiones políticas y un estilo económico y vital basado en el crecimiento desbordado nos invitan a no salir de la espiral de inercia en la que se ha convertido nuestro modo de vida. No parece preocuparnos el estado de las arboledas, por más que se nos diga y sepamos que de ellas dependen el agua y el oxígeno.
Paradójicamente, es legendaria la fascinación que la fuerza y longevidad de los árboles han causado en la humanidad. Relacionados con el origen de la vida, la sanación o la muerte, los árboles han mostrado una doble cara, amistosa o inquietante, dioses o demonios, en el devenir de los tiempos. Y así ocurre en la actualidad: mientras unos tratan de obtener el máximo provecho comercial de ellos, otros buscan en la foresta la llamada de la naturaleza y encuentran el equilibrio mental y todo tipo de beneficios para la salud. Estos llegan a experimentar vivencias que les permiten salir del bosque en mejor estado del que tenían cuando entraron. Son muchos los testimonios de quienes decidieron pasear por los bosques y hallaron armonía con el mundo y conocimiento del ser humano y de sí mismos. Son magníficos lugares donde reflexionar, “amables refugios para filosofar, para pensar caminando”, dice Vergés. Esto, y no otra cosa, es camiNATURAr, me atrevo a añadir.
A lo largo de las páginas de Por los árboles, Lluís Vergés demuestra ser un entregado amante de los árboles, como esos incontables artistas y escritores que se han visto atrapados por ellos y en los que han encontrado inspiración para sus creaciones, un arbófilo profundamente convencido de que estos seres vivos tan distintos a nosotros, pero tan imprescindibles, están dotados de inteligencia y sensibilidad. Es más, conociendo la actitud de muchos humanos hacia los árboles, compartimos este pensamiento de Vergés: “Pese a carecer de cerebro, los árboles muestran tener más inteligencia que muchos humanos”. Sí, es un detalle de difícil comprobación, aunque tal vez podamos experimentar tal sensación si nos acercamos a ellos con el respeto que merecen y, por qué no, les damos un sentido abrazo. Un reconocimiento a su modestia, pues, sin apenas mover las ramas, mejoran nuestro entorno y dan calidad a nuestra vida. Así se afirma en el subtítulo: Los árboles son nuestra salvación. Y lo hacen “calladamente, sin alardes, en silencio”. ¿Nos merecemos semejante generosidad? Quizá nosotros debamos reivindicar tales hazañas en nombre de las que podemos considerar como las más bellas formas sobre la Tierra.