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No son tan estúpidos como creemos
¿Existen los valores de cooperación y empatía entre los animales? ¿Tienen memoria visual? ¿Son exclusivos de la especie humana los sentidos del bien y del mal? ¿Es cierto que los animales solo responden mecánicamente a los estímulos? ¿Es la humana la única especie consciente de sí misma? ¿Fabrican herramientas los animales con una intencionalidad específica? ¿Piensan antes de actuar, sopesando los efectos de sus acciones? ¿Por qué el ser humano continúa alimentando su ancestral tendencia a menospreciar al resto de especies?
Demasiadas preguntas, y de mucha enjundia, para ser respondidas en pocas líneas. Pero el primatólogo y etólogo Frans de Waal (1) desmenuza un buen puñado de ejemplos, historias y anécdotas curiosas, eso sí, en más de 300 páginas que nos muestran que los animales son más inteligentes de lo que creíamos.
Si una golondrina no hace primavera, tampoco una conducta extrañamente racional debe llevarnos a extraer conclusiones extrapolables a todo el reino animal. No es lo que pretende F. de Waal, como tampoco establecer una jerarquía de especies según su capacidad de pensamiento ni compararla con la humana, pues deja claro que sigue los pasos del mismísimo Charles Darwin, según el cual “la diferencia mental entre el hombre y los animales superiores, aun siendo grande, ciertamente es de escala y no de tipo” (2). De Waal se plantea más bien el objetivo de vencer la resistencia del lector a considerar la posibilidad, por remota que pueda parecerle, de que los animales posean cierta clase de inteligencia. Eso explica el título del libro. De Waal cree que sí, que tenemos esa inteligencia, pero nos cuesta admitirlo.
Frans de Waal
El asunto de la inteligencia animal ya ha sido objeto de nuestro interés, aunque debemos ser conscientes de pisar un terreno bastante inestable. Distingamos entre cognición e inteligencia. La cognición es un proceso de adquisición de conocimientos, algo que los animales, incluidos nosotros, sabemos hacer con mejor o peor resultado. La inteligencia, en cambio, es la capacidad de aplicar esos conocimientos con éxito, que es donde se detectan más errores —y nuestra especie es bastante diestra en la materia—. Ambas, cognición e inteligencia, intervienen de forma simultánea en fracciones de segundo. Pensemos, por ejemplo, en la información que debe procesar un murciélago a través de su sentido de ecolocalización: sonido que rebota en un objeto, eco llegando al oído, cálculo de posición y distancia, percepción de movimientos y velocidad, corrección de la propia trayectoria de vuelo, captura. Un proceso de extrema rapidez y altamente sofisticado revestido de un misterio que desafía nuestra capacidad de asombro.
Un escéptico podría argumentar a todo esto: “Vale, pidámosle a un arrendajo que cuente hasta diez”. Y tal vez tendríamos que darle la razón, sazonada, eso sí, con una respuesta aplastante: “Bueno, probablemente el arrendajo no sepa contar hasta diez, pero es que tampoco le hace falta para sobrevivir. Ahora bien, el ave es capaz de guardar cientos de bellotas en docenas de escondites de su entorno boscoso y recuperar casi todas, y nosotros apenas recordamos lo que comimos ayer o dónde hemos dejado las dichosas llaves”. No se trata, por tanto, de saber hacer cosas, sino de saber qué cosas son esenciales para sobrevivir.
Arrendajo (Fuente: oscarcarazo.blogspot.com.es)
Los animales no poseen adaptaciones si no las necesitan. Nosotros tampoco. Construyen sus propias realidades en función del entorno en el que viven, realidades que no son como la nuestra. Quizá por ello le concedamos menos relevancia a su capacidad de percepción, pero no podemos negar que para ellos sí la tiene. De hecho, como señala Frans de Waal, su pensamiento no está anclado en el efímero presente. Cuando un herrerillo captura una larva, lo hace pensando en el futuro, sabiendo que luego debe trasladarla al nido para alimentar a sus polluelos. Y si un zorro hace una deposición en medio del camino, no es porque sea un guarro, sino con la intención de marcar su territorio y dejar claro que otro zorro puede tener problemas si lo invade. Por tanto, podemos hablar de intencionalidad en las acciones de los animales, de estrategias para lograr objetivos. No tengo tan claro que pueda decirse lo mismo de todos los miembros de nuestra especie.
Contaré brevemente una anécdota. Es mediodía. Regreso a casa. Una chica —o eso parece— va por delante, rotulador en mano, haciendo dibujos en paredes y señales. Cuando llego a su altura me quedo mirando. Sí, parece una chica, aunque docenas de objetos metálicos cubren casi toda su cara y cuesta reconocerla.
—¿Te parece bien? —le digo albergando la remota esperanza de que reaccione en positivo. Craso error.
—Sí —contesta con claro desparpajo. Sonríe.
—¿Y te gustaría que alguien pintara en la fachada de tu casa? —vuelvo a intentarlo. ¿Por qué me empeño en confiar en las posibilidades de cierta gente?
—Sí —dice una vez más—. ¿Y a ti qué te parece? —pregunta.
—Mal.
—¿Y qué te parece bien?
—Que no lo hagas más —cruzo finalmente la calle porque se me acaban los recursos para luchar contra la estupidez humana.
Pues bien, probablemente si Frans de Waal hubiera tenido conocimiento de episodios como este —y no descarto que así sea—, podría haberse panteado un cambio en el título de su libro. Yo me atrevería a sugerir algo como ¿Tenemos suficiente inteligencia para igualar la de los animales? O tal vez ¿Realmente la especie humana es tan inteligente como creemos? Estoy seguro de que la calidad del libro no habría mermado en absoluto. Quizá yo también podría haber titulado este artículo de otra forma: No son tan estúpidos como algunos humanos. Así las cosas, resulta aventurado opinar sobre inteligencia humana o, mejor dicho, aplicar el concepto de inteligencia a todos los miembros de nuestra especie. Y de cultura ya ni hablamos. No es de extrañar que tengan tanto éxito los teléfonos inteligentes, los coches inteligentes, las casas inteligentes…
Fuente: tabascohoy.com
No nos equivoquemos, ni todo en el mundo gira en torno a nosotros, ni somos los únicos seres conscientes. Tampoco el mundo está diseñado a nuestra medida; somos nosotros, y los demás seres vivos, quienes hemos evolucionado a la medida del mundo. Reconozcamos que los animales están dotados de la capacidad de adquirir conocimientos y de aplicarlos para lograr unos objetivos. Asumamos que cada especie lo consigue a su escala, nunca a la escala humana. No tratemos a nuestra mascota como si fuera una persona, a no ser que queramos que deje de ser lo que es, una mascota. Tengamos la humildad suficiente para admitir que otros animales tienen vida mental propia. Eliminemos etiquetas antropomórficas engañosas.
(1) de Waal, F. (2016). ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? Tusquets, Barcelona
(2) Darwin, Ch. (2009). El origen del hombre. Crítica, Barcelona