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Que lo vean nuestros nietos (1)

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Durante el pasado mes de octubre se daba cuenta en los medios de comunicación del bautismo de una nueva era geológica, la que se dio en llamar Antropoceno, que en realidad comenzó hacia el siglo XVIII coincidiendo con la Revolución Industrial. En esta nueva era, el hombre se erige en influyente director de la casi totalidad de las formas de vida que aún quedan sobre la Tierra, de lo que se deriva un significativo impacto de su actividad sobre las formas vivas del planeta.

La idea que nos queda a partir de este nuevo concepto es que la Naturaleza ya no es lo que era, que no es tan sabia ni tan equilibrada como creíamos. Una idea que ya fue desarrollada por Richard Leakey y Roger Lewin en su libro La sexta extinción. El futuro de la vida y de la humanidad, donde, además, exponen las graves consecuencias de la actividad humana sobre la biodiversidad.

El Homo sapiens, en efecto, especie que ha llegado a ser dominante, podría estar a punto de causar una catástrofe biológica de proporciones descomunales, mediante la erosión de la diversidad de la vida a una velocidad alarmante. Esto es particularmente grave si tenemos en cuenta que “no somos sino un breve momento en el flujo vital continuo, no su punto final”. Es preciso comprender el lugar que ocupa nuestra especie en el conjunto y su impacto en la biodiversidad. Dicho de otro modo, si la humanidad es capaz de destruir millones de formas de vida, qué pasará entonces.

La vida, desde que tuvo lugar la conocida como explosión cámbrica hace 530 millones de años, ha experimentado altos y bajos. De hecho, se han llegado a producir hasta cinco grandes extinciones en masa provocadas por causas diferentes. La más conocida y reciente ha sido la que dio lugar a la desaparición de los dinosaurios, hace 65 millones de años, acontecimiento que ha alimentado a la industria del libro, del cine y del ocio. Son muchos los documentales que circulan en la red sobre este tema. Para muestra, un botón:

 

 

Y es que no es fácil percibir fenómenos de esta naturaleza por producirse en un intervalo temporal que se escapa a la escala humana, lo cual no hace sino invitarnos a una visión frívola y grosera del problema. Debemos tener en cuenta que si nos regimos por la escala de tiempo geológico, hablar de un periodo de veinte o treinta millones de años es hablar de un periodo ciertamente breve. Ya traté de contar la pequeñez del hombre al respecto en la entrada Acabamos de llegar.

Desde el punto de vista de la teoría darwiniana de la selección natural, las especies se extinguen porque sucumben en competencia con otras, pierden en la lucha por la vida. En otras palabras, la extinción de unos ha supuesto una oportunidad para otros. Así pues, podríamos colocar al Homo sapiens en la cumbre del éxito evolutivo porque ha sido capaz de adaptarse mejor que otras a los diferentes ecosistemas y ambientes. Sin embargo, según sostienen Leakey y Lewin, esta idea se ha venido apartando poco a poco para dar paso a otra teoría más revolucionaria, la del azar: los acontecimientos que provocan las extinciones con aleatorios, una sucesión de casualidades a la que sobreviven algunos afortunados. Esta idea no fue del todo bien acogida por algunos. ¿Cómo se puede pensar que nuestra especie haya evolucionado tanto como resultado de una casualidad?

Según Darwin, el proceso de extinción masiva de especies es gradual y continuo, a un ritmo básicamente uniforme, sin aceleraciones ocasionales. En este proceso las especies se extinguen porque en cierto modo son inferiores a sus competidoras, y nuevas formas de vida surgen aprovechando su oportunidad. La ciencia posterior y el tiempo vienen a cuestionar esta teoría. La historia de la Tierra no es una historia de progresión gradual, sino de convulsiones esporádicas y espasmódicas a veces implacables, como esas cinco grandes extinciones que se llevaron por delante entre el 65 y el 95% de la vida. En el siguiente cuadro se resume la historia geológica de la vida. Las grandes extinciones se representan con forma de rayos.