Blog
Salvaje
Hay ocasiones en que los avatares vitales nos empujan a iniciar caminos imprevisibles. Con una frecuencia que escapa a mi entendimiento, esos avatares tienen una extraña proximidad con el lado más oscuro y negativo de la vida: la muerte de un ser querido, una separación conyugal, la pérdida de un trabajo, la falta de expectativas profesionales… En cuanto a lo de “iniciar caminos”, es literal. Al menos, eso es lo que le pasó a Cheryl Strayed, que a la temprana edad de 22 años decidió conocer “un mundo cuyas dimensiones eran medio metro de ancho y 4.285 km de largo”, un viaje a pie por toda la costa oeste de Estados Unidos para tratar de reconstruir su vida, para ser la persona que quería ser antes de seguir adelante, ser ella misma.
Era su primera experiencia de senderismo, así que albergaba pocas esperanzas de llevarla a buen término, pero no tenía nada que perder y sí mucho que ganar, nada menos que reencontrarse a sí misma. Empeñada en no aceptar las cosas tal como son, se lanzó a un viaje en solitario hacia lo desconocido, armándose de un aplomo que no tenía y sintiendo una distancia más que física respecto a sus seres queridos. Y pese a todo, pese a las dudas que la atenazaban, se consideraba amante de la vida al aire libre sin ser consciente de los problemas que se iba a encontrar en los tres meses que duraría su aventura por las montañas.
Lo primero que se siente cuando se emprende una caminata de este tipo es que ese andar es muy diferente al que practicamos de forma cotidiana en el trabajo, por las calles de la ciudad o el pueblo, en el parque. Caminar por trochas solitarias que serpentean y suben y bajan nada tiene que ver con ese andar diario, especialmente si, además, el caminante va cargado con la pesada impedimenta que le debe servir para llevar a cabo tamaña empresa. Las dudas y el cansancio pronto hacen acto de presencia, y solo queda dejarse envolver por los sonidos de la Naturaleza, concentrarse en el silencio y admirar los paisajes que se van sucediendo. Y analizar las opciones ante los retos que la aventura en plena Naturaleza va presentando.
En un viaje así, no obstante, se conoce algo más que paisajes y silencios. El caminante encuentra nuevas gentes y, una de dos, o se comete el atrevimiento de confiar en ellas o se sigue recelando por principio. Se aprende a reconocer a la gente sin escrúpulos y a la gente que todavía es capaz de entregarse a los demás de forma desinteresada. Poco a poco la experiencia va revistiendo al caminante de mayor seguridad en sí mismo y le enseña a percibir ausencias y presencias. Pero sin duda, la mayor lección que proporciona el camino es la de la humildad, un curso intensivo sobre cómo bajar del altar de soberbia en el que nos hemos instalado como especie, una vía para formar el carácter y hacer que el caminante sea mejor persona, una manera de tejer recuerdos y proyectos.
Ver la puesta de sol y el amanecer entre las montañas, sentirse acompañado por la soledad o la presencia de animales que no se dejan ver, contemplar las estrellas o apreciar el aliento de la tierra… son cosas que revisten el camino de una cierta espiritualidad y que generan un vínculo indestructible entre el caminante y el suelo que pisa. Paso a paso se van cerrando los agujeros que la vida abre, al tiempo que el camino muestra sus cartas y da la verdadera medida de lo que supone un kilómetro tras otro.
Lo que empujó a Cheryl y a otros cientos de excursionistas a seguir adelante a pesar de todo nada tiene que ver con modas pasajeras ni con el hecho de lograr el objetivo de ir desde A hasta B. “Solo tenía que ver con la sensación que producía estar en la naturaleza. Con qué se sentía al caminar durante kilómetros sin más razón que ser testigo de la acumulación de árboles y praderas, montes y desiertos, torrentes y rocas, ríos y hierba, amaneceres y puestas de sol. Era una experiencia poderosa y fundamental. Creía que eso era lo que debía de sentir un ser humano en plena naturaleza, ahora y siempre”, escribe.
Posiblemente hayan de pasar varios años para que el caminante sea consciente del significado de un largo viaje en el que lo más intrascendente se convierte en la proeza más extraordinaria, un viaje en el que las cosas que normalmente pasan inadvertidas adquieren una importancia especial, cosas que realmente cuentan y suman y forjan un carácter, cosas que son auténticas.