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A la sombra del camino
La hierba fluye con el viento, motor de vuelo para hojas perezosas que prefieren tenderse en el suelo, apoyo invisible para insectos y avecillas, que canta con ellas cuando atraviesa la enramada. A la sombra del bosque, lamiendo la ribera del arroyo, una ulmaria de densa floración nívea se yergue por encima del herbazal, sirviendo de pista de aterrizaje a un escarabajo que se atreve a hacer rápel de vértigo entre los pétalos que coronan el tallo. Esta planta de aspecto discreto pertenece a la familia de las rosas, aunque pocas como ella poseen una librea tan llamativa en la pradera umbrosa. Tal vez por ello se sienta especial, sabedora de ostentar una elegancia que la hace brillar donde quiera que esté. El botánico ruso le puso el nombre de ulmaria por el parecido que observó entre sus hojas y las del olmo, y probablemente ya conocía su contenido en salicina, algo que también encontramos en la corteza del sauce, y de lo que más adelante se obtuvo el ácido acetil salicílico, la aspirina. La ulmaria es una bella mancha de cal en un océano de hierba.
Ulmaria (Filipendula ulmaria)
Un petirrojo de dulce canción y gran desparpajo captura mi atención. Lo observo atentamente saltando de rama en rama, consciente de que es uno de los muchos anclajes que nos ligan a la naturaleza, uno de esos antídotos contra la depresión, el estrés o cualquier tipo de malestar mental. Es un pájaro confiado que no rehúye mi compañía. Por temor a asustarlo no bajo la mochila de mi espalda para sacar algunas migas de pan, pero estoy seguro de que el petirrojo sería capaz de picotearlas a pocos metros de mí. Hay algo especial en que un ave salvaje confíe en ti lo suficiente como para comer prácticamente de tu mano, una bonita experiencia de vida salvaje.
Petirrojo (Erithacus rubecula)
El camino discurre casi paralelo al arroyo, por tramos invadido por la hierba, lo que parece indicar que poca gente lo recorre. Canta el arroyo y, a lo lejos, en la chopera, relincha el pito real. Hierbas de Santiago, claveles de monte, orégano y alguna despistada orquídea acompañan mis pasos y, a medida que avanzo, voy alterando la quietud de pequeños saltamontes que se mimetizan en el suelo. Sigo con la mirada el breve vuelo de uno de tamaño medio, verdoso, que finalmente acaba aferrado a un viejo tronco de sauce, seguramente sin perder detalle de lo que yo pueda hacer. Trato de acercarme con sigilo y alcanzo a ver cómo una suave banda de color pardo recorre su estrecho lomo cubriendo cabeza y tórax.
Más allá se encuentra otro totalmente verde y, al parecer, más imprudente y confiado, porque, con tenues movimientos, logro acercar mi mano hasta la hierba en la que se ha perchado. En la cabeza, unos grandes ojos como lágrimas pegadas me miran curiosos como preguntando “¿De qué vas? ¿Qué estás haciendo?”. Pero el saltamontes no huye. Observo que le falta la pata trasera izquierda. Quizá sea esa la razón por la que está tan inactivo. Cuando me levanto él también se va tras un poderoso salto. Se ve que no anda tan discapacitado como cabría pensar. Puede que vaya en busca de aquellas suculentas hojas de hierba doncella que cubren el suelo a la sombra de los avellanos.
Si nos paramos a pensar, no somos tan diferentes de la vida silvestre como creemos. Las plantas atesoran cualidades a la espera de ser conocidas y apreciadas. Como nosotros, con la salvedad de que tales cualidades pueden ser ignoradas por la propia persona. Tal vez ni siquiera somos conscientes de ello. Las aves se acicalan cuando desean llamar la atención y cantan si de proclamar un territorio se trata. Nosotros no arreglamos para una cita, silbamos si estamos contentos, callamos cuando algo nos ronda el pensamiento o colocamos carteles en nuestra propiedad. Los insectos toman el sol para calentarse y buscan las mejores hojas o las más sabrosas presas cuando acecha el hambre. Nosotros cambiamos de indumentaria según el tiempo que hace y vamos a los mejores restaurantes para darnos un capricho. Lo que tal vez nos distinga es que nosotros somos conscientes de hacer lo que hacemos por las razones que lo hacemos. Aunque no parece que siempre seamos capaces de demostrarlo. En fin, son cosas que acaso pasen desapercibidas normalmente, pero ocupan nuestras reflexiones cuando exploramos las maravillas naturales que nos esperan a la sombra del camino.