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Algo que contar
Una mariposa revolotea dando bandazos sin rumbo fijo, del charco a la cuneta, de una flor a otra, y casi choca conmigo, como si no temiera a los intrusos. Se detiene sobre una brizna de hierba y entonces aprovecho para intentar atraparla con mi cámara. Pero echa a volar antes de tiempo, y continúa su aleteo errático.
Una brisa seca, sostenida, viene del oeste, agitando levemente los arbustos, sin perturbar el trémulo vuelo de la mariposa. Desde el sendero puede verse el caudal casi inapreciable del arroyo circulando por el angosto canal que ha excavado tenaz en la tierra. El agua está viendo reducido su caudal año tras año para satisfacer las ávidas necesidades humanas, pero se resiste a eliminar su marca sonora en el bosque y la pradera. El camino dibuja un recodo que atraviesa un denso bojedal, tan sombrío que la mariposa lo rehúsa a cambio de espacios más soleados, allí donde puede tomar sus baños de sol y delatar la presencia de posibles enemigos o indiscretos vistantes. Abejas y abejorros aprovechan para hacer acopio de néctar y polen. El dosel arbóreo deja escapar armónicos trinos, pero no permite que descubra a los artistas emplumados. Entre sol y sombra encuentro un privilegiado asiento que utilizo para realizar una parada de pocos minutos y escuchar el concierto, dejándome embriagar por el encanto de lo que me rodea.
Polygonia egea
En el límite del carril una araña ha anclado su delicado nido entre la rama de un majuelo y un cardo cardador. Es tiempo de abundancia y la araña sabe que aquel lugar es frecuentado por varios tipos de escarabajos y otros insectos alados. Los finos hilos desprenden un tenue brillo, regalo del sol, y mantienen firme la estructura frente a los elementos. La cima de la cardencha está orlada de diminutas florecillas de color lila, una delicia para los polinizadores. Antaño se recogían estas cabezas terminales, plagadas de espinosas púas, para cardar la lana y otros tejidos. Ahora, perdida esta función, se deja en las cunetas y campos baldíos, aunque hay quien las conserva en su jardín por su estilizada belleza.
Cardo cardador (Dipsacus fullonum)
Ahí vuelve la mariposa que encontré —¿o me encontró ella a mí?—, deslizándose entre las flores, tratando de apoderarse de un lino azul, que exhibe sin complejos sus estandartes, mirando con descaro al cielo abierto. Pero una inquieta esfinge colibrí se obstina en competir con la mariposa. Si esta no siempre se deja fotografiar, la esfinge es aún peor modelo. Lograr una instantánea suya es más fruto del azar que de la habilidad. Esa es, al menos, mi experiencia. La vista se afana por revelar el secreto que oculta la esfinge para libar el dulce manjar de las flores, una grácil trompa, casi tan larga como su cuerpo, que despliega desde la boca e introduce en lo más íntimo de la flor. Todo ello en décimas de segundo.
Esfinge colibrí (Macroglossum stellatarum)
El contacto con la naturaleza tiene mucho de placentero y algo de exigente. Requiere observar detenidamente el entorno, aprenderlo, conocer la vida que habita a nuestro paso, cada vegetal y animal que espera de nosotros un amplio despliegue de comprensión. La naturaleza nos invita a cruzar arroyos y ascender cumbres, atravesar bosques y recorrer trochas solitarias, todo para que, al llegar a casa, tengamos algo interesante que contar.
Tras presenciar estas escenas clandestinas, reanudo el camino.