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Blog

Alumbramiento

Literatura de naturaleza

La naturaleza ofrece una imagen preñada de tonos ocres y sepia en estos días de primavera recién nacida. No parece primavera, y mucho menos el invierno que nos acaba de dejar. Herrerillos y carboneros ya se persiguen en el inicio de una nueva temporada de cría. La pareja de urracas acondiciona un nido en la copa de un álamo. El río corre al abrigo de unos chopos que apenas están empezando a florecer, y en la orilla se yergue hierática una garza que, paciente, espera el paso de algún incauto pececillo que llevarse al coleto. El sol ha decidido irse a acostar tras los montes que miran al norte, impacientes por volver a recibir el cálido abrazo de la mañana siguiente. Viajamos por la estrecha carretera de regreso a casa, cuando algo llama nuestra atención sobre el desnudo sembrado junto a la chopera. Es la llamativa mancha nívea de una oveja solitaria que aguarda, no sabemos qué o a quién, con unos pequeños bultos igualmente albos a sus pies. La oveja acaba de parir expuesta a los elementos. Decidimos parar y acercarnos a observar el feliz alumbramiento.

 

 

Rebaños como este han recorrido las tierras peninsulares durante siglos, siempre en movimiento, adaptándose a suelos diferentes, a climas diferentes. Pero algunas cosas no han cambiado con el paso del tiempo. A pesar de ser un animal gregario, con tendencia a seguir los pasos de un líder, hay momentos en que las hembras deben separarse del grupo para cumplir con una función de continuidad: llegada la primavera, es tiempo de alumbrar una nueva vida. Tras un periodo de gestación de unos cinco meses y un parto de una a tres horas, mamá oveja pare uno o dos corderos. Si el evento tiene lugar en una paridera, el pastor tendrá ocasión de observar la evolución del recién nacido y reforzar, en su caso, los vínculos con su madre. Otra cosa es que el parto se produzca en el campo, que es el caso que hemos tenido ocasión de conocer.

Esta oveja se quedó rezagada para el parto de dos corderos. El animal mira siempre hacia el mismo lado. Cabe la posibilidad de que haya captado la presencia de algún depredador, un zorro tal vez, que podría suponer el fin para su camada. De momento, los únicos que merodean por aquí son unos cuervos que perchan su brillante atuendo azabache en los cables de la luz. Algo estarán tramando. Ambos corderos permanecen tumbados. Llegamos a dudar que estén vivos, pero respiran. Debemos alejarnos lo suficiente para que la oveja continúe el proceso de lamer a sus corderos para limpiarlos. Pero poco después se desvela el misterio: con la tranquilidad que ofrece la experiencia, va llegando el pastor, que ya había detectado el feliz acontecimiento y regresa para recoger a los corderos y llevarlos al corral.

Lo normal es que los corderos se levanten al cabo de un breve tiempo y comiencen a mamar su primer calostro, pero estos parece que van a necesitar ayuda. Efectivamente, los corderos están vivos y la madre, que sigue dócilmente los pasos del pastor, sigue lamiendo el cuerpo desvalido de sus vástagos.

 

 

Aún no se ha deshecho del cordón umbilical. Los corderos son muy pequeños porque probablemente se ha adelantado el parto. El pastor no sabe si serán capaces de mamar por sí solos. Esa primera toma de alimento será su salvación. La oveja tal vez sepa que pronto va a encontrar la compañía del rebaño y la seguridad de la paridera donde podrá atender a sus retoños.

Lo que son las casualidades de la vida. Hace pocos días encontramos otra oveja que se había desconectado de su rebaño, a varios kilómetros de este lugar, y su situación era bastante parecida, aunque su cordero ya caminaba resuelto al amparo de la madre. Encontramos el tropel de ovejas unos minutos antes, no demasiado lejos, absolutamente ajenos a la situación y a los peligros que pudieran amenazar a su congénere parturienta. Pero en este caso nada hacía pensar que fuera a llegar el auxilio del pastor. La oveja se acercó hasta nosotros, o al menos no hizo ademán de emprender la huida ante nuestra presencia. Dejamos a la solitaria madre preguntándonos por el destino del recién nacido, si ambos alcanzarían al rebaño a tiempo o si tendrían un fatal encuentro con algún depredador. Sabemos que la naturaleza dicta sus inexorables leyes, pero preferimos pensar que madre e hijo lograron la protección de grupo que en ese momento les faltaba.