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Blog

Reforestar la memoria

Literatura de naturaleza

 

Un redoble martilleando sobre un tronco en medio de la arboleda, el trino de un carbonero garrapinos oculto en la copa de un soberbio ejemplar de pino lamiendo la orilla del río, cuyas verdosas aguas salpican entre las piedras, las acículas bailando y murmurando al son de la brisa, el insistente rumor de las cigarras que llega desde la ladera de enfrente, bajo el sol de mediodía. Y nosotros, con la espalda apoyada en un árbol, admirando el paisaje sonoro y físico del lugar, sin otra cosa que hacer salvo observar cómo chapotean los niños a pocos metros de distancia.

¿Qué tienen ciertos árboles que tanto conmueven a la gente? Más que los propios árboles, ¿no serán los espacios que han venido ocupando durante decenios? Se trata a veces de entornos que albergan algo más que una gran diversidad de vidas y atesoran un significado emocional profundamente arraigado en nosotros, rincones que se han ganado un cobijo especial en nuestra memoria. Durante años hemos disfrutado la compañía de árboles de portes majestuosos, nos hemos sentado a su sombra, nos hemos bañado en ríos de aguas cristalinas, la contemplación de sus paisajes nos ha embelesado, nuestros hijos han jugado a ser exploradores y han aprendido a ser. Cuando tales rincones son menospreciados por la incultura de algunos, talados y quemados por otros, sufrimos una ruptura con aquellas vivencias que han venido configurando buena parte de nuestra vida adulta.

 

 

Quizá algún día, tras el borrado de muchos de aquellos entrañables rastros de vida, recibamos la noticia de su recuperación por medio de un proyecto de reforestación. Por interesante y bienintencionado que sea, difícilmente desembocará en la plena recuperación de lo que fueron aquellos espacios que dejaron huella en nuestro carácter. Lamentable, sobre todo si percibimos que las tareas de plantación se realizan con criterios desordenados, poco apropiados. No queda otro remedio. A veces hay que poner en duda el interés real por la biodiversidad cuando comprobamos cómo se están desarrollando ciertas campañas de repoblación forestal. Incrementar la plantación de especies en lugares determinados no resulta eficaz si solo se pretende lograr un número. Dicho de otro modo, no se trata de recuperar la superficie forestal en cantidad, sino en calidad. De nada sirve destinar el dinero de los contribuyentes a la adquisición y plantación de especies no nativas, algunas de las cuales pueden dañar la fertilidad de los suelos, alterar los niveles freáticos o dificultar la vida de otras especies vegetales y animales. Si queremos ver árboles en nuestros montes, más vale que pongamos las especies adecuadas en los lugares adecuados. ¿Es correcto plantar un acebo en la solana? ¿O traer pinos de la cornisa cantábrica a las sierras del centro peninsular? ¿No es mejor que esos pinos procedan de viveros que han usado semilla del terreno que se va a reforestar? Si nuestra fauna empieza a encontrarse con abetos, robles carballos, eucaliptos o pinos negros, será lógico que busque otros espacios de supervivencia, pues sus recursos naturales van desapareciendo. Invadir un entorno con especies no autóctonas, tal vez presionados por la crisis climática, es una buena forma de fallar a la naturaleza. La reforestación del monte debería contar con el correspondiente estudio de impacto ambiental que determine hasta qué punto se puede ver afectada la vida silvestre con la plantación de especies no nativas. Por respeto a la naturaleza.

 

 

Negamos a los árboles su derecho a opinar. Apenas permitimos que proyecten su sombra sobre el camino que recorremos, que a sus cortezas se aferren las cigarras en verano —tal vez porque no alcanzamos a verlas—, que las aves se perchen en sus ramas preferidas. Pero algunas mentes incendiarias siguen utilizando al bosque como arma arrojadiza contra todo aquello que perjudique a sus intereses, sin pararse a pensar en cuánto puede afectar su acción devastadora a los nuestros, que son los de todos, también los suyos. Poco importan para ellos los árboles que eliminan con insensata maestría. Podredumbre humana.

Han pasado los años y ahora no nos atrevemos a revisitar aquellos entrañables parajes naturales. Puede ser una añoranza mal entendida, quizá porque cuesta reconocer que los montes y sus ríos siguen estando ahí, porque aún persisten con fuerza los recuerdos. Bien mirado, nos conviene hacer un esfuerzo para sobreponernos, para no dejarnos llevar por la sensación de que la música no suena igual que la primera vez que la escuchamos. Es probable que el regreso nos ayude a comprobar que estábamos equivocados, que la revegetación del entorno se hizo de la mejor manera posible.