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Trinos y otros murmullos
Una delicada llovizna ha refrescado la mañana. El agua estancada en esta parte del monte es un espejo para el cielo y el bosque. La quietud de la imagen reflejada solo se rompe al paso de leves ráfagas de aire. Hojas de majuelo y rosal silvestre duermen desde el pasado otoño acunadas en el fondo de la balsa, esperando a ser cubiertas por una nueva capa de sedimento. Hace meses que la pradera que circunda el aguazal perdió su lozanía, aguardando pacientemente a que esta prometedora primavera le devuelva su vigor esmeralda.
Los arbustos se agitan levemente a nuestro paso. Es evidente que no ha sido esta extraña presencia la causante, pero de algún modo puede estar en el origen. Quien ha removido la quietud de la fronda ha sido uno de esos pequeños, esquivos e inquietos habitantes de la espesura. Una imprudencia del minúsculo alado nos permite desvelar su secreto: un mosquitero común. Ha tenido la osadía de pasar todo el invierno entre nosotros. Recordamos haberlo visto el pasado verano con otros mosquiteros en una charca en las afueras, tratando de atrapar insectos casi invisibles, saltando de la rama al suelo, y de ahí a una piedra, al barro y de nuevo a la rama. Su canto no es melódico, sino entrecortado, con una especie de lenguaje en clave Morse que le hace ser llamado chiff chaff por los ingleses. Siente el mosquitero común que algo está cambiando en el ambiente. Vuelos de mariposas, zumbidos de insectos, nieves que se funden en la cumbre, prados que se pintan de verde, trinos que lo inundan todo… Siente el mosquitero común que tal vez ha llegado el momento de dar paso a otros pájaros con renovada vocación de juglares primaverales.
Mosquitero común
Es posible que esos pequeños trovadores del bosque no sean el centro de nuestra atención, dispersa en otros asuntos más prosaicos y mundanos, pero es seguro que su llamada sugiere que desean hacerse notar. Y algunos parecen aspirar a ser destellos en una exhibición de fuegos artificiales en medio de la calma. Las notas febriles rompen el silencio desde el amanecer. Sirven de escenario las flexibles extremidades de sauces, fresnos y guillomos. Las aguas del arroyo hacen los coros. Dirige la orquesta la suave brisa que mantiene un delicado equilibrio entre los intérpretes. Garzas, urracas y cuervos conforman un asombrado público que no para de preguntarse por el origen de semejante partitura. Entretanto, los amentos de los sauces perlan de verde amarillento la enramada a medias de vestir, esperando que abejas y abejorros acudan a la cita convenida para aportar su música de fondo. Miles de inflorescencias de chopo cuelgan a modo de orugas verdosas y granas poniendo su peculiar nota de color.
Inflorescencias masculinas de sarga (Salix atrocinerea)
Lamiendo el agua y más arriba, en la ladera, algunos tocones de álamos y robles rebelan una historia de vida, muerte y decadencia. Su transición de árbol a madera fue tan fugaz como el interés que prestamos a sus mensajes, a la información que nos aportan estos muñones de la tierra, más densa y atractiva de lo que imaginamos. Cincuenta, ochenta, ciento veinte anillos relatan una vida llena de acontecimientos, una vida más longeva de lo que nosotros llegaremos a alcanzar. Rayos, inundaciones, sequías, corrimientos de tierras, heladas, golpes, ataques de insectos… Todo podemos leerlo en los anillos, auténtico diario de los árboles. Algunos troncos yacen en la tierra durmiendo un sueño reparador, pero no eterno, pues mantiene inalterables otras formas de vida. Sus entrañas son provisional acomodo para lirones, ratones, escarabajos y semillas de otros árboles y arbustos que desean salir adelante bebiendo de la experiencia de veteranos caídos que difícilmente serán mordidos por el hacha o la sierra.
Tal vez debamos seguir las consejas que hablan de salir lo menos posible, quién sabe por cuánto tiempo. Quizá tendremos que cerrar las puertas de casa y limitar muchos de nuestros encuentros sociales. Pero siempre nos quedará la posibilidad de buscar otras citas en el bosque, de abrir nuestros sentidos a otras coincidencias siempre nuevas, aún repetidas, ver, escuchar y recordar que el mundo sigue girando y la vida se abre paso a pesar de todo.