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Volver a empezar

Literatura de naturaleza

 

Recorrer un camino nevado tiene un encanto especial, misterioso. El silencio lo domina todo, hasta nuestras reflexiones, exceptuando el acompasado crujir de la nieve bajo nuestros pies. Tal vez se apodere de nosotros la tentación de abandonar la trocha para pisar el virginal blanco de los laterales, entre los árboles y arbustos. Pero es probable que lo impida la sensación de estar invadiendo una privacidad que nos está vedada, la impresión de violar los secretos más recónditos de la Naturaleza.

No lejos de nuestro camino se perciben las huellas de una liebre sobre la nieve, con su característica forma de Y. Las dos pisadas delanteras, una al lado de la otra, corresponden a las patas posteriores, mientras que las dos huellas que imprimió el animal detrás de estas, más pequeñas y en línea, son las patas delanteras. No sería extraño que por este camino se dejara ver la escritura de otros animales, como ciervos o jabalíes. Es en esta época cuando tienen un pelaje más oscuro, una tonalidad que resalta sobre el sudario blanco que cubre el suelo. Bien mirado, no tienen necesidad de ocultarse a la mirada escrutadora de depredadores, pues no los hay. Pero ese color sombrío del invierno permite que los escasos rayos solares calienten el cuerpo del animal con más eficacia. Incluso los gamos cambian su librea moteada por un abrigo más tostado y uniforme, y lo mismo habría que decir del muflón. Son animales fáciles de ver desde la distancia trazando su silueta sobre el manto blanco.

 

 

Cuesta imaginar cómo arbustos y árboles pueden crecer con ese gélido abrigo cubriendo el suelo, bajo el que se extienden sus raíces. Tal vez por ello las plantas caducifolias renuncian a intentarlo y prefieren dormir el sueño entumecido de la invernada. Llegará un momento en que la nieve y el hielo se vayan fundiendo poco a poco para alimentar regueros. Entonces hablará el agua y elevará vidas vegetales y nutrirá a cuantos alientos salgan a su paso. Cuando el invierno llegue a su fin y la temperatura sea más agradable, la tierra, bien provista de agua, ofrecerá la oportunidad de asomar a la mitra de los pantanos, un pequeño hongo que parece una cerilla de cabeza dorada clavada en el barro, tan frágil como amenazado.

 

Mitrula paludosa

 

Las hepáticas parecen tenerlo más fácil. Estas menudas flores son uno de los primeros experimentos de la evolución vegetal hacia la producción de hojas. Se trata de una delicada hierba que ocasionalmente comienza a florecer en pleno invierno y, como queriendo proteger del frío a la pequeña y preciosa flor blanca, azul o morada, las hojas parecen abrazarla para sobrevivir a la helada. Un ejemplo de resiliencia del que deberíamos aprender. Precisamente su peculiar forma, similar al hígado, le da su nombre. Incluso si miramos el envés, comprobaremos que tiene un color ligeramente purpúreo, como el hígado. Por esta razón, según aquella máxima de que “lo similar cura lo similar”, hubo un tiempo en que se creyó que la planta era apropiada para combatir afecciones hepáticas. De hecho, estos detalles permiten conocer esta hierba con nombres comunes como hierba del hígado o hierba de la Trinidad (por la forma de la hoja).

 

Hepatica nobilis

 

La hepática se desarrolla en bosques, siempre sobre suelos ricos en nutrientes, preferentemente calcáreos y umbríos, aunque no desprecia los terrenos silíceos. Según Wohlleben (1), es una planta muy tozuda: allí donde esté, quiere quedarse para siempre. Habla, por ello, de su preferencia por bosques caducifolios con ejemplares centenarios, aunque es muy frecuente en nuestros pinares serranos.

La noche significa la llegada del ansiado descanso para muchos animales, en tanto que otros, como el zorro o el tejón, comienzan su actividad. En estos días que vienen a cerrar el invierno el sapo surge de la tierra como un espectro que renace tras la oscuridad. Uno podría pensar que lo primero que hará será buscar comida y agua, pero no, se lanzará a una frenética búsqueda de pareja, lo cual supone que deba afrontar algunas peleas. El resultado del emparejamiento serán unos rosarios de cuentas negras ensartadas en una sustancia gelatinosa que se enreda en las plantas acuáticas a la espera de la anhelada eclosión.

Mirlos y pinzones, perchados en la enramada, aprovechan para recitar sus primeras romanzas de la temporada.

 

(1) Wohlleben, P. (2018). Guía del bosque. Omega, Barcelona