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Buscando la unidad de la Naturaleza
Hace algún tiempo tuvimos ocasión de conocer la figura del que para algunos fue el científico más grande del siglo XIX y para otros el hombre más grande desde el Diluvio. Casi nada. Viajero incansable, curioso empedernido, observador convencido de que todo lo que forma parte de la Naturaleza está entrelazado, incluyendo a nuestra especie. Era el alemán Alexander von Humboldt, cuya obra ejerció una poderosa atracción sobre tantos pensadores, escritores y científicos contemporáneos y posteriores, que no tuvieron el menor empacho en viajar a hombros de este gigante. Ya en aquel momento me comprometí a conocer más a fondo su proyección sobre dos de los más significados padres del conservacionismo de Estados Unidos, Henry David Thoreau, que tantas veces se ha asomado por esta ventana, y John Muir, impulsor de los Parques Nacionales de aquel país.
Henry David Thoraeu y Jon Muir
Es posible que alguien pueda calificar a Henry David Thoreau (1817-1862) como un tipo raro. Porque nadie sostendrá que es habitual dejarlo todo y alejarse de la vida social para vivir durante dos años, dos meses y dos días —¿lo calcularía de forma premeditada?— en una pequeña cabaña rodeada de bosques a orillas de un lago.
Él, agrimensor, naturalista, escritor y conferenciante muy influyente y fabricante de lápices —una mezcla bastante original—, lo hizo. Y le fue bien para construir una ética ambiental basada en el pensamiento de Humboldt. Thoreau, que fue capaz de entretejer ciencia y poesía gracias a la visión de la biosfera del alemán, buscaba la unidad de la Naturaleza en su convicción de que la totalidad solo puede comprenderse entendiendo los detalles, pues todo lo que está en la Naturaleza tiene significado propio. Así empezó a explorar su entorno, a contemplar la detallada variedad que se desplegaba a su paso, a sumergirse en los escritos de Humboldt.
A Henry David Thoreau le gustaba enfangarse los pies. La naturaleza era un tónico para él. Casi todos los días, durante todo el año, caminaba, exploraba y estudiaba todos los rincones de su entorno, y grababa en sus diarios detalles de lo que oía, olía y veía. Mientras sus vecinos cultivaban sus campos, él subía a los árboles más altos en busca de nidos de pájaros, conos de pino o simplemente una bella vista. Pero más allá de su excelente talento como observador y naturalista, Thoreau tenía la pasión por explorar significados más profundos en la naturaleza.
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme solo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que esta tenga que enseñarme, no sea que, cuando vaya a morir, descubra que no había vivido.”
Henry David Thoreau (Walden o la vida en los bosques)
El tiempo que pasó Thoreau en Walden le sirvió para cimentar un modelo ético de vivir. Como naturalista supo ver que el camino hacia una mayor comprensión de nuestra vida en la tierra es viable a través de una comprensión del mundo natural que nos rodea y del que formamos parte. Como científico, abrazó la polémica obra de Darwin y desarrolló teorías sobre la evolución de los bosques. Thoreau fue uno de los escritores más poderosos e influyentes que ha producido América, y aunque solo una pequeña parte de su obra fue publicada mientras vivió, sus palabras y hechos continúan inspirando en todo el mundo a millones de personas que buscan soluciones a desafíos ambientales y sociales críticos.
La idea de una Naturaleza interconectada también caló hondo en la mente de John Muir (1838-1914), para quien el ser humano formaba parte de esa red vital como cualquier otro organismo, por lo que no tenía sentido otorgarle mayor valor que a los demás. Cada árbol, flor, insecto, ave, río o lago parece invitarnos a aprender algo de su historia y sus relaciones. Y para ello nada mejor que buscar su contacto, sumergirse en la Naturaleza, como nos recomienda en su obra La historia de mi infancia y juventud (1913):
"Esta inmersión en puros espacios abiertos —bautismo en el corazón de la naturaleza—, ¡qué absolutamente felices nos hizo! (…) La naturaleza fluyendo en nosotros, enseñando de forma atractiva sus maravillosas lecciones, tan diferentes de la triste y oscura gramática que tanto tiempo nos vapuleó. Aquí, sin saberlo, estábamos todavía en la escuela. Cada lección de naturaleza era una lección de amor, que no nos fustigaba, sino que nos cautivaba."
John Muir
Un tema que fascinaba a Muir en particular era el de los comentarios de Humboldt sobre la deforestación y la función ecológica de los bosques. Y tal como estaban las cosas, comprendió que había que hacer algo. La industrialización se aceleraba al mismo ritmo que la Naturaleza desaparecía de la vida diaria. En 1858, Henry David Thoreau ya se preguntaba por qué no deberíamos tener nuestras reservas nacionales en las que el oso y la pantera pudieran seguir existiendo sin ser borrados por la civilización de la faz de la tierra, así como preservar los bosques, no para el deporte o el ocio, sino para la inspiración y nuestra auténtica recreación. Muir dedicó su esfuerzo en persuadir a la gente para que contemplara la hermosura de la Naturaleza, y fue sensible a la sugerencia de Thoreau. Así empezó a pensar en la protección de espacios abiertos, y todo esto derivó en la creación de Parques Nacionales como Yosemite, Sequoia, Mount Rainier, Petrified Forest y Grand Canyon.
Parque Nacional Yosemite
No puede decirse que le gustara escribir, una actividad que le resultaba tediosa y difícil, pero a través de sus artículos y libros enseñó a la gente de su época y a nosotros la importancia de experimentar y proteger nuestro patrimonio natural. Es una pena que de toda esa bibliografía solo nos haya llegado traducido un libro, Viajes por Alaska. No vendría mal que las editoriales dedicaran un esfuerzo en la difusión de los escritos del considerado gran profeta de la Naturaleza.