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Blog

Carta de lo salvaje

Relación con la Naturaleza

Creo que fue leyendo a Robert Macfarlane que conocí la figura de Wallace Stegner, escritor norteamericano conocido como “el decano de los escritores del Oeste”. Pero lo que más me interesó es su faceta como ambientalista, vamos, lo que ahora llamaríamos ecologista. Su obra es poco conocida en España, no porque sea escasa, sino porque está escasamente traducida, y ya sabemos cómo andamos por estos pagos en cuestión de idiomas. Quizá la más célebre sea Ángulo de reposo, un relato sobre el esfuerzo que tuvieron que hacer las gentes del Viejo Mundo para enfrentarse a una nueva realidad geográfica, histórica y humana cuando afrontaron la conquista del Oeste.

Su preocupación por el medio ambiente le llevó a escribir en 1960 una carta a David E. Pesonen, Director del Centro de Investigaciones Forestales, una carta que se ha convertido en una de las principales fuentes de inspiración y fortaleza para el movimiento ecologista americano. Con la idea básica de destacar algunos argumentos a favor de la preservación de la naturaleza más allá de los puramente recreativos —que eran los que centraban el interés de la época—, la carta ha llegado hasta nosotros aún sin traducir, con el título de “Carta de lo salvaje”. “Lo que quiero comentarle no es tanto sobre los usos de la naturaleza, valiosos como son, sino sobre la idea de la naturaleza como recurso en sí misma”, dice Stegner dirigiéndose al burócrata de turno. De ella entresacamos estos párrafos:

 “Algo habremos perdido como pueblo si alguna vez dejamos que lo que queda de naturaleza salvaje sea destruido; si permitimos que los últimos bosques vírgenes se conviertan en cómics y en cajas para cigarrillos de plástico; si llevamos a los pocos miembros que quedan de las especies silvestres a zoológicos o a la extinción; si contaminamos el último aire limpio y ensuciamos las últimas corrientes limpias de agua, si llevamos nuestras carreteras pavimentadas hasta los límites del silencio, para que nunca más los americanos se vean libres en su país del ruido, los tubos de escape y los hedores de los desechos humanos y la automoción. Y para que nunca más tengamos la oportunidad de vernos a nosotros mismos solos, separados, individuales y verticales en el mundo, como parte del entorno de árboles, rocas y suelo, hermanos de los otros animales, una parte del mundo natural y capaces de pertenecer a él. (…)

Somos una especie salvaje, como señaló Darwin. Nunca nadie nos domó o domesticó o creó científicamente. Pero durante al menos tres mil años nos hemos dedicado a una ambiciosa carrera para modificar nuestro medio ambiente y lograr su control, y en el proceso nos hemos acercado a la domesticación de nosotros mismos. No es probable que muchas personas miren a lo que llamamos “progreso” como una bendición. Tan cierto como que nos ha traído una mayor comodidad y más bienes materiales, nos ha traído pérdidas espirituales, y amenaza ahora con convertirse en el Frankenstein que nos va a destruir. Una forma de cordura es mantener contacto con el mundo natural, seguir siendo, en la medida de nuestras posibilidades, buenos animales.

Stegner defiende la causa de la vida silvestre, que es la gran maestra, una esperanza para la humanidad de aprender a vivir con humildad, con cortesía y moderación. Con una fuerte dosis de autocrítica, denuncia la vulgaridad de la cultura tecnológica “que ha ensuciado un continente limpio y un sueño limpio”.

Necesitamos demostrar nuestra aceptación del mundo natural, incluyéndonos a nosotros mismos; necesitamos el refresco espiritual que el ser natural puede producir. Y uno de los mejores lugares para conseguirlo es la naturaleza salvaje donde las casas de diversión, las excavadoras y el asfalto de nuestra civilización están excluidos.”

“…a medida que las áreas silvestres son explotadas progresivamente o "mejoradas", a medida que los jeeps y bulldozers de los prospectores de uranio cicatrizan los desiertos y los caminos se cortan en los bosques maderables alpinos, y a medida que los restos del mundo virgen y natural se erosionan progresivamente, cada pérdida es una pequeña muerte en mí. En nosotros.”

Tras reclamar la necesidad de preservar otros espacios naturales más allá de los bosques nacionales y en las tierras altas de montaña, recuerda con nostalgia que “la tierra estaba llena de animales —ratones de campo, ardillas terrestres, comadrejas, hurones, tejones, coyotes, búhos de madriguera, serpientes—. Los conocía como mis pequeños hermanos, como semejantes, y nunca he sido capaz de considerarlos de cualquier otra manera. El cielo en ese país llegaba despejado hasta el suelo por todas partes, y estaba lleno de grandes elementos meteorológicos, y nubes, y vientos, y halcones.”

Wallace Stegner finaliza su Carta de lo salvaje así: “Estas son algunas de las cosas que lo salvaje puede hacer por nosotros. Esa es la razón por la que tenemos que llevar a la práctica, para su preservación, algún otro principio diferente a los principios de la explotación o de la "utilidad" o incluso de los usos recreativos. Simplemente necesitamos a ese país salvaje disponible para nosotros, incluso si nunca hacemos más que conducir hasta su límite y mirar. Porque puede ser una forma de garantizarnos a nosotros mismos nuestra salud mental como criaturas, una parte de la geografía de la esperanza.”