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Concerto
Quiero pensar que cada vez más gente encuentra en los sonidos de la Naturaleza un cúmulo de sensaciones con frecuencia de difícil explicación. Estos sonidos suelen ser melodiosos, bellos, misteriosos e incluso sombríos. Los causantes son nuestros vecinos vivos —especialmente aves e insectos—, pero también el agua y el viento. Nosotros, en nuestros paseos por el campo, aspiramos torpemente a confundirnos con esa armonía natural, hasta que logramos apagarla.
Quedémonos con la parte positiva de este mensaje, los beneficios que causa este improvisado concerto en nuestra mente. Muchos compositores se han inspirado en él para crear auténticas maravillas sonoras.
Todos conocemos de Antonio Vivaldi (1678-1741) sus célebres Cuatro estaciones, donde se representa el despertar de la Naturaleza, el canto de las aves y el murmullo de los arroyos (Primavera), la languidez producida por el calor y la tormenta estival (Verano), la temporada de vendimia y la caza (Otoño), y los efectos del frío, la lluvia y el viento del norte (Invierno). Dentro de esta misma colección se encuentra La tempestad del mar (1725), que imita el flujo y reflujo de un mar embravecido y el cabeceo de una embarcación a merced de las olas. He aquí un fragmento:
Años antes, en 1703, Vivaldi compuso el concierto para flauta y cuerda en Re mayor, Op. 10 nº 3 “Il cardellino”, el jilguero, en cuyo primer movimiento la flauta solista ejecuta una preciosa imitación del canto de este pájaro, para seguir con un intercambio de trinos entre la flauta y los violines. Escuchemos un fragmento de ese primer movimiento:
Georg Friedrich Haendel (1685-1759), que tenía la costumbre de componer conciertos para los entreactos de sus grandes obras corales, intentó el más difícil todavía: imitar el canto del cuco y del ruiseñor a base de un concierto de órgano a estas aves. Aquí tenemos un fragmento:
El ruiseñor vuelve a ser objeto de atención de Franz Schubert (1797-1828), que compuso varias canciones dedicadas a este pájaro, como la serenata Die nachtigall (1821), que comienza así:
Quisiera saber lo que cantan tan armoniosamente en la noche, pero no hay nadie en el mundo que esté de vigilia con ellos.
Del final de su vida es Ständchen, también dedicado al ruiseñor, una de cuyas estrofas dice así:
¿Oyes gorjear a los ruiseñores?
¡Ay! Ellos te imploran,
Con el sonido de dulces quejas
imploran por mí.
En 1802 Franz Joseph Haydn (1732-1809) compuso el oratorio Las estaciones, donde hace un fiel retrato de la Naturaleza y de la vida campesina a lo largo del año, con aldeanos bailando, una tormenta y pájaros cantando. Escuchemos el movimiento dedicado a la primavera.
Pero si tuviera que elegir una composición que representara a la Naturaleza, sin duda me quedaría con la 6ª Sinfonía de Ludwig van Beethoven, la Pastoral, una descripción sonora de la Naturaleza. El genial sordo, gran aficionado a pasear en solitario, terminó esta obra en 1808 y la subtituló Recuerdos de la vida campestre. En ella glosa la figura del pastor como ser que está en pleno contacto con la Naturaleza sin agredirla. Los cinco movimientos que la componen tienen unos títulos muy reveladores: Despertar de impresiones agradables al llegar al campo, Escena junto al arroyo, La alegría de los campesinos, La tormenta y Alegría y reconocimiento de los pastores después de la tormenta. Lo dicho, un himno a la Naturaleza que conviene escuchar completo.
Johann Strauss hijo (1825-1899), conocido por ser el autor del famoso Danubio Azul, dedicó al cuco una graciosa polka llamada En los bosques de Krapfen, que nos recuerda mucho los conciertos vieneses de año nuevo. No consta que caminar rodeado por un ambiente natural fuera una de las aficiones de Strauss, pero no cabe duda que estas obras —y otras como Cuentos de los bosques de Viena o Voces de primavera— están impregnadas de una especial cercanía a la Naturaleza. Aquí escuchamos el canto del cuco en forma de polka:
A finales del siglo XIX el compositor ruso Nikolai Rimsky-Korsakov, escribe El vuelo del moscardón, una pieza que forma parte de la ópera El cuento del zar Saltán. Conocido también como El vuelo del abejorro, la pieza muestra el frenético vuelo del insecto y exige cierto virtuosismo al intérprete:
Pau Casals (1876-1973) popularizó en 1939 una canción tradicional catalana, El cant dels ocells (El canto de los pájaros), cuando la adaptó e interpretó al violoncelo. La canción explica la alegría de la Naturaleza por el nacimiento de Jesús.
Al ver despuntar el mayor resplandor en la noche más dichosa
los pajaritos van a cantarle con su melosa voz.
El águila imperial va por los aires, cantando con melodía,
diciendo: Jesús ha nacido para librarnos del pecado y darnos la Alegría.
Le responde el gorrión: Esta noche es Navidad, es noche de gran contento.
El verderón y el lúgano dicen, cantando también: ¡Oh, qué alegría siento!
Cantaba el pardillo: ¡Oh, qué hermoso y qué bello es el Hijo de María!
Y el tordo alegre: Vencida ha sido la muerte, ya nace mi Vida.
Cantaba el ruiseñor: Es hermoso como un sol, brillante como una estrella.
El colirrojo y la tarabilla celebran la criatura y su Madre doncella.
La garza, el zorzal y el arrendajo dicen: Ya viene el mayo. Responde el jilguero:
Todo árbol reverdece, toda planta florece, como si todo fuese primavera.
El canto de los pájaros también mereció la atención de Jean Sibelius (1865-1957), que compuso El lenguaje de los pájaros, una marcha nupcial de 1911 con bellos elementos orientales.
Sibelius demuestra una especial sensibilidad hacia la Naturaleza con su Canción de la tierra (1919), inspirada en el folklore finlandés y con un mensaje fuertemente arraigado a la patria.
En la figura de Olivier Messiaen se concentran la composición y la ornitología. Tenía la costumbre de concentrarse en las aves que escuchaba, y luego transcribía fielmente sus cantos a cuadernos que utilizaba para sus creaciones. Su obra más conocida es Catalogue d’oiseaux (Catálogo de aves), en la que recrea el ambiente de un día primaveral en la campiña francesa. En 1952 compuso Le merle noir, basada en el canto del mirlo común, para flauta y piano:
Messiaen escribió: “Los pájaros son músicos: primero escuchan las gotas del agua y los silbidos del viento y luego cantan”.
También la música más moderna se ha fijado en el canto de las aves. En 1977 Mike Oldfield hizo un arreglo de una canción tradicional inglesa de Michael Praetorius (1571-1621), La canción del cuco. El resultado no nos deja indiferentes.
Sin duda hay más, mucho más, obras maestras que reflejan una gran comprensión y un verdadero apego por la Naturaleza que no deberíamos perder. La música, como vemos, puede ayudarnos a seguir enganchados a la vida.