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Deja que se cuide sola
“Proceso de proteger el medio ambiente y devolverlo a su estado natural, por ejemplo, reintroduciendo animales salvajes que solían vivir en él”. Esta es la definición que el diccionario de Cambridge recoge del término rewilding. Y nosotros, alumnos aplicados, adoptamos rápidamente el vocablo sin atender a que existe otro en nuestro idioma que se ajusta como un guante a su significado: resilvestración. Así lo aconseja la Fundación del Español Urgente, que cuenta con el asesoramiento de la Real Academia de la Lengua.
Bueno, ¿en qué consiste eso de resilvestrar? Restaurar ecosistemas dañados, habilitar espacios para la flora, la fauna y los procesos naturales, sin pensar solo en el bienestar humano, sino en el de toda la Naturaleza. Hay quien señala que reintroducir en un territorio especies extinguidas, sean depredadoras o fitófagas, de modo que se restablezca el equilibrio perdido, sería una buena forma de resilvestrar. Podríamos recordar aquí el sentimiento que generó en Aldo Leopold la muerte de una loba, y lo que su presencia significa para el paisaje y las especies que lo habitan. Buena parte de Europa contaba hace cientos o miles de años con mamíferos de tamaño mediano como bisontes, osos, alces, lobos o glotones, especies que por sí solas sabían conservar el equilibrio de los ecosistemas. Pero de ahí a crear una suerte de Parque Jurásico media un abismo. Tal idea nos llevaría a recrear un pasado que pensamos óptimo, ideal. No podemos fiarlo todo a la reintroducción de especies.
Especies como el lobo o el lince ganan terreno poco a poco gracias a las medidas de conservación iniciadas hace decenios. (Fuente: Staffan Widstrand / Rewilding Europe)
Los espacios naturales con alguna figura de conservación no deberían tener las mismas condiciones en que se encontraban cuando fueron declarados como tales, pues algunos ya sufrían un estado de agotamiento extremo, un estado que se mantiene en el tiempo. Estos espacios tampoco han de ser recintos para exiliados ecológicos. Las especies sobreviven allí donde encuentran las condiciones y circunstancias apropiadas, no en paisajes bucólicos. Si esta es la idea que tenemos de conservación, quizá convenga que vayamos proponiendo un cambio que puede nacer de una sencilla pregunta: ¿Cómo se las arregló la naturaleza antes de que llegáramos? ¿Acaso dichos espacios estaban mejor conectados que ahora de modo que las especies podían moverse de uno a otro? Porque lo nuestro ha sido una sucesión interminable de equilibrios truncados.
Resilvestrar vendría a ser, por tanto, revertir la destrucción del mundo natural y dejar que la naturaleza responda y se abra camino por sí sola. No estaría mal echarle una mano con la introducción de ganado lanar, caballar y vacuno, capaz de frenar el excesivo desarrollo de la vegetación a base de rumia y pisoteo. También contribuiría a resilvestrar el poner barreras para que la agricultura, subvencionada en exceso, gane la partida a la vida silvestre, o la eliminación de especies exóticas invasivas, o detener la galopante despoblación rural, o incrementar la reforestación de bosques con especies mixtas y autóctonas que se autogestionen, o reducir la presión humana…
Cuando hablamos de la bíblica actitud dominadora de la especie humana sobre la Naturaleza, de los daños que causa su antropocentrismo y su empeño en darle la espalda, solemos llegar a la conclusión de que el planeta corre peligro, cuando, en realidad, quien está viviendo un tiempo sin marcha atrás es el hombre. La Naturaleza sabe cuidarse a sí misma, la vida siempre ha salido adelante tras sufrir varias extinciones masivas, y no será diferente con la sexta extinción que está provocando el hombre.
El ciclo de la vida no se detiene. Cada paso dado por una especie, incluida la nuestra, puede marcar la diferencia entre quedarse atrás o seguir adelante. Pero, en el caso del hombre, su relación con la Naturaleza, afecta directa o indirectamente a las posibilidades de futuro del resto de especies. No olvidemos que hemos fundado por méritos propios un nuevo periodo geológico, el Antropoceno. Nos hemos puesto de lado ante la evidencia de que somos parte del paisaje, tanto como la totalidad de sus habitantes. La vida lleva mucho tiempo aquí. Otras especies culminaron su evolución millones de años antes de surgir nosotros, que apenas acabamos de llegar. Y ahora nos cuesta asumir la responsabilidad que nos corresponde de permitir que todo siga adelante. La resilvestración nos ofrece la oportunidad de reemplazar nuestra primavera silenciosa por un año repleto de sonidos. Tal vez lo mejor sea dejar que la Naturaleza se cuide sola.