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Encrucijada
Canta el pinzón a pocos metros del camino. No todos los pinzones cantan igual. Nuestro libro de aves describe este canto como una voz poderosa y frecuente, penetrante y briosa, retumbante, discordante, aflautada, repetitiva… Cabría añadir que el pinzón vulgar enfatiza su canto con el melodioso floreo con el que rubrica su presencia en la enramada. Cuando emprende el vuelo deja ver las bandas blancas de su plumaje en las alas y la cola. Inquieto, se posa de rama en rama, mira curioso y canta. Y así será mientras se mantengan intactos los setos arbustivos que aún separan los campos de labor, donde tantas especies, no solo aladas, comparten espacio y recursos se persiguen, se desafían, se seducen y sobresaltan.
Nuestro admirado David Attenborough decía en El estado del planeta (2000) que tal vez estemos viviendo una época en la que no haya conocido mejores momentos la biodiversidad en el planeta. Sin embargo, parece cada vez más evidente que una de esas especies, la nuestra, ha desarrollado la singular habilidad de poder alterar su entorno de tal forma que es capaz de destruir especies enteras e incluso entornos enteros. El proverbial e inusual optimismo del maestro Attenborough pareció venirse abajo entonces y debió acentuarse en los últimos meses de 2020. La tozuda realidad del estado del planeta hizo cambiar su mensaje hacia el inevitable enfrentamiento a una crisis de graves consecuencias para todos, una crisis capaz de amenazar nuestra capacidad de alimentarnos, de controlar la situación global del clima, de provocar enfermedades pandémicas.
Buena parte de la población continúa su vida como si no pasara nada, pero otros sí escuchan estos mensajes que invitan a un cambio en la manera de vivir y adaptarse a las circunstancias que impone el estado del entorno. Son tiempos incómodos que exigen un compromiso por parte de todos. Tal vínculo colectivo nos permitiría celebrar la belleza del mundo natural, la recuperación de la biodiversidad, la conservación de áreas silvestres en todo el planeta… Todo esto, y más, no será posible si no actuamos, si no afrontamos una problemática ambiental abrumadora que sitúa a la humanidad en una encrucijada en lo que se refiere a su relación con la naturaleza. Nuestra especie aprendió a dar vueltas sobre sí misma, a ocuparse de su propio bienestar, y no ha hecho lo suficiente por resolver los problemas que afectan a su entorno ni por lograr ninguno de los objetivos para detener la destrucción natural a la que nos vemos abocados. Los científicos y divulgadores de la naturaleza, como David Attenborough, no lo tienen fácil para convencernos, por más que una parte de la población sí muestre cierta seguridad en entender la lógica del mundo natural. Pero es complicado seguir adelante cuando vemos que la devastación gana espacio ante la vida. Las imágenes que vemos en televisión provocan desconcierto y desánimo. No queremos que nos muestren las bellezas que aún quedan intactas, si sabemos que al otro lado del escenario continúa avanzando el despropósito.
Pocos divulgadores están dotados de la autoridad y el carisma suficientes para decirnos cómo están las cosas realmente. David Attenborough es uno de ellos. Tal vez piense que nada consigue mostrando una realidad engañosa, y por eso prefiere decir que estamos condenados, probablemente más allá del punto de no retorno, que la biodiversidad es cada vez menos numerosa o que la crisis climática gana enteros. Y, a pesar de ello, los amantes de la naturaleza escuchamos ávidamente sus mensajes y admiramos su trabajo a pesar de que pueda provocar cierta ansiedad. Es dudoso que científicos y divulgadores de prestigio como él pretendan extender la alarma entre la población. Se trata, más bien, de informar difundiendo una verdad que, como ya hiciera Al Gore, resulta incómoda. Es algo comparable al duro momento que ha de pasar un médico cuando se ve obligado a comunicar a su paciente que tiene una enfermedad en fase terminal, con la diferencia de que Attenborough y otros advierten sobre un planeta herido y que la humanidad no se decide a intervenir.
Cuando se nos ofrece un leve atisbo de esperanza nos sentimos aliviados, pero esto no debe disfrazar la gravedad del problema. Por esta razón hemos de reaccionar siguiendo las indicaciones y propuestas de solución que nos plantean quienes de esto saben algo, no dejarnos llevar por bulos y medias verdades. Admitamos que somos algo hipócritas pensando una cosa y actuando en sentido opuesto. Tengamos valor para ser coherentes. Nadie nos exige perfección, pero sí que hagamos lo que podamos, que es más de lo que creemos.