Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

Generación Antropoceno

Relación con la Naturaleza

 

Si alguien todavía no ha asumido que estamos asistiendo a un cambio de época geológica, más vale que lo vaya haciendo porque las señales son cada vez más evidentes. El concepto de Antropoceno, esa nueva época del tiempo geológico en que la actividad humana se considera una influencia tan poderosa sobre el medio ambiente, el clima y la ecología del planeta que dejará una firma a largo plazo en el registro fósil, está empezando a ser habitual. El ser humano ha dejado de vivir en el Holoceno.

Hace cuatro o cinco decenios la palabra “naturaleza” tal vez podría encerrar cierta complejidad, aunque ahora ya no tiene sentido decir “tal vez”; ya no queda duda al respecto. Y para complejidad, la que representa el concepto de sostenibilidad, sobre cuyo significado resulta difícil ponerse de acuerdo. Para rizar el rizo, surge una nueva idea que pretende definir nuestro estado de ánimo en relación con la Naturaleza, solastalgia, acuñado por el filósofo australiano Glenn Albrecht en el año 2003. La solastalgia es una forma de angustia psíquica o existencial causada por el cambio ambiental. Albrecht estaba estudiando los efectos de la sequía a largo plazo y la actividad de la minería a gran escala en las comunidades de Nueva Gales del Sur, cuando se dio cuenta de que no existían palabras para describir la infelicidad de las personas cuyos paisajes se transformaban por fuerzas que escapaban a su control. Todo esto nos lo contaba Robert Macfarlane en un detallado artículo publicado en The Guardian hace tres años.

 

Fuente: jlnavarrocabofoto.blogspot.com

 

Curiosamente solastalgia rima con nostalgia. Pero mientras la nostalgia surge al alejarse, el dolor de la solastalgia surge de quedarse quieto. Donde el dolor de la nostalgia puede ser mitigado por el retorno, el dolor de la solastalgia tiende a ser irreversible. La solastalgia podría equipararse a la angustia del ecosistema, según Albrecht, cuando el hogar, la Tierra, se vuelve repentinamente poco acogedor alrededor de sus habitantes. ¿Y qué es lo que provoca esa angustia humana? Bueno, hemos perforado 50 millones de agujeros en busca de petróleo, eliminamos las cimas de las montañas para obtener el carbón que contienen, los océanos bailan con miles de millones de diminutas partículas de plástico, las pruebas de armamento han dispersado radionucleidos artificiales por todo el mundo, la quema de bosques envía cortinas de mortal smog que se depositan en países enteros a miles de kilómetros de distancia. ¿Hacen falta más evidencias? No tengamos la osadía de negar que somos responsables de la vulnerabilidad de otras especies vivas y de otros humanos de ahora y del futuro.

Sostiene Macfarlane en su artículo que hay buenas razones para ser escéptico acerca del apocalíptico impulso de declarar "el fin de la naturaleza". También hay buenas razones para ser escéptico sobre el absolutismo del Antropoceno, las presunciones políticas que codifica y las historias específicas de poder y violencia que enmascara. Pero el Antropoceno es un concepto contundente. Pertenecemos a los que llama la "Generación del Antropoceno". El término solastalgia es una de esas palabras feas para una época fea, de esas palabras que tratan de explicar con éxito dispar qué es lo que estamos haciendo y qué sentimientos provocan nuestras acciones. El caso es que los científicos, tras arduas reuniones de trabajo, ha determinado el comienzo del Antropoceno en algún momento a mediados del siglo XX, coinciendo con el inicio de la era nuclear, los aumentos masivos de la población, las emisiones de carbono, las invasiones y extinciones de especies, y el incremento de la producción y desecho de metales, hormigón y plásticos.

 

Fuente: mundiario.com

 

Macfarlane advierte que los plásticos en particular se están tomando como un marcador clave para el Antropoceno, dando lugar al apodo inevitable del "Plasticeno". Actualmente producimos alrededor de 100 millones de toneladas de plástico en todo el mundo cada año. Debido a que los plásticos son inertes y difíciles de degradar, parte de este material se abrirá paso en el registro fósil. Resultaría llamativo que los futuros paleontólogos tuvieran que datar nuestra época utilizando un frasco de champú o una botella de agua mineral. Total, lo que sobrevivirá de nosotros es el plástico. En todo caso, nos recuerda Macfarlane, estamos viviendo lo que popularmente se conoce como la "sexta gran extinción". Un tercio de todas las especies de anfibios están en riesgo de extinción. Una quinta parte de los 5.500 mamíferos conocidos del mundo se clasifican como en peligro de extinción, amenazados o vulnerables. La tasa de extinción actual de las aves puede ser más rápida que la registrada en los 150 millones de años de historia evolutiva aviar. Existimos en una crisis de biodiversidad, pero registramos esa crisis, si es que lo hacemos, como un zumbido ambiente de culpa, que fácilmente se desvanece, afirma Macfarlane. Y no contentos con eso, respondemos a la extinción masiva con estupidez: la experiencia estética en la que el asombro se une al aburrimiento, de modo que sobrecargamos la ansiedad hasta el punto de la indignación.

 

Fuente: ecoembes.com

 

Hemos borrado biomas enteros y hemos colapsado ecosistemas enteros, haciendo certeras las palabras que Félix Rodríguez de la Fuente pronunciara en uno de sus programas radiofónicos, Objetivo, salvar la naturaleza: “Lo lógico sería que una especie, la humana, tratara de evitar que otras especies destruyeran la naturaleza. Y, sin embargo, la única especie que pone en peligro, que ha destruido y que, parece ser, pretende seguir destruyendo la naturaleza es la especie Homo sapiens”. Lo del asteroide que borró a los dinosaurios del mapa se puede quedar en un juego de niños comparado con el daño que está provocando el hombre. Nuestro apetito contemporáneo por la degradación del medio ambiente es colosal y tiende a lo grotesco, dice Macfarlane. El ser humano aún no se ha desapegado de aquella imagen de la Tierra como un cuerpo infinito de materia, que la increíble maquinaria del capitalismo procesa, explota y desecha sin tener en cuenta el límite.

Tal como están las cosas, viviendo una realidad preñada de gestos incívicos y adornados con toques de mala educación, no cabe demasiado espacio para el optimismo. Bertrand Russell (1) dice que “es una necesidad vital de nuestra civilización descubrir un sistema que evite las guerras; pero no hay posibilidad de tal sistema mientras los hombres sean tan desgraciados que el exterminio mutuo les parezca menos horrendo que soportar constantemente la luz del día”. No se trata de ser catastrofistas y pensar que ya es inútil lo que hagamos porque nos dirigimos inexorablemente al abismo. Se trata de no enrolarse en el ejército de la pasividad, que es lo peor que se puede encontrar la situación actual del mundo.

 

(1) Russell, B. (1978). La conquista de la felicidad, Espasa Calpe, Madrid