Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

Imitar la Naturaleza

Relación con la Naturaleza

Fue Jorge Riechmann, profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Barcelona e investigador de cuestiones ecológico-sociales, quien acuñó el concepto de biomímesis como una forma de adaptar los sistemas productivos humanos a los ecosistemas, de modo que se adopten medidas de autocontención para no sobrepasar los límites del planeta. Para ello es necesaria una verdadera reconstrucción de nuestra sociedad, un reseteo en toda regla. Hermosa labor para los gestores del patrimonio natural por medio de la educación ambiental.

El término biomímesis iba acompañado por la expresión “ensayos sobre imitación de la naturaleza”, y eso es lo que mejor se ha grabado en nuestra mente, cómo podemos imitar a la naturaleza. Pero la naturaleza es inimitable. Es cierto nuestro deseo de acercarnos a ella, de parecernos a ella, pero no lo es menos que, a veces, sin duda erróneamente, asignamos a los elementos que la forman y conforman cualidades escasamente honorables. Decimos de alguien que es un cerdo cuando es sucio o desordenado, ignorando tal vez que este animal es uno de los más limpios y aseados de la naturaleza. El cerdo y su pariente, el jabalí, se rebozan en el lodo para bañarse y eliminar parásitos de su piel. De hecho, el lugar donde el jabalí se asea recibe el nombre de baña.

Son incontables las expresiones que tratan de hacer semejante nuestro comportamiento con la vida que se despliega en la naturaleza: sigiloso como una serpiente, veloz como una gacela, astuto como un zorro, inquieto como una ardilla, escurridizo como una anguila… Ocurre esto porque contemplamos la naturaleza desde una óptica humana, y aquí, una vez más, nos equivocamos, porque de la naturaleza no aprendemos bajeza alguna, como nos recuerda Henry David Thoreau en su Walden o la vida en los bosques.

Analicemos el caso del buitre, un ave capaz de pasar horas y horas planeando, inspeccionando el terreno, esperando en su posadero rocoso, hasta que la muerte de algún animal de cierto tamaño le proporciona el sustento. Se le puede ver incluso haciendo compañía al depredador, a la espera de que este finalice su banquete para quedarse con las sobras. El buitre no mata. Acaso se deja caer sobre algún recién nacido con dificultades para ser viable o sobre algún individuo moribundo. Pero su actitud de acecho no está movida por aviesas intenciones, sino que forma parte del juego de la vida y de la muerte, el juego de la supervivencia.

Pollo de buitre en su nido rocoso.

A pesar de todo, este carroñero alado está revestido de mala prensa. El propio término carroñero se aplica con fines perversos a quienes parecen estar esperando que se den determinadas circunstancias para medrar. Pero el buitre no trata de obtener beneficio del mal ajeno, sino simplemente sobrevivir. Y por si no fuera poco, no reconocemos aún que su papel en la cadena trófica es fundamental para el equilibrio e higiene del ecosistema.

Estas y muchas cosas como estas son las que nos deberían contar los responsables de la gestión de los espacios naturales, y sería deseable que lo hicieran con profesionalidad, tratando de extender entre la población unos valores de conservación y respeto por la naturaleza, que es de todos y a todos corresponde su conocimiento y cuidado. Pero jamás instalando una taquilla a la entrada para sacar un provecho de dudosa catadura moral. Si lo pensamos bien, hacer esto sería algo así como prostituir unos servicios que deben ser públicos y gratuitos.

Bien puede decirse de quienes hicieran gala de tal actitud que se comportarían como buitres, en el peor sentido que no se merecen nuestros carroñeros amigos. No se puede esperar que se den las circunstancias adecuadas —el creciente prestigio de un espacio natural o la masiva afluencia de visitantes— para obtener unas ganancias dignas de toda sospecha. Más bien habría que aprovechar tales circunstancias para incrementar los beneficios educativos y sociales derivados del mejor conocimiento de ese espacio. No se pueden construir conciencias explotando los deseos de encuentro con la naturaleza. Esto solo conduce al despertar de la incomprensión, los sentimientos de enajenación y el rechazo.

Puestos a buscar similitudes con la naturaleza, estos que se dicen gestores de la biodiversidad y que no se acomplejan por mostrar este tipo de actitudes, se merecen igualarse a las rémoras, peces marinos que se adhieren a otros para desplazarse sin esfuerzo. Pero una rémora es también un estorbo, lo que entorpece el avance de algo, en este caso, el del desarrollo sostenible y la educación ambiental. Sí, gestores así son una rémora para la sociedad.

Dice Luis Rojas Marcos en Las semillas de la violencia que no existen el bien y el mal en la naturaleza, solo existe la necesidad, que se traduce en hambre, procreación, refugio, etc. El bien y el mal son conceptos que han surgido de la ambigüedad humana. La bajeza también, añado.