Blog
Imperfección
“Las calamidades, errores y circunstancias favorables del pasado prefiguran el presente”.
Carl Sagan (Los dragones del Edén, Crítica, 2007)
Está feo que alguien que dedica parte de su tiempo y esfuerzo a conocer y dar a conocer la Naturaleza diga de ella que es imperfecta. Y por suerte debemos admitir que así es. La Naturaleza es el resultado de un proceso inacabado, miles de millones de años de cambios y errores, algo a lo que un tipo curioso, inspirado y atrevido dio en llamar "evolución" allá por el siglo XIX. Nada es inmutable, nada está acabado.
Entre la extensa obra de Charles Darwin figura Sobre los diversos mecanismos por los que las orquídeas británicas y extranjeras son fertilizadas por los insectos, una recopilación de los extraños cambios que han experimentado estas bonitas flores para lograr "engañar" a los insectos en su tarea de perpetuación. Cada uno de esos cambios ha supuesto un error de programación, algo no previsto que a la larga se ha comprobado como beneficioso para la especie. Darwin pudo comprobar a lo largo de sus estudios que las orquídeas utilizaban diferentes partes de su anatomía en la realización de funciones para las que no estaban programadas.
Durante su estancia en el Archipiélago de Galápagos, Darwin también descubrió una especie de cormorán con las alas atrofiadas, un animal aparentemente defectuoso que carecía de la gracilidad natural y la capacidad de vuelo de otros semejantes —esto le valió el nombre de cormorán no volador o cormorán de las Galápagos—. Sin embargo, su constancia y observaciones llevaron a Darwin a concluir que, en realidad, las alas no eran necesarias para alguien que no las utilizaba ni siquiera para nadar, pues se desplaza impulsándose con las patas. Este cormorán había evolucionado, se había adaptado a un entorno carente de depredadores, probablemente porque ese entorno era reducido y estaba aislado.
Cormorán no volador (Phalacrocorax harrisi)
Fuente: Wikimedia Commons
La Naturaleza, por tanto, fue realizando una serie de ajustes necesarios para la correcta adaptación al medio. Esto, en definitiva, viene a ser la evolución, y ejemplos hay incontables, uno por especie. Llegados aquí, podríamos preguntarnos por qué las cebras tienen rayas, por qué hay reptiles venenosos, peces que se confunden con piedras e insectos que parecen hojas o ramas. ¿Quién puede afirmar que la trompa del elefante haya adquirido la forma que tiene para sus actuales usos? ¿No podría ser que en anteriores versiones de este mamífero hubiese servido para otros fines, o que incluso no existiera? ¿Podría afirmar el hombre que habría llegado a ser lo que es sin el aumento de su masa encefálica, la disposición del pulgar oponible al resto de los dedos de la mano o la remodelación que experimentó el diseño de su pelvis? Y la pregunta del millón: La especie humana, autoproclamada como única en los altares de la perfección, ¿no deberá seguir evolucionando? Más aún: ¿Habrá tiempo suficiente para que siga evolucionando?
Si lo que afirmó Darwin es cierto, y las evidencias se empecinan en confirmarlo, no existe el diseño perfecto porque, entre otras cosas, eso sería negar la evolución y dar la razón a la sinrazón creacionista. La evolución se escribe en renglones torcidos y con faltas de ortografía, pero siempre adelante, sin retroceso. La Naturaleza ni es sabia ni perfecta. Es más, no escribe al dictado de nadie, sino que todo se desarrolla en una especie de desorden organizado, que no caprichoso, y ahí reside su éxito. Las formas de vida que hoy conocemos y creemos perfectas —incluida la nuestra— se han configurado a través de la sucesión de individuos que accidentalmente se han adaptado mejor a su medio.
Ahora bien, este éxito no es posible sin el concurso de todos porque, ya lo sabemos, todos formamos parte de una cadena que con demasiada frecuencia insistimos en romper. Con mejores palabras de las que yo pueda escribir lo dijo el antropólogo Bernard G. Campbell: “No hay manera de evitar nuestra interdependencia con la naturaleza; estamos entrelazados en una estrechísima relación con la tierra, los mares, el aire, las estaciones, los animales y todos los frutos que da la tierra. Lo que afecta a uno nos afecta a todos, ya que somos parte de un todo, el cuerpo del planeta. Debemos respetar, conservar y amar esta relación con el planeta si queremos sobrevivir.” Esta suerte de orden caótico o caos ordenado, es el mundo que nos ha tocado vivir, nos guste o no. Y a pesar de sus (nuestras) numerosas imperfecciones y torpezas, el sistema funciona. ¿No es maravilloso?