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La naturaleza se cuela en nuestro interior

Relación con la Naturaleza

 

Vivimos en la encrucijada de tres tendencias globales, tres barriles de pólvora, tres monstruos de la modernidad entrelazados. La primera es la migración masiva de la humanidad a las ciudades del mundo, lugares donde lo más probable es que el suelo bajo nuestros pies esté pavimentado. La historia de estas gentes está en plena actualidad. Para 2050, dos tercios de todos los humanos en la Tierra vivirán en ciudades. La segunda es la pérdida de biodiversidad. Las especies están desapareciendo, tanto de los lugares donde vivimos como de la tierra en su conjunto. Si nuestros peludos ancestros nos visitaran, se preguntarían cómo funcionan las escaleras mecánicas, pero también cuestionarían adónde han ido las plantas y los animales. ¿Qué hemos hecho con todos los pájaros? Algunos se han ido. Otros viven, pero a distancia, geográficamente alejados de nuestra vida diaria, lejos de la mayoría de las personas. Y luego está la tercera tendencia, la que, a primera vista, parece no pertenecer a los tiempos que vivimos. La prevalencia de alergias y enfermedades inflamatorias crónicas entre las poblaciones urbanas de los países desarrollados se ha disparado en los últimos años. La incidencia de estas enfermedades está en aumento.

Los paralelismos en geografía y el momento entre la urbanización, la pérdida de biodiversidad y el aumento de los problemas del sistema inmunitario plantean una pregunta intrigante y preocupante. ¿Podrían estar relacionadas nuestra distancia con la naturaleza y nuestra deficiente situación inmunológica? Tal vez podamos decir que sí.

 

 

En mayo de 2012, un equipo de ecologistas, especialistas en alergias, biólogos moleculares e inmunólogos finlandeses, dirigido por Ilkka Hanski en la Universidad de Helsinki, anunció los resultados de un estudio que compara las alergias de los adolescentes que viven en casas rodeadas de biodiversidad con las de adolescentes rodeados de simplicidad: el paisaje moderno de cemento y hierba (1). Encontraron que aquellos individuos que vivían en casas rodeadas de una mayor diversidad de vida estaban cubiertos por diferentes tipos de microbios. También eran menos propensos a mostrar los signos inmunológicos reveladores de alergias. Dicho de otro modo, la pérdida de contacto con la diversidad de otras especies, o simplemente su ausencia, nos está enfermando.

El posible vínculo entre la biodiversidad y la salud humana ha sido objeto durante un tiempo. Media docena de teorías —biofilia, trastorno por déficit de la naturaleza, la teoría de la deficiencia de la enfermedad, el efecto de dilución y otras— describen las formas en que la pérdida de una conexión con la riqueza biológica podría hacernos enfermar. Los elementos de estas teorías son el núcleo de la ecología moderna. Los sistemas menos biodiversos, ya sean pastizales, bosques o los biomas de una vida diminuta en nuestra piel y en nuestras tripas, son menos resistentes y tienen un mayor riesgo de invasión que los sistemas más diversos.

En los años 80 los epidemiólogos comenzaron a notar diferencias entre los sistemas inmunes de los niños de la ciudad y los niños del mundo rural. Estos eran menos propensos a tener alergias. Un millón de cosas son diferentes entre la ciudad y el campo (educación, refrigeración de alimentos, ejercicio, exposición al sol, servicios sociales básicos) y cualquiera de ellas podría afectar el sistema inmunitario de los niños. Se sugirieron muchas explicaciones, pero una de las posibles era que los niños urbanos estaban demasiado alejados de la naturaleza microbiana para que sus sistemas inmunitarios se desarrollaran adecuadamente. Los chicos del campo viven en la tierra, tocan animales de granja, están expuestos a más vida. Fue una idea original que parece tener cada vez más sentido. Los avances de esta hipótesis han sido constantes. Los niños de granja, en particular aquellos que interactúan con animales de granja, sufren de menos alergias. Y en general, está empezando a parecer como si la exposición a bacterias y/o parásitos puede ser necesaria para prevenir el desarrollo de alergias. Parece que, de algún modo, la vida “sucia” es buena.

 

 

Las bacterias pueden ser parte de la suciedad útil, pero ¿qué bacterias? Miles de bacterias se encuentran en el cuerpo humano, tal vez decenas de miles en la casa, y muchas más en patios traseros, granjas y la naturaleza. Los microbiólogos apenas han arañado la superficie en sus intentos de calcular su magnitud real. Lo que se puede decir con certeza es que, a medida que nos hemos vuelto más urbanos y que hemos transformado el mundo, también nos hemos convertido en expertos en reemplazar hábitats llenos de muchas especies con hábitats poblados por unos pocos. Plantamos cemento inerte donde los bosques crecieron una vez. Limpiamos y fregamos nuestras casas con toallitas antibióticas. Abusamos de geles hidroalcohólicos para limpiar patógenos en nuestros cuerpos. Ahora podemos incluso comprar ropa interior precargada con productos químicos que limpian las bacterias por debajo del cinturón.

La palabra “limpiar” parece sana, pero lo que suele significar es “matar”. Matamos algunas especies y favorecemos a otras. Tras limpiar los roedores y serpientes de alrededor de nuestras casas, eliminamos las malas hierbas, y terminamos limpiando lo que es invisible. Mientras lo hacemos, matamos la vida más susceptible a nuestras armas. En su lugar crece una locura más depauperada y resistente —la naturaleza a pesar de nosotros, no para nosotros—, una jungla de hierbas potencialmente peligrosas. Estamos reduciendo la diversidad en nuestra vida diaria, incluso en nuestros cuerpos, exactamente de la misma manera que la estamos reduciendo en el mundo. Manejamos nuestra propia carne mientras manejamos la tierra.

 

 

Este asunto llamó la atención del estudio que estamos recordando, e hizo cuestionar si se podría llevar la hipótesis de la higiene un paso más allá. ¿Podría la pérdida de biodiversidad —el número de tipos de especies, no la presencia de alguna forma en particular— llevar a nuestros sistemas inmunitarios a romperse de tal manera que ya no puedieran distinguir a los amigos sanos de los antiguos enemigos? La conclusión fue que las personas con más bacterias relacionadas con la biodiversidad en su cuerpo eran menos propensas a tener alergias. La clase científica vive en una mezcla de entusiasmo y escepticismo, y todos parecen preguntarse si puede la naturaleza exterior colarse en nuestro interior. Nadie ha ofrecido una explicación muy convincente al respecto. Es demasiado pronto para saber la respuesta. Pero la pregunta esencial es cómo la composición de bacterias en nuestra piel influye en nuestro potencial para desarrollar alergias. Solemos pensar que el sistema inmunológico es como el perro guardián de nuestro cuerpo, pero no es así. Su papel es distinguir las especies mortales de las buenas especies, estas de las simplemente inocuas. Si no lo hace así, comete errores. Por eso es necesario entrar en contacto directo con la naturaleza y su diversidad. Es nuestro seguro de vida.

Somos buenos matando especies alrededor de nuestras casas y en nuestros cuerpos, pero mucho menos aplicados para cultivarlas. Sin embargo, por mucho que para nosotros sea ajena la idea de que algunas de las especies que nos rodean son beneficiosas, es un viejo axioma para los ecologistas. Nuestras mentes y sociedades progresistas parecen lentas para darse cuenta de esto, pero nuestros sistemas inmunes pueden haberlo sabido todo el tiempo. Mientras tanto, nos volveremos más urbanos y, por ello, más propensos a sufrir alergias y enfermedades autoinmunes. ¿Podríamos asilvestrar los lugares que nos rodean, plantar una riqueza de especies en nuestros patios traseros y así criar niños más sanos cubiertos de más tipos de bacterias?

 

(1) Un resumen del estudio fue publicado en conservationmagazine.org (septiembre de 2012), una publicación de la Universidad de Washington.