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Blog

Parquedad

Relación con la Naturaleza

A ver cuándo bajamos de ese pedestal de arrogancia al que con tanta soltura hemos escalado. Poco tiene que ver eso de quemar unos leños en la lumbre del hogar —costumbre que tiene un cierto toque de romanticismo que ya se va desvaneciendo en la memoria— con el vicio de ir quemando lo que millones de años atrás fueron bosques o restos de seres vivos. Es una cuestión de actitud, de cambio de modelo vital. Tal vez cabría resaltar una vez más la importancia de pensar en las energías renovables, pero no merece la pena si no somos capaces de tener una mente renovable, mudable, lo que ahora se llama resiliente, es decir, adaptable a las circunstancias cambiantes del momento. No, no somos renovables.

El ser humano aprendió a utilizar el fuego para defenderse, calentarse u obtener energía para otros fines. Pero a estas alturas de la evolución humana la quema a veces compulsiva de combustibles fósiles ya ha rebasado con creces lo racional y sostenible. El viento, el sol y el agua saben trasladar su energía al tendido eléctrico, con indudables beneficios para la atmósfera y la vida a la que envuelve. ¿Qué importa que quememos unos restos fósiles aun a costa de subir unos grados más la temperatura del Planeta? Nada de nada, salvo que nos interese una ética de la parquedad, esa conciencia que nos permite escuchar el sonido del viento a través del bosque, distinguir la diferencia entre un pino negral y uno silvestre, observar las huellas de un zorro en el camino, deleitarnos con el melodioso canto de los pájaros o el rumor del agua entre las piedras, admirar la infinitud de la línea del horizonte desde la cumbre, dejarnos asombrar por los colores del otoño y el sabor de las bayas silvestres, percibir el silencio en medio de una pradera nevada. Los sentidos son nuestro mejor medio de comunicación con el mundo que nos rodea. Un entorno agitado apaga cualquier diálogo; en un entorno sereno surge la sutileza del encuentro. Pero no lo llegamos a entender porque nuestra mente aún no es renovable.

 

 

La ética de la parquedad es infinita mientras demos rienda suelta a nuestros sentidos y sean capaces de percibir la finitud de los recursos naturales, mientras sepamos estrechar los lazos de amistad con la Naturaleza, mientras formemos parte de la compleja red de relaciones que se urden en su seno. La ética de la parquedad es la ética de la vinculación y la participación consciente en los procesos de esa comunidad superior que es la Naturaleza.

Se comprende que cada cual percibe el entorno a su manera, pero eso no debe ser obstáculo alguno para la ética de la parquedad. La problemática ambiental —cambio climático, contaminación, erosión, superpoblación, consumo desenfrenado de recursos naturales…— golpea sutilmente la red de relaciones que la Naturaleza teje, y no cometamos el error de pensar que ella actúa al modo de Penélope esperando a un Ulises salvador. Tal problemática daña, a veces de forma irreversible, nuestra conexión con la ética de la parquedad, lo que nos lleva a vivir en una realidad alejada de lo que nos incluye. Por eso es necesario conocer la Tierra que nos alberga y los conflictos que le afectan y nos afectan. Solo así estaremos preparados para emitir juicios éticos y participar en la resolución de dificultades. Solo así seremos resilientes.

 

 

La ética de la parquedad nace, por tanto, de las relaciones equilibradas con la Naturaleza, una Naturaleza viviente que sabe incluir al ser humano —no al del pedestal, sino al de mente abierta— y sus conexiones con otras especies vivas, una Naturaleza que no nos resulta ajena, una compañera en la que caminamos, un espacio en el que el tiempo transcurre al ritmo que marcan las estaciones, más aún, en el que nosotros somos los dueños del tiempo, y no al revés.

Son nuestros valores y convicciones quienes construyen el entorno, quienes nos ayudan a entender que los ríos no son cloacas, sino manantiales de vida, que los bosques no son un almacén de leña, sino jardines inviolables, que el suelo no es un basurero, sino que está vivo. No, nuestra mente no termina de ser renovable porque no somos conscientes de lo que con tanta sensatez escribió David Suzuki en El legado:

 

“Nuestras vidas dependen completamente del aire limpio, el agua limpia, el suelo limpio, la energía limpia y la biodiversidad. Sin todo esto, enfermamos y morimos. Aun así, la economía está basada en la extracción de materias primas de la biosfera y el vertido de desechos en la misma sin tener en cuenta los servicios naturales.”