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Blog

Que trabajen los sentidos

Relación con la Naturaleza

 

Mediados de julio. La mañana está algo fresca. A pesar del cielo limpio y el viento en calma, casi se agradece la caricia del sol en los claros del bosque. Hace tres días la temperatura rozó los 40° y ahora… Estas son las cosas de la meteorología a las que poco a poco nos hemos de ir adaptando. Un paseo por el bosque es buena medida para fomentar nuestra capacidad de resiliencia frente a los cambios que venimos viviendo y, sobre todo, para reforzar el sistema inmunitario, luchar contra el estrés y calmar las inquietudes que atenazan la mente. Es una inversión segura a largo plazo.

Busco rumores y silencios en el pinar, pero, de modo inesperado, triunfa la quietud. Apenas se escuchan unos lejanos trinos de carbonero, mientras la brisa anda más serena que ayer. Un puñado de melojos aislados marcan la diferencia en la densa y cromática mezcla de pinos silvestres y rodenos. Es un espectáculo ver cómo la luz del sol se filtra entre las hojas. Los pájaros tratan de desviar nuestra atención saltando de rama en rama. A nuestros pies, jaras, mejoranas, cantuesos, tomillos y morqueras compiten con la pinocha caída y seca en la impagable labor de alfombrado y protección del suelo. Las pisadas retumban en el silencio.

 

 

Semejante serenidad se ve rota de pronto por lejanos ruidos de motor. A varios cientos de metros, en las colinas que se elevan al otro lado del camino, están realizando labores forestales. Es un fastidio para quien pretende hallar una isla de paz en medio de un océano arbolado. Por eso cuesta reconocer que se trata de trabajos necesarios. Molestos, pero necesarios. Cada vez resulta más complicado escuchar sonidos naturales en el corazón de la Naturaleza, especialmente si uno intenta llevarse en la cámara una porción del paisaje o grabar el discurso del agua, el aire, la vida.

Posiblemente esta sensación no sea compartida por quienes salen del pueblo o la ciudad sin desconectar de lo rutinario, voceando más que charlando, mirando al suelo sin percibir todo el asombro que les rodea. Estas personas no logran un equilibrio con la naturaleza. Tal vez ni siquiera lo buscan. Llegarán a casa y solo podrán decir que han estado en el campo, pero no han conectado con él, no han inhalado sus aromas, ni escuchado sus rumores, ni palpado los latidos de la vida. No han puesto a trabajar a los sentidos.

 

 

Lamentable. Más aún, alarmante. Se acumulan las evidencias que muestran cómo nos estamos alejando del mundo natural, hasta qué punto nuestra vida emocional se está viendo perjudicada. Es preciso considerar muy en serio que estamos perdiendo la sensación de paz que proporciona esa conexión con la naturaleza que vamos rompiendo vertiginosamente. Es posible que estemos aceptando como algo normal esas reacciones violentas que cada día nos asaltan a través de los medios de comunicación y las redes sociales. E ignoramos que tales accesos de ira se podrían evitar mediante el refuerzo de nuestros vínculos con el derredor. De nada sirve negar que somos parte de la comunidad biótica.

¿Por qué nos esforzamos tanto en cortar lazos con lo que da sentido a nuestra existencia? ¿Qué nos obliga a impedir la intervención de los sentidos para recuperar el asombro que producen las cigarras en el bosque, o el aleteo estático del cernícalo, o el rumor de la corriente de un arroyo, o el monótono estridular de los grillos, o el despliegue de las flores a la espera de los polinizadores, o el aroma del cantueso, o el silencio de la noche? ¿Cuándo vamos a aprender a vivir en pie de igualdad con las demás formas vivas y los hábitats que ocupan? ¿Cuándo vamos a abandonar esa actitud de sometimiento, dominio y saqueo? ¿Cómo podemos establecer o reforzar lazos con la Natura? Conociendo y prestando atención al resto de seres vivos que están a nuestro alrededor, recordando los mejores momentos que hemos vivido en contacto con la naturaleza, recuperando la capacidad de asombro que tal vez tuvimos siendo niños, poniendo freno a nuestro delirante estilo de vida, reflexionando sobre nuestra actitud hacia el mundo natural, hasta lograr lo que Aldo Leopold llamó “ética de la tierra”, sintiendo la naturaleza desde su interior.

 

 

Tal vez cuando logremos la deseable comunicación con la naturaleza sintamos que el agua del río es el mismo fluido que corre por nuestras venas, que las copas de los árboles son nuestra cabeza mecida por el viento, que la pradera es la piel que cubre nuestro cuerpo, que los animales son nuestros compañeros de viaje, que todos nos movemos empujados por un mismo ritmo natural en un entorno cambiante y dinámico. Entonces sabremos encontrarnos y, para empezar, bueno es que pongamos a trabajar los sentidos en nuestros encuentros con la naturaleza.