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Blog

Soledad

Relación con la Naturaleza

“Al amanecer soy el único dueño de todos los acres por los que pueda caminar. No solo desaparecen los límites, sino también la idea de estar limitado. El amanecer conoce extensiones ignoradas por las escrituras de propiedad o los mapas, y la soledad, que supuestamente ya no existe en mi condado, se extiende por todas partes, hasta donde llega el rocío.”

Aldo Leopold
Almanaque del condado arenoso

 

El ejercicio de la soledad es una experiencia emocional que nos permite conocernos a nosotros mismos, nuestras virtudes y defectos, nuestros límites y ambiciones. Es algo que, según dicen, imprime personalidad, y un paso previo para mejorar nuestra relación con los demás. En algún sitio he oído o leído que si no somos capaces de autosoportarnos, nunca podremos soportar a los demás. Y, de paso, nos ayuda a forjar nuestra conducta. Decía el filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson: “Guarda la ciudad para las ocasiones especiales, pero los hábitos deben forjarse en soledad.”

 

 

La búsqueda de la soledad no tiene por qué ser un aislamiento eremita, sino más bien marcar distancias de cuando en cuando para contemplar la realidad desde otra perspectiva. No creo que tal búsqueda sea el resultado de una frustración, sino de una necesidad vital de entender lo que nos rodea. La soledad y la relación social son las dos caras de una misma moneda, que solo se pueden valorar en su justa medida si se conocen de cerca. Y una vez que se alcanza ese conocimiento, cada cual debe tomar la decisión acerca de si desea estar en soledad o en compañía, teniendo en cuenta que estar solo no tiene por qué ser igual que ser un solitario, y que estar rodeado de gente no siempre significa estar acompañado. De poderse echar al aire esa hipotética moneda, tengo claro qué cara me gustaría que saliera, pero don Miguel de Unamuno es más ambiguo en su obra Soledad:

 

“Mi amor a la muchedumbre es lo que me lleva a la soledad. Al huirla, la voy buscando. No me llames misántropo. Los misántropos buscan la sociedad y el trato de las gentes; las necesitan para nutrir su odio o su desdén hacia ella. El amor puede vivir de recuerdos y esperanzas; el odio necesita realidades presentes. Déjame, pues, que huya de la sociedad y me refugie en el sosiego del campo, buscando en medio de él y dentro de mi alma la compañía de las gentes.”

 

 

No comparto esa idea según la cual la soledad es una situación desagradable o incómoda. No tengo miedo alguno a la soledad, la deseo. Sé que ocasionalmente debo buscar la compañía de otras personas, pero me encuentro más a gusto en soledad. Entre el silencio y la verborrea, entre el sosiego y la crispación, entre la calma y la ofuscación, entre el orden mental y el caos, mi elección está meridianamente clara. En el campo estoy aislado, pero no me siento solo. En medio de la multitud no estoy aislado, pero puedo sentir una profunda soledad. En la soledad del campo se recupera la identidad pedida entre la muchedumbre. En esa soledad, en ese instante en que la mente descansa aunque no se detiene, se ordenan las ideas, los recuerdos y los proyectos. Henry David Thoreau, que tantas veces ha caminado por estas páginas, lo decía en su precioso libro Walden o la vida en los bosques:

 

“Encuentro saludable el estar solo la mayor parte del tiempo. La compañía, aun la mejor, cansa y relaja pronto. Me encanta estar solo.

Jamás di con compañía más acompañadora que la soledad. Las más de las veces solemos estar más solos entre los hombres que cuando nos encerramos en nuestro cuarto. El hombre que piensa o trabaja está siempre solo, doquiera se encuentre. La soledad no se mide por la distancia que media entre una persona y otra.”

 

En íntima comunión con la Naturaleza las ideas fluyen, los anhelos se aquietan y el ánimo se confunde con el paisaje. El individuo desaparece como tal y forma parte del entorno más que nunca, se encuentra a sí mismo acompañado por la soledad. La masa, en cambio, no solo priva de la soledad, sino que no hace compañía. La Naturaleza es un espacio de reposo sanador, fuente de creatividad, recuperadora del equilibrio. Siempre se apresta a ofrecernos una oportunidad para tener la mente activa, a mantener una relación especial con el silencio. En ella controlamos el tiempo, acaso porque, con buen criterio, vamos desprovistos de reloj y agenda. Es fácil decir “he perdido la noción del tiempo”, precisamente porque no lo malgastamos, sino que lo vivimos. Pendientes como estamos de estímulos exteriores (el móvil, la televisión, las redes sociales) dejamos de apreciar lo mucho que llevamos escondido y que podría aflorar fácilmente en un momento de soledad. Dejo hablar a Ortega y Gasset para que confirme esta idea:

 

Los paisajes me han creado la mitad mejor de mi alma; y si no hubiera perdido largos años viviendo en la hosquedad de las ciudades, sería a la hora de ahora más bueno y más profundo.”

 

 

Y Jean-Jacques Rousseau, que era un gran caminante cuando sus coetáneos preferían moverse con carros de caballos, estaba mucho más autorizado que yo para expresarlo en su inacabado libro Ensoñaciones de un caminante solitario:

 

“Pues habiendo formado el proyecto de describir el estado actual de mi alma en la posición más extraña en que mortal alguno podrá encontrarse nunca, no he visto manera más simple y más segura de ejecutar esta empresa que llevar un registro fiel de mis paseos solitarios y de las ensoñaciones que los llenan cuando dejo mi cabeza enteramente libre y a mis ideas seguir su inclinación sin resistencia ni traba. Esas horas de soledad y meditación son las únicas del día en que soy yo plenamente y para mí sin distracción ni obstáculo, y en que verdaderamente puedo decir que soy lo que la Naturaleza ha querido.”