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Una alfombra de biodiversidad
Los niños juegan ruidosamente en el jardín, un espacio no demasiado amplio, pero bien cuidado, ornado con figuras hechas con recursos obtenidos en el entorno —piedras, piñas, troncos, raíces…—, esmerados maceteros conteniendo plantas autóctonas y antiguos aperos de labranza que tratan de conectar calladamente con un pasado que no volverá. Los padres, cerveza en mano, se aplican con interés en los preparativos de la barbacoa mientras las madres charlan animadamente en la terraza quebrando con eficacia la serenidad ambiental de la casa rural. En cierto momento de la jornada el propietario es preguntado sobre la posibilidad de comer en el césped, que el hombre tiene reservado para el desarrollo de más vidas montaraces.
En las últimas décadas, a medida que las prácticas agrícolas han cambiado y la expansión urbana se ha extendido, el número de áreas de hierbas y flores silvestres ha disminuido significativamente. Es posible que la pérdida de “pastizales no amueblados” (naturales) haya alcanzado un porcentaje desorbitado. Evidentemente, si hemos perdido una gran cantidad de nuestros ecosistemas de hierba, hemos perdido la vida rústica que utiliza esas áreas como hábitat. Las praderas soportan una gran variedad de plantas, insectos, aves y pequeños mamíferos, y plantar un lecho de flores silvestres en el jardín se está volviendo cada vez más popular.
Es importante tener en cuenta que hay una diferencia entre un lecho de flores y un lecho de flores silvestres. Un lecho de flores puede proporcionar polen para abejas y polinizadores mientras está en flor, pero mientras está inactivo no es un hogar permanente para la vida silvestre. En cambio, si bien la flora típica que se encuentra en un lecho de flores requiere suelo fértil, las flores silvestres prefieren un suelo bajo en nutrientes. Para apoyar una variedad de vida agreste local es importante proporcionar un hábitat durante todo el año, mediante la introducción de una mezcla de flores campestres y hierbas. Esto crea mayor nivel de diversidad que un lecho de flores sin más, ya que la flora y fauna nativa tienen la oportunidad de establecer allí su hogar.
Las orugas se alimentan de hojas y de hierba en áreas de flores silvestres, y esto ayuda a proporcionar una maravillosa fuente de alimento para otros animales. Algunas mariposas se han vuelto cada vez más raras en toda Europa y de esta manera podrían experimentar un resurgimiento, si la popularidad de plantar lechos de flores silvestres sigue aumentando. Por su parte, la difícil situación de las poblaciones de abejas ha estado bien documentada en la prensa durante los últimos tiempos, y proporcionarles una fuente de alimento es una buena manera de ayudarles. Las abejas y abejorros son obviamente muy importantes como polinizadores (al igual que las mariposas y otras especies) y hacer todo lo que podamos sigue siendo muy importante para la ecología de nuestras áreas locales.
Erizos, zorros y topos encuentran consuelo y santuario en pastos altos —ya sea porque simplemente estén de paso o porque necesiten un descanso—, por lo que un lecho de flores silvestres o un seto pueden proporcionar un respiro muy necesario. El otoño es la mejor época del año para plantar un lecho de flores silvestres y preparar el suelo antes de la siembra es vital. Asegurar que las hierbas estén despejadas y se eliminen los 5-10 cm superiores para incrementar la fertilidad también es esencial para una germinación exitosa y para sostener una pradera de flores silvestres. Cortar la zona debe hacerse a finales de agosto o principios de septiembre, ya que esto será más beneficioso para la vida silvestre local, especialmente los saltamontes, que pueden encontrar refugio en los esquejes.
Un lecho de flores silvestres es una forma sencilla y de bajo mantenimiento para embellecer y enriquecer el entorno local y dar a la vida natural local un hogar. El césped de aquella casa rural no estaba preparado para este fin, sino para dar un toque pintoresco al jardín. La negativa del propietario a que sirviera de asiento debió coger por sorpresa a los inquilinos, que tal vez debieron pensar que una alfombra verde tan cuidada como aquella no tendría esos “bichos” tan repugnantes y molestos capaces de arruinar una comida campestre. Es probable que lo más parecido a la naturaleza que hubieran visto estas personas se encuentrase en las jardineras de su terraza en la ciudad, y difícilmente se habrían sentado a descansar en una pradera silvestre llena de vida.