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Vivir junto a un bosque te hará más feliz

Relación con la Naturaleza

 

Tal vez te asalte el deseo de ser más feliz y estar en mejores condiciones para sobrellevar el estrés. No te preocupes, tal aspiración no tiene nada de extraño, es bastante común. Pues bien, puedes tener la seguridad de que vivir cerca de un bosque, incluso si eres un empedernido urbanita, acarreará un impacto positivo sobre ti. No es que lo diga yo —pobre de mí—, pero un estudio a largo plazo realizado por el Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano y publicado en Nature Scientific Reports (en inglés) encontró otra relación clave entre los humanos y la naturaleza. Conviene recordar en este punto el concepto “déficit de naturaleza” que Richard Louv se sacó de la manga para definir los efectos del estrés, la ansiedad, la falta de relaciones significativas con los demás y con el mundo, y numerosos desequilibrios psicofísicos que pueden resolverse con un acercamiento a los espacios naturales. Se ha confirmado muchas veces que los humanos son más capaces de lidiar con el estrés crónico y son más felices cuando están conectados con la naturaleza. Este estudio concluye que los bosques son uno de los mejores remedios.

 

 

La gente que vive en la ciudad afronta numerosos desafíos psíquicos y físicos, incluyendo el aumento sistemático de las tasas de enfermedad, ansiedad, depresión, esquizofrenia y estrés crónico. Estas tasas son mucho más altas que las de quienes viven en el campo. Sin embargo, el equipo de investigación buscó si vivir cerca de diferentes paisajes naturales ayudaría con estas enfermedades.

El equipo estudió a las personas que viven cerca de espacios verdes urbanos, bosques y páramos para determinar la influencia de estos entornos en la amígdala, una estructura situada en el cerebro de especial relevancia para el sistema nervioso y el funcionamiento del organismo, un elemento que regula el estrés. Así, se encontraron evidencias significativas de que los habitantes de las ciudades que viven cerca de un bosque tenían más probabilidades de tener amígdalas sanas y de esta forma poder gestionar mejor el estrés, la ansiedad y la depresión. Curiosamente, el estudio no pudo encontrar ninguna diferencia reveladora en los habitantes de las ciudades que vivían cerca de espacios verdes urbanos o páramos. Por lo tanto, concluyó que vivir cerca de un bosque es uno de los factores positivos más importantes al que los habitantes de la ciudad pueden recurrir para reducir el estrés y aumentar la felicidad.

 

 

Sería interesante desarrollar una investigación sobre si vivir cerca de otros paisajes naturales tiene los mismos efectos terapéuticos que vivir en las proximidades de un bosque. ¿La gente es más feliz viviendo aquí o cerca de una playa? ¿Qué ventajas proporciona un bosque en comparación con la soledad de una abrupta montaña? ¿Las personas que viven en un clima árido son más felices cuando viven cerca de un bosque o en medio de un matorral desértico? La ciencia plantea sus respuestas y sugiere que todos los seres humanos tienen una predisposición a las sabanas africanas cuando son bebés o niños, una especie de “gusto pleistocénico dominante en el paisaje”. Sin embargo, con la edad, esa preferencia cambia muchas veces al paisaje natural (no a las ciudades) en el que cada individuo pasa la mayor parte del tiempo.

Se calcula que para el año 2050, el 70 por ciento de la población mundial vivirá en una ciudad. Si bien las desventajas sanitarias y psicológicas para la vida en la ciudad son evidentes, es posible planificar lugares donde evadirse y entornos naturales en las inmediaciones de las ciudades. ¿Debería una ciudad construir un espacio verde, un campo de golf o dejar el área cubierta de bosques? Es una pregunta interesante para reflexionar a medida que las ciudades se vuelven más pobladas y sus residentes afrontan una desconexión de la naturaleza. Las conclusiones de este estudio pueden ayudar a los planificadores urbanos a desarrollar ciudades que maximicen la felicidad, la eficiencia y el bienestar. Después de todo, eso es lo que esperamos de nuestras ciudades. ¿O no?