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El Arroyo de la Rocha (y 2)

Senderismo

Habíamos dejado esta ruta bajando por la oscura y fría umbría que se derrama bruscamente hasta el arroyo. Ya en el barranco, el color blanco vuelve a cubrirlo todo con su helado manto por efecto de la inversión térmica. El camino muere en el cauce del arroyo, ahora seco, y nuestros pasos encuentran mayor dificultad en un terreno pedregoso o cubierto por una densa maraña arbustiva. Pero el encanto y la belleza natural del paraje son sobrecogedores. El hielo forma caprichosas formas sobre los charcos, las rocas o las plantas, aportando así su granito de arena al agreste atractivo del barranco. La vegetación comienza a ser algo distinta: guillomos, arces de Montpellier y mostajos se van sucediendo mezclados con el pino y el acebo.

Aun en este apartado lugar, que ya quisiera para sí el mismísimo Fray Luis de León para huir del mundanal ruïdo, la huella humana se deja sentir de forma inexorable: plásticos, metales y componentes variados de todo tipo de vehículos salpican el recorrido.

De pronto me encuentro de bruces con uno de esos fenómenos geológicos que merecen una especial mención: una falla. Nos cuentan los especialistas en Patrimonio geológico de la provincia de Cuenca que “cuando las rocas están sometidas a esfuerzos, pueden responder en principio plegándose. No obstante, si los esfuerzos continúan y la naturaleza de la roca no es muy plástica, pueden llegar a romperse formando una falla inversa. En este caso, se observa que el esfuerzo compresivo ha sido mayor en la parte derecha de la fotografía, por lo que vemos cómo el pliegue en rodilla se ha inclinado hacia la izquierda, para finalmente dar lugar a la falla.”

A la altura del Rollo de las Cepas abandono el Arroyo de la Rocha y me desvío por el Arroyo Pitití, curioso nombre cuyo origen y significado desconozco. La obra realizada por este mínimo arroyuelo irá poniendo a prueba nuestra agilidad mediante numerosos obstáculos naturales que deberemos ir salvando como mejor nos dé a entender nuestro juicio, pero que no hacen sino incrementar la emoción del recorrido y la belleza del paraje.

El barranco se dirige hacia el sur acercándose poco a poco a Las Majadas, a la vez que se va abriendo y deja paso al sol reparador. La vegetación cambia de forma drástica: el denso pinar cede su puesto al pardo quejigo y las aromáticas que pueblan las laderas pedregosas.

Un vertedero asalta brutalmente la senda, en una ladera del barranco, lo que puede ayudarnos a comprender el motivo de tantos residuos en el arroyo. Se trata de un vertedero incontrolado situado en la parte trasera de Las Majadas, lo que me evoca aquello de barrer y esconder la suciedad bajo la alfombra. Tal vez se nos puedan ocurrir unas cuantas razones para no permitir esto en un Parque Natural. Aún no hemos aprendido que “nuestras vidas dependen completamente del aire limpio, el agua limpia, el suelo limpio, la energía limpia y la biodiversidad”, como nos recuerda David Suzuki en El legado. Continúa este ecologista de renombre internacional diciendo que “sin todo esto, enfermamos y morimos. Aun así, la economía está basada en la extracción de materias primas de la biosfera y el vertido de desechos en la misma sin tener en cuenta los servicios naturales” que nos proporciona y que sistemáticamente ignoramos. No estaría mal que autoridades y gestores lo tuvieran en cuenta.

Detrás del vertedero encontramos un camino que sigue hacia el sur para enlazar con el GR-66 que viene del Arroyo de las Truchas, hasta adentrarse en Las Majadas. Para nosotros es el final de la ruta, pero el GR continúa su recorrido hacia Uña por La Utrera.