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El Barranco de los Mosquitos

Senderismo

El otoño se encuentra en pleno apogeo, y, aunque anda algo renqueante, tengo cierta urgencia por encontrar el contraste de color que ofrecen galanamente unas de esas joyas botánicas que aún atesora nuestra Serranía. En el corazón de la Sierra de Tragacete tomo el camino que asciende al Collado de los Vasallos, de claras connotaciones medievales que nos recuerdan tiempos en que la ganadería ovina y la industria lanar aportaron tanta riqueza a la provincia. De hecho, parte de nuestro recorrido se hermana con la Cañada Real de Rodrigo Ardaz. Nacida en la Sierra de Albarracín, esta cañada se une luego con la de los Chorros cerca de Villar de Olalla, y atraviesa las provincias de Cuenca y Ciudad Real para adentrarse finalmente en la de Jaén.

Nuestro camino zigzaguea cansino para ganar los casi 1.700 metros de altitud. Bujes y enebros compiten en buena lid por dominar el cortejo arbustivo del pino albar. Ganan de largo los primeros, que dejan espacio a guillomos y acebos. La inmensidad del bosque, con portentosos ejemplares rectilíneos, es sobrecogedora, y el atronador silencio alivia los cansados oídos del caminante. Solo escucho mi respiración al ritmo acompasado de mis pasos. Y en la cresta del camino, donde la niebla trata de ocultar las formas del camino y el pinar, el viento mece las copas de los albares. A veces me pregunto cómo es posible que una hoja tan fina sea capaz de crear un sonido tan delicado, propio del más sensible de los instrumentos de viento. Debe ser cosa del trabajo en grupo.

En el primer cruce de caminos vemos uno que uno de ellos baja hacia el suroeste, y es el que nos traerá de regreso, pues optamos por seguir en dirección sureste. Desde el Collado de los Vasallos este camino ha venido coincidiendo también con el GR-66, por lo que las marcas nos servirán de guía hasta el siguiente cruce, a algo más de 1,5 km de distancia. El Cerro de San Felipe nos observa al otro lado de la bruma.

Llegamos al segundo cruce, donde nacen otros dos caminos que, en principio, se dirigen hacia el suroeste. El más ancho, que desechamos, pronto virará al sur y el más discreto baja al amparo del bosque en busca del Barranco del Tío Casas.

Bajando por el Barranco del Tío Casas

 

Tras una pronunciada curva surge una senda a la izquierda, marcada por un mojón de piedras. La selva de boj la envuelve. Un pito real levanta el vuelo de repente para buscar la protección de algún tronco. Allí dará vueltas para evitar que le vea. Poco después atravieso unas zonas de tierra negra y desprovistas de vegetación; podrían ser restos de antiguas carboneras. Si es así, me asombra pensar en la dura vida de los carboneros, en las distancias que debían recorrer hasta llegar a lugares tan secretos y profundos.

Antes de morir el Barranco del Tío Casas en el de la Cueva, paso por una fuente donde los gamellones ya están en desuso; apenas queda un pilón y una pequeña balsa con el fondo lleno de plantas acuáticas que hacen las delicias de escasos renacuajos.

Una pequeña fuente oculta entre la vegetación, antes de entrar en el Barranco de la Cueva.

 

El Barranco de la Cueva discurre casi paralelo al Hosquillo. En un punto del recorrido se encuentra con un pequeño callejón calcáreo de gran frondosidad. Allí, una hembra de corzo me “ladra” tratando de proteger a su vástago, y ambos huyen buscando refugio en la espesura. El barranco baja hacia el noroeste encajonado por tupidas laderas hasta que, dejando atrás la Peña del Horno, se une al Barranco de las Torquillas, hacia el Este. Poco después, un magnífico ejemplar de jabalí me observa curioso desde la ladera y me ignora. Muy pronto encuentro por la derecha el Barranco de los Mosquitos, hacia el Sureste, por el que transcurre en suave ascenso la última parte de este recorrido.

En los primeros metros del Barranco, la riqueza y densidad botánica del fondo son dignas de mención: mostajos, avellanos, guillomos, arces, acebos… Y por fin, las joyas que ando buscando: el sauce cabruno (Salix caprea) y el abedul (Betula pendula). Ambos, muy raros, están catalogados como vulnerables y su distribución está muy localizada en nuestra Serranía —aquí y en el entorno de la Sierra de Valdemeca—. Los botánicos recomiendan la adopción de medidas de conservación que se incorporen a las que ya ofrece la inaccesibilidad de su hábitat.

Con la satisfacción del objetivo cumplido, continúo la marcha por callejones de vegetación y atravieso un pequeño tormagal envuelto en la soledad del bosque.