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La Hoz de los Álamos

Senderismo

Beamud es un pequeño pueblo situado al sur del Parque Natural de la Serranía de Cuenca. Con una población que no llega a los 100 habitantes, se encuentra al final de una estrecha carretera, de modo que quien conoce el pueblo es porque ha querido hacerlo, no es un punto de paso. Hacia el sureste nace un camino que pronto abandona su término municipal y, por tanto, se escapa de los confines del Parque. Y nada más hacerlo, surge otro hacia el nordeste que llega hasta el Prado de las Yeguas, pasando por la Fuente de Cerecea, a los pies del monte del mismo nombre.

Fuente de Cerecea

 

En La Pasadera abandonamos el terreno calizo y nos adentramos en el rodenal, donde podemos cruzar el recién nacido Guadazaón, a unos 1.480 metros de altitud. El silencio, la soledad y la proximidad de un abrigo rupestre le hacen sentir a uno que vuelve a recuperar la esencia del Paleolítico.

A partir de aquí el camino se va elevando poco a poco hacia el sur en busca de la Hoz de los Álamos, un paraje que encierra dos mentiras: ni es una hoz, ni son álamos los árboles que le dan nombre. Se trata más bien de un barranco con orientación Este-Oeste que, en su vertiente umbría atesora un pequeño bosque de abedules. En lugar de ascender por el fondo del barranco, es preferible hacerlo por un camino que serpentea por su cresta sur. Para ello hay que acompañar durante un kilómetro al Guadazaón, saltarín y ruidoso en este tramo. Hacia la mitad de la dura subida observamos en el suelo las primeras muestras de lo que andamos buscando: las hojas doradas de los abedules destacan sobre el rojizo de la roca y la arena, mezclado con el verde de los brezos. Entonces decido acercarme al borde del barranco, donde encuentro esta maravilla botánica de las betuláceas.

En Europa existen dos especies del género Betula, B. alba y B. pendula, y esta es la única presente en la Serranía. El abedul suele formar parte de los bosques mixtos en el fondo de los valles y cañones, salpicando otras formaciones forestales (robledales, melojares). En Cuenca no forma grandes extensiones, sino puntos muy localizados que constituyen auténticas joyas botánicas. Tal es el caso de esta mal llamada Hoz de los Álamos, en la vertiente oeste de la Sierra de Valdemeca, donde el sustrato ácido del suelo le favorece. La orientación de esta hoz no se corresponde a los altos requerimientos lumínicos del abedul, pero debemos tener en cuenta que nos encontramos en un marco claramente mediterráneo con menores aportes hídricos que en el norte de la Península, por lo que debe buscar la protección de umbrías y vaguadas. Por tanto, su presencia en la Serranía puede calificarse de crítica o marginal.

En general, el abedul es un árbol de talla media (10-15 metros, con ejemplares de hasta 20-25 metros) que presenta como característica singular una corteza de color blanco brillante que se resquebraja y oscurece en la parte inferior de los ejemplares añosos. Las últimas ramificaciones tienen numerosas verruguitas que le confieren aspereza al tacto, razón que le otorga su segundo nombre científico, B. verrucosa Ehrh. Soporta las oscilaciones térmicas (temperaturas elevadas en verano y bajas en invierno), siempre que el suelo mantenga la suficiente humedad. Si nos encontramos en un bosque de abedules, observaremos que las copas de los árboles entran con frecuencia en contacto, aunque esto no impide el paso de la luz por la escasa densidad del follaje. De este modo, el suelo que cubren dispone de suficiente iluminación para el desarrollo del sustrato herbáceo. Sin embargo, no resulta fácil la regeneración por semillas debido a la alta competencia en el suelo y las condiciones de luminosidad. Pero sí es importante la regeneración a partir de renuevos, ya que las viejas cepas mantienen una gran vitalidad durante mucho tiempo.

Las flores son amentos colgantes que aparecen antes que las hojas; hay amentos masculinos y femeninos sobre el mismo árbol. Los primeros caen una vez cumplida su misión fecundadora, pero los segundos se mantienen hasta que maduran los frutos en pleno verano. Las hojas tienen forma triangular puntiaguda y el borde dentado. Se emplean como diuréticas y son especialmente indicadas para los gotosos, aunque tienen un sabor astringente y amargo. Su consumo da tan buenos resultados que desde la Edad Media se conoce al abedul como el "árbol nefrítico de Europa".

En algunos países del norte se sangran los troncos para extraer su savia, que se utiliza para el tratamiento de afecciones cutáneas y renales, para purificar la sangre o hacer que desaparezcan las pecas. Si el sangrado se realiza a finales del invierno, se recogen grandes cantidades. Esta savia puede fermentar cuando se le añade levadura de cerveza o de vino, convirtiéndose en cerveza o en vino de abedul.

Las pérdidas de agua del abedul por transpiración se sitúan entre las más elevadas de los árboles europeos, por detrás del haya, el sauce blanco, el olmo de montaña o el tilo, entre otros. Esto es importante porque la emisión de vapor de agua a la atmósfera supone la formación de nubes y, por tanto, de precipitaciones. Sabido esto, no es fácil entender por qué este paraje no está en el seno del Parque Natural.

Tras pasar unos minutos en la precaria compañía de los abedules, en la pronunciada ladera, continúo mi ascensión hacia Los Colorados, en la cresta de la Sierra de Valdemeca, rozando ya la cota de los 1.800 metros. El viento, frío y húmedo, me anuncia la proximidad del abismo, donde la espléndida panorámica me abruma y reaviva tantas sensaciones.

Unos metros más al norte encuentro el camino de vuelta por el barranco, desde donde vuelvo a admirar el intenso amarillo de los abedules, colgados en el casi inaccesible farallón, subrayando el contraste con el no menos acentuado verde del pinar.