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La Veredilla y la Casa del Cura

Senderismo

Quedan pocos espacios que no hayan sido hollados por el hombre, pero esto no debe hacernos pensar que las consecuencias han sido negativas para la Naturaleza. Con frecuencia encontramos parajes bautizados con términos que denotan un uso sostenible de los recursos, una actividad ancestral en perfecta comunión con el entorno, términos ya en desuso que resulta interesante rescatar del olvido. Tal es el caso del paseo que vengo a proponer.

A unos ocho kilómetros y medio de Valdemeca en dirección a Laguna del Marquesado, la carretera dibuja una pronunciada curva en la que nace una pista que se dirige hacia el Norte. Antes de desviar nuestros pasos por el Barranco Cabero, dejamos a nuestra izquierda un llano cultivado de nombre La Tejería, primer topónimo de interés. Una tejería —o tejera o tejar— era el lugar donde se fabricaban tejas o ladrillos, lo que supone que tal instalación debía situarse allí donde estaba la materia prima, es decir, donde el suelo es arcilloso.

El valle de La Tejería visto desde el camino de regreso, que baja al otro lado del picón que vemos en el centro.

 

Ascendemos por el Barranco Cabero hasta un punto en que el camino se bifurca. Este lugar se llama El Toconar, una deformación de toconal, esto es, un lugar donde hay muchos tocones, troncos cortados casi a ras de suelo que antaño eran aprovechados para la fabricación de la pez, o simplemente para extraer teas.

Un tocón junto al camino.

 

Nuestro camino entra en el término de Zafrilla y desciende hacia el Noroeste por la Umbría de la Tejería, al encuentro del Arroyo de la Cañada de las Fuentes y el pequeño Río de Zafrilla. A la izquierda dejamos la Hoya del Derramadero y enfrente tenemos los Corrales de las Artigas.

Un derramadero era un vertedero. Lo que antiguamente era considerado como susceptible de tirar a un vertedero no debían ser restos orgánicos, pues eso se destinaba al consumo de los animales en el corral; ni a los excrementos de los animales, pues con ellos se abonaban los duros terruños serranos. Tal vez serían escombros o animales muertos, reservados estos para ser pasto de los buitres y otros necrófagos. Estos derramaderos no eran sino hundimientos del terreno o llanuras rodeadas de montañas, es decir, hoyas. Por su parte, el término artiga, que nada tiene que ver con ortiga, es de origen prerromano y se refiere a un terreno roturado. Así pues, lo que antes se conocía como artigar no era sino romper un terreno para cultivarlo, después de quitar o quemar el monte bajo o el matorral.

La Hoya del Derramadero (que se pierde a la izquierda de la imagen) y los Corrales de las Artigas, a la izquierda del barranco.

 

Continuamos nuestro recorrido hacia el Nordeste, por un barranco donde el Río de Zafrilla, apenas un arroyo en este tramo, se ha atrevido a romper la Sierra de Zafrilla para escapar de Prado Redondo y la Solana de la Mujer Muerta.

El camino atraviesa la Sierra de Zafrilla.

 

Tras pasar la Fuente del Pino llegamos a La Veredilla, una aldea que aún se resiste al abandono. Las veinte familias que llegaron a vivir aquí se dedicaban a la agricultura del cereal y la ganadería, hasta que la pobreza y otras necesidades de los nuevos tiempos abren la puerta a la emigración en 1973.

La Veredilla

 

Donde el tiempo parece detenerse, lo hay para estas cosas.

 

Seguimos ruta hacia el Suroeste, ascendiendo por la falda del cerro La Veredilla y atravesando un cerrado bosque, en el que encontramos los restos de lo que debió ser una antigua calera, hasta llegar al Rento de la Casa del Cura, ya en el término de Valdemeca.

Ruinas del Rento de la Casa del Cura.

 

La palabra rento se utilizaba para designar a una aldea o pedanía dependiente de otra localidad, un asentamiento destinado al mejor aprovechamiento de los recursos naturales del término. Nos encontramos, por tanto, en otra aldea abandonada que alcanzó su máximo de población en el siglo XIX y principios del XX, hasta que, como sucediera en La Veredilla, la emigración hizo el resto. El Rento de la Casa del Cura aún conserva un viejo horno restaurado. Es interesante entrar y conocer cómo funcionaba una instalación de uso comunal, bien explicado en un cartel que con buen criterio han colocado en su interior las gentes de Valdemeca.

Interior del horno de la Casa del Cura.

 

Abandonamos el término de Valdemeca y volvemos a entrar en el de Zafrilla. Curiosamente nos encontramos en la divisoria de las cuencas hidrográficas del Júcar y el Cabriel: el Arroyo de los Santos, nacido en la Casa del Cura, vierte en el primero, y el Arroyo de Cañada de las Fuentes, en el segundo. El camino se dirige hacia el Sur y el Sureste, pasando por Majadal Alto y la Hoya del Derramadero. Desde la cresta del monte, antes de que el camino vuelva a encontrarse con el de ida, se deja ver una feraz vega formada por el Arroyo de los Horcajuelos. El término horcajuelo es diminutivo de horcajo, que a su vez lo es de horca, aquel utensilio de madera que se colocaba en el cuello de las caballerías para hacer su trabajo de labranza; o la herramienta usada por los agricultores en sus labores cerealistas. Un horcajo es también la confluencia de dos ríos o arroyos formando una especie de “Y”, o el punto de unión de dos montañas.

En fin, han sido algo más de 15 kilómetros de contenido altamente interesante desde el punto de vista histórico y etnográfico al que me permito invitar a quienes lean estas líneas.