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Capacidad de decisión

Valores

 

No sabría poner una cifra, pero creo que aumenta el número de consumidores que buscamos productos de cercanía. Son beneficios para el comercio de barrio, menor repercusión en el consumo de combustibles al evitar largas distancias en el transporte de mercancías, más oportunidades de trabajo, menos traslocación de empresas…, un contacto directo entre comerciante y cliente, un lujo que estamos perdiendo. Sin ánimo de postularme como modelo de mercado, expongo el caso de aquella ocasión en que fui a comprar kiwis en la frutería del barrio. “¿Hablan español?”, pregunté. Ante la extrañeza de la frutera, quise saber, sonriendo, de dónde venía la fruta, sabedor de que la mayor parte de los kiwis que encontramos proceden de Nueva Zelanda, en cuyo caso han de recorrer casi 20.000 kilómetros de distancia. Como tal extremo me fue confirmado, decidí no comprarlos, esperando que la frutera recibiera el mensaje que ello encerraba.

Solo ocasionalmente nos vemos impelidos a recurrir a esas empresas de comercio electrónico. Y es que hay libros que no se encuentran disponibles en nuestras librerías más cercanas, y no queda otro remedio que utilizar este medio para adquirirlos. Aproveché en cierta ocasión para pedir dos libros pensando —ingenuamente, como pronto pude comprobar— que así evitaría un viaje. Suelo hacer pedidos en mis librerías de referencia, y no puedo negar esa idea que a veces me asalta: a la larga, todos los productos que adquirimos han debido recorrer kilómetros hasta llegar a nosotros. Pero seamos realistas, no podemos regresar a los tiempos en que los tomates nos llegaban en carretilla desde las huertas del Huécar. El caso es que, para mi sorpresa e indignación, la empresa de transporte me dice que voy a recibir mi pedido en dos fechas diferentes. ¡¿Cómo?! O sea, ¿que pido dos libros y me los traen en dos viajes? Debería decir tres viajes, porque tuve que coger el coche para desplazarme a las afueras de la ciudad a recoger mi segundo pedido. ¡Por favor, que no vengan luego presumiendo de ser una empresa con valores de respeto por la naturaleza! Mi decisión ha sido inmediata: una y no más.

 

 

 

Este último caso ha sido para mí un atentado contra mi sentido de la justicia y el equilibrio ecológico. Esta empresa de comercio electrónico, cuyo nombre me reservo, está tratando de maximizar sus beneficios, al menos a corto plazo, deteriorando el medio ambiente. Por tanto, me está perjudicando, nos está perjudicando. Nos queda el recurso al pataleo, pero me temo que es poco probable que esos reproches basten para producir algún cambio. De acuerdo, toda empresa está en su derecho de obtener beneficios, siempre que sea por medios racionales y respetuosos con el entorno, creo yo.

Cuenta Jared Diamond (1) cómo “Henry Ford fue demandado por los accionistas en 1919 por subir el salario mínimo de sus trabajadores a cinco dólares diarios: los tribunales dictaron sentencia afirmando que, si bien los sentimientos humanitarios de Ford hacia sus empleados estaban muy bien, la empresa se creó con el fin de producir beneficios para sus accionistas”. En el hipotético caso de que esto sucediera en los tiempos que corren, aquella persona que deseara mostrar su solidaridad con el fabricante en contra de sus accionistas podría no adquirir uno de sus coches. Muchas decisiones como esta tal vez harían reflexionar a las empresas. A largo plazo, es el consumidor quien tiene el poder para lograr que el mercado no afecte al medio ambiente. Puede hacerlo directamente por medio de sus decisiones personales, por ejemplo, optando por comprar productos obtenidos de forma sostenible. Pero también puede conseguirlo a través de sus representantes políticos, que son los hacedores de la normativa, presionando para que aprueben leyes que exigen prácticas medioambientales saludables y velen por su cumplimiento.

 

 

Las grandes empresas —prefiero no dar nombres, pero quizá nos vengan a la mente los de entidades bancarias, cementeras, siderúrgicas, constructoras…— se mueven a gusto en el cinismo del comercio de cuotas de CO2 —proporcionadas por la Unión Europea—, aunque luego tienen fundaciones y realizan campañas de lavado de imagen —algunos llaman a esto greenwashing—. Enmascaran así su derecho a contaminar.

Mientras redactaba estas líneas conocimos el impacto internacional que ha tenido la gestión del agua en el Parque Nacional de Doñana, así como la campaña ciudadana en Alemania contra la compra de fresas procedentes de Huelva. Fruto de esta presión reaccionó el parlamento alemán enviando un grupo de diputados a la zona para interesarse por el asunto. Y es que, como dice Diamond, “si los representantes no oyen decir nada a los votantes, concluirán que los votantes no están interesados por el medio ambiente”. Por mi parte, tengo serias dudas acerca del efecto que puede haber provocado mi decisión en la empresa de comercio electrónico, pero la frutera de mi barrio ya trae con frecuencia kiwis procedentes de Galicia. Y son muy buenos. Ahora solo me queda comprobar si los representantes políticos se parecen más a la empresa de marras o a la frutera de mi barrio. Tengo una teoría, y no me gusta, salvo que el mensaje que les debiera llegar fuera masivo. Tal vez si atendemos a la llamada de SEO/BirdLife

 

(1) Diamond, J. (2006). Colapso. Debate, Barcelona.