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Comprometidos con la vida (y 2)
¿Qué aspectos debemos tener en cuenta para salvar la biodiversidad? Primero, que cuando una de las causas humanas de la extinción de especies se intensifica, también lo hacen las demás. Segundo, que los entornos tropicales son más ricos en biodiversidad que los templados, pero también son más vulnerables. Tercero, que la riqueza de especies guarda estrecha relación con el ámbito geográfico que ocupan —solo algunas de las numerosas especies de la zona templada se distribuirán por la zona tropical, y viceversa—. Y no olvidemos un error que se comete con frecuencia: cuando se exponen datos de biodiversidad, se refieren básicamente a los vertebrados, que suponen apenas el 4,6 % del total de especies conocidas. Y todas las especies, sin excepción, son relevantes.
Los seguidores del Antropoceno esgrimen unos deplorables argumentos:
- los espacios naturales deben gestionarse para servir a nuestras necesidades, aunque la naturaleza sobrepase el punto de no retorno;
- el crecimiento económico y la cultura de consumo seguirán siendo los principales modelos sociales;
- no vale la pena salvar un planeta gastado; la naturaleza ha desaparecido, y de nada sirve dedicar espacio y recursos a una causa perdida;
- la hibridación entre las especies invasoras y las nativas reforzará la biodiversidad;
- tras las masivas extinciones durante las pasadas eras geológicas surgieron nuevas especies.
¿Seremos capaces de formarnos una opinión acerca de qué opción elegir? Contra esta visión del mundo, este enfoque de anticonservación centrado en el ser humano, resultado según Edward O. Wilson (1) de una ignorancia bienintencionada, él pone sobre la mesa la realidad de una inmensa riqueza aún viva. El conservacionismo —al menos el inteligente y eficaz, añado— sigue prestando atención a la gente, es más, le concede un papel protagonista y cuenta con ella para lograr sus objetivos. Los territorios salvajes no son museos o centros recreativos que deban ser cuidados para nuestro deleite, sino lugares que estabilizan el medio ambiente, y nosotros somos sus administradores, no sus propietarios. Cada ecosistema es una compleja red de organismos entrelazados cuyo censo y formas de vida deben ser conocidos, como medio de otorgar una oportunidad a todas las formas vitales. Por eso es importante conocer y describir el mundo real y la biodiversidad. Su conservación debería ser gestionada por quienes mejor la conocen.
Hacer que la biodiversidad recupere los niveles que tenía antes de la actual era del Antropoceno, evitar la sexta extinción ya iniciada supone incrementar la extensión de los espacios naturales protegidos hasta alcanzar la mitad de la superficie de la Tierra, incluso más, y que estos espacios se conviertan en centros de investigación y educación en todo el mundo. Y algo no menos necesario, un profundo cambio acerca de nuestra relación con la Naturaleza y reducir nuestra huella ecológica y el crecimiento de la población. Y más vale que nos demos prisa, porque el pensamiento miope y la estupidez humana están pasando factura.
El optimismo que se reflejaba al comienzo de estas líneas presenta un serio contrapeso cuando Edward O. Wilson finaliza su obra expresando una escasa confianza en que los esfuerzos conservacionistas logren salvar la mayor parte de la biodiversidad de la Tierra en lo que queda de siglo, especialmente si los gobiernos siguen pensando que la conservación es un lujo que sus presupuestos no se pueden permitir. La única esperanza es que el esfuerzo humano esté a la altura del problema.
No obstante, la confianza vuelve a renacer en la pluma de nuestro científico de cabecera, al confiar en el distanciamiento entre la economía y los combustibles fósiles, el acercamiento a las fuentes de energía renovable, la mejora de la agricultura con nuevos cultivos, y, al fin, la reducción de la huella ecológica humana. Ojalá tenga razón y los egocéntricos gobiernos del mundo sean receptivos y todos demostremos nuestro compromiso con la vida.
(1) Wilson, Edward O. (2017). Medio planeta. Errata Naturae. Madrid.