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Cuidar para vivir

Valores

“El Nini silenció su descubrimiento, pero cada tarde descendía a la junquera para observar el progreso de los pollos, las evoluciones de la madre que, de vez en cuando, retornaba al nido apresando entre sus garras rapaces un lagarto, una rata o una perdiz. A cada incursión, el águila, encaramada en lo alto de la zarza, oteaba desafiante y majestuosa los alrededores, antes de desollar la pieza para entregársela a sus crías. El niño, oculto entre los juncos, espiaba sus movimientos, la avidez descompuesta de los aguiluchos devorando la presa, la orgullosa satisfacción del águila madre antes de remontarse de nuevo en la altura.”

Miguel Delibes
Las Ratas

 

Nadie ha dicho que sea fácil, ni cómodo. No existe un manual de instrucciones ni un libro de reclamaciones. Puede que muchas veces sea algo estresante, que ponga de los nervios y consuma la paciencia y la energía de la más pintada. Pero con casi total seguridad, la de ser madre es la tarea más agradecida que se pueda emprender en la vida.

En el mundo animal son incontables las ocasiones en que parece que las madres se desentienden de sus crías, algo casi impensable en la especie humana. Pero conviene que no veamos la maternidad desde una óptica exclusivamente humana porque caeríamos en el error de calificarlo como bueno o malo. Ya lo dijo Luis Rojas Marcos: “En la naturaleza no existen el bien y el mal, solo existe la necesidad, que se traduce en hambre, procreación, refugio, etc. El bien y el mal son conceptos que han surgido de la ambigüedad humana”.

Y, sin embargo, todas las especies compartimos algo que nos une: el apego a la vida, que se traduce en cariño, amor, afecto, ternura —como sea que lo llamemos— por la descendencia. Ahora bien, una cosa es tener un sentimiento común y otra bien distinta es ser consciente de ello. Una mosca hará lo indecible por perpetuar su linaje en el tiempo, pero lo hará guiada por su instinto, ya que ni siquiera es capaz de saber que es una mosca o que las larvas que salen de los huevos que pondrá son sus hijos. Pero lo que experimenta una madre humana cuando abraza y protege a su hijo es mucho más insondable y difícil de expresar si no se siente. Y ella sí conoce los resultados de lo que hace.

En la naturaleza no suelen darse los cuidados continuados en el tiempo, los mimos o la sobreprotección, aunque podemos encontrar los casos más extremos. En el mundo de las arañas, las hay que se ofrecen a sí mismas como alimento de sus vástagos. Y entre las ranas, hay una que lleva a sus crías dentro de su piel hasta que la perforan para salir a la vida. Espero que estos simples ejemplos ayuden a comprender lo que quiero decir con eso de no ver las cosas desde una óptica meramente humana. Si lo hiciéramos, no entenderíamos la naturaleza, como tampoco entenderíamos que un oso o un león se coman las crías de otro para que la madre entre en celo y puedan así aprovechar la ocasión para perpetuar sus genes. O que mamá serpiente nunca sepa si sus huevos han sido viables, ya que abandonó su puesta en un oscuro y húmedo refugio subterráneo dejando que la tierra realice la tarea de incubación. Y hasta es posible que, si se encuentran, la madre se coma al hijo.

Pero lo más normal es la dosificación y la transmisión de enseñanzas del natural. Si hay que tomar leche, la madre elefante dará leche, pero llegado el momento interrumpirá la lactancia para proporcionar otros alimentos. Incluso puede pasar largas temporadas sin traer víveres al nido, como hacen algunas aves, con el fin de que el vástago vaya pensando en independizarse y lanzarse a la búsqueda de otros pagos. Quizá esto nos pueda parecer frío, cruel o violento, pero hemos quedado en no verlo desde nuestra óptica de humanos.

Está claro que lo que entendemos como “razonable” se da en las especies de mamíferos, donde los desvelos de la madre son más cercanos a nuestra forma de ver las cosas. En todo caso, el objetivo de la madre —de la que quiera serlo, en el caso de la humana— es mostrar las múltiples formas de sobrevivir en el medio en que cada especie se desarrolla. Tardarán más o menos en hacerlo, pero el final es siempre el mismo. Lo que ninguna especie animal hace, salvo la humana, es prolongar en exceso el tiempo de formación para la vida. No es fácil llegar a valerse por uno mismo, sin el auxilio de los padres, pero las crías no pueden depender de ellos por más tiempo del necesario. Deben asumir su responsabilidad en el viaje hacia la vida y es tarea de los padres hacérselo ver, pues de lo contrario se formarán individuos malcriados, inútiles e inmaduros.