Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

Estado de negación

Valores

Ocurre con frecuencia, con demasiada frecuencia, que tratamos de refutar la evidencia de lo que hacemos, si eso que hacemos no es del agrado de los demás. Negamos que nuestros malos actos sean malos, y, para disfrazarlos de buenos, estamos prestos a encontrar razones que así lo demuestren. Y si no es posible rebatir esa certeza, entonces recurrimos al “yo no he sido”. Cuando hablo de esto con mis alumnos les digo que se ha instalado entre nosotros la “cultura de Bart Simpson”. Al principio no lo entienden, pero basta recordarles el capítulo en el que dice con su gracejo habitual el típico “yo no he sido” que tan bien cae en su entorno.

Actuamos —o tratamos de hacerlo o hacemos lo posible para que otros así lo entiendan— movidos por buenas intenciones, pero solo una inmensa minoría se muestra dispuesta a cumplir esas intenciones. Es lamentable que esta actitud, ya arraigada entre nosotros, tenga su reflejo en tantas parcelas de la vida, no solo de nuestra vida privada, sino en la que vivimos en relación con los demás: en la vida política, en la judicial, en nuestra relación social de andar por casa o en la que mantenemos con el entorno, en el trabajo, en el consumo…

Hay demasiadas pruebas que se agolpan queriendo desfilar en estas torpes líneas, y no seré yo quien les niegue el derecho a hacerlo. Pienso, por ejemplo, en la negación de la problemática ambiental, porque aún hay quien se resiste a ver un problema en el cambio climático, la contaminación o la falta de esfuerzos dirigidos a potenciar el uso de las energías renovables, por citar algunas muestras de nuestra capacidad de negación. Pero también pienso en la necesidad de los otros —más o menos cercanos o lejanos—, para quienes nuestra escasa atención debe resultar insultante. Recuerdo en este punto un titular de hace unos días, según el cual 19.000 niños mueren cada día por causas evitables. Y si son evitables, ¿por qué no se evitan? ¿Por qué no las evitamos? ¿Acaso no interesa? Habrá que detenerse más a fondo en este asunto.

Y pienso también en el desmoronamiento del estado de bienestar que tantos años ha costado levantar, en lo que nos va a quedar de la educación (pública), de la sanidad (pública), de las pensiones o de las ayudas a las personas dependientes. Pienso en el desprecio que demuestran por la afligida ciudadanía quienes toman determinadas decisiones, utilizando atriles y púlpitos varios para hacernos creer en el dolor que sienten al tomarlas. Pienso en el futuro que entre todos, unos por acción y otros por omisión, estamos preparando a nuestros hijos, un futuro ya hipotecado y de tan escaso valor que ni los bancos darían un duro por él.

Negamos lo que decimos o lo que alguna vez hemos prometido engañando a la gente, y lo aderezamos con una llamada a la comprensión y un toque de responsabilidad, sin escrúpulos, tratando de suavizar la auténtica consumación de la debacle moral: “Esto que hago no es lo que dije que iba a hacer, pero lo hago con plena responsabilidad (y si para hacerlo tengo que cambiar la ley, pues la cambio y en paz)”. Y nosotros, a tragar, cuando lo que deberíamos hacer es renunciar de quienes renuncian a todo menos a su propia comodidad, a su beneficio particular o a su escasa o nula capacidad de compromiso. Tendré que pensar más fondo sobre esto del compromiso, vocablo que está en trance de desaparecer del diccionario de muchos.

Debemos renunciar a un estilo de vida que lo arrasa todo: lo vivo y su diversidad, los caminos y los montes por donde transitan, la confianza en el semejante. Debemos mirar de frente la inmensidad del impacto provocado por nuestro estado de negación, y reconocer la gravedad de un conjunto de problemas que este estilo de vida acaparador, que esta conducta negacionista de la realidad va dejando como herencia a las generaciones futuras. Creo haber citado ya en alguna ocasión las palabras de Susan George en El informe Lugano, pero me parece oportuno volver a hacerlo:

“A pesar de los obstáculos, el aspecto positivo es que todo el mundo puede —debe— implicarse porque la tarea de todas las tareas es volver a tejer el tejido social que el neoliberalismo está desgarrando. No sirve de nada decir «¿Pero qué puedo hacer yo? Yo no puedo hacer nada, yo sólo soy...». Rellenen el espacio en blanco. Nosotros «sólo somos...». Cada uno de nosotros puede convertirse en un hilo de la urdimbre de la trama. Cada puente que se construye, cada canal que se excava, cada sendero que se pisa va hacia alguna parte y contribuye a volver a crear el paisaje humano.”